El Hobbit (2ª Parte): la Desolación de Smaug
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Son acaso los banqueros de leyendas de enanos y elfos... El dragón dorado de El Hobbit, más concretamente su voz gutural y quejumbrosa, es lo más sonado de la segunda entrega del filme dirigido por Peter Jackson.
Predestinada a la dirección de Guillermo del Toro (coguionista) y debido a la bancarrota de 2010 de M.G.M., la nueva trilogía cinematográfica de la obra de J.R.R. Tolkien se dilató para intentar convertirse en un nuevo filón.
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Los críticos más severos, tildamos a la primera parte de un escaparate de efectismo digital y debilidad en su parte dialogada, además de un considerable ajetreo, entremezclando la acción alocada y movimiento de cámara en 3D mareante.
La Desolación de Smaug también lo tiene, pero la inclusión de algunos personajes y el poderoso animal mitológico, le otorgan una ligera remontada. Con el paso del tiempo, mejor dicho, la vuelta hacia atrás, los rostros más ancianos van marcando sus cicatrices en la piel.
Otros en cambio, aún jóvenes no tienen tantos problemas para encarnar a los elfos milenarios. El público, sin embargo, debido a esa dilatación en las entregas, denota cierto cansancio de un tesoro que mengua en interés por culpa de la repetición de escenarios y situaciones estiradas.
Al menos el personaje más cambiado, Bilbo (Martin Freeman) es mejor que el Frodo anterior, manteniendo su flema inglesa con dosis de carisma y humor.
Las barbas blancas del mago gris, ocultan los años que van pasando a golpe de varas y magia.
Las holografías radiantes de los elfos deslumbran con ojos claros y labios carnosos (como Evangeline Lilly acompañada de Orlando Bloom y Lee Pace el pirata rojo de The Fall), y los enanos van perdiendo un protagonismo coral en favor del Thorin interpretado por el inglés Richard Armitage.
Pero claro está, todos los esfuerzos tenían que ir encaminados a conseguir un dragón lo más impactante y creíble posible, añadiendo la voz enfática y clara de Benedict Cumberbatch es una garantía de éxito. Una voz de oro.
Todo ello, junto al trabajo de Freeman en estado almibarado confluye para que la cinta supere a la primera parte, en algunos momentos, demasiado crecida en duración como para no bostezar en alguna ocasión. Sumado al consecuente mareo en algunas de las persecuciones y batallas con los conseguidos orcos.
Las localizaciones en Nueva Zelanda y el trabajo de atrezo es detallista hasta el límite, y por tanto le confiere el aspecto de una superproducción de lujo.
La consecución de recaudaciones millonarias no sé cómo se encauzará, pero un cierto hastío invade a los seguidores fieles o añorantes de la literatura fantástica de Tolkien. Estirar esta piel escamosa , acorazada y protectora de grandes joyas, produce un efecto contraproducente y una sobreexplotación de la épica legendaria. ¡Cansinos efectos digitales, con gafas!
Sin embargo, y para empatizar con los muchos fans, podría concluir que tiene todos los ingredientes del mundo creado en su Tierra Media, con sus bosques y montañas, cuevas y ríos bravos, seres de ficción y hombres, criaturas mitológicas en busca de sangre y otras intentando hacerle un rincón a la amistad o el amor.
La eterna lucha del Bien contra el Mal, centrada en unos ojos rasgados de iris perpendicular y fulgurante, que codicia y asesina para alimentar su enorme ego dominador.
Las garras, dientes ígneos y la voz amenazadora del dragón.
Smaug es la apuesta.
*** Interesante **
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