Dallas Buyers Club
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Vivimos en la sociedad marcada por la desilusión, despiadado far west.
Aquellos vaqueros han sido trasladados de antiguas películas del western, a este caótico y salvaje oeste de la gran ciudad. A través de la incomprensión y el aislamiento.
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Vaqueros atrapados por su machismo desfasado (cabalgando toros y hembras) en la medianoche texana, y montando su particular Drugstore Cowboy para alimentar su miseria y sus venas. Olfato para el vicio y el negocio.
Un buen día su mundo se derrumba. Los amigos y compañeros giran sus ojos a tu paso, insultos y repulsa. Es el fucking Cowboy de Medianoche buscando su camino final.
Como en los alocados años finales de los 80 y comienzos de los 90, reinos de drogas, nos llega un cowboy de medianoche en la piel escuálida y blanquecina de Matthew McConaughey para intentar aullar a la luna de Scorsese. Un duelo colosal entre el vaquero y el lobo, con interpretaciones, tan distintas y tan cercanas a la vez. Magistrales.
Ocurre que la pareja formada entre Matthew y Jared Leto se ha convertido en la sombra alargada de Dustin Hoffman y Jon Voight. De Nueva York a Texas, pasando por la incomprensión de la sociedad ante una enfermedad traída de la mano del diablo, convertido en virus asesino y travestido.
Uno es el consumismo exacerbado, el otro es la máquina dispensadora de vida, dispuestos a luchar contra los círculos viciosos de los tiburones financieros. Ambos son un poco Robin Hood´s modernos, a su manera. Como lobos.
El cowboy McConaughey luchará hasta el final por el premio, la vida o el Oscar, está dispuesto a morir con las botas puestas y el culo al aire, en su traje de superviviente. En círculo se rodea de los suyos (también con una Jennifer Garner en su mejor papel a mi juicio hasta la fecha), defenderá su posición indoblegable ante las leyes de los políticos por el control de la vida. Aunque para ello cueste la soledad.
Jean Marc Vallée se mantiene firme en su toro mecánico durante toda la película. Comprometido y echando un vistazo a atrás, a través de Schlesinger o Van Sant, pero con un estilo propio que ya demostrara en anteriores trabajos. Y parece que próximamente volverá más Salvaje. Se consagra como director de culto con esta magnífica Dallas Buyers Club.
Esto no es Philadelphia y el lujo. En Texas sobrevivir curte la piel, disparando contra los malos, los tiburones financieros de las grandes compañías farmacéuticas y las leyes de políticos que las controlan. Frías como el cañón de un revólver sin usar.
La mala sangre corroe las mentes, hacia el interior y el exterior, pero la enfermedad hace que te yergas cada día. En su Idaho Privado, McConaughey se mete de lleno en los huesos y la cabeza de una realidad apabullante, una máquina de la interpretación perfecta. Su duelo con DiCaprio promete ser sonado. Qué grande es el cine.
Y con Leto, de gran dama en busca de hombres, quizás le caiga uno dorado. Porque han creado una pareja de cine perfecta.
El director canadiense Vallée es atrevido, adapta historias comprometidas, con el punto de vista de su cámara (delicada o despiadada) capta la marginalidad de una lacra social y del rechazo. Algo se ha avanzado y los tabúes van cayendo con las botas puestas.
Ni Rock Hudson en sus mejores tiempos o Errol Flynn con su general Custer se ven reflejados en la interpretación de Matthew, más bien un tipo algo más frío y duro como Henry Fonda llevando a sus hombres a la victoria (o la derrota) en su Ford Apache. Todo se compra y vende desde los deseos hasta la propia vida.
Desde luego, yo entré desde su comienzo en este Club de compradores de Dallas y me fascinó este trío enorme formado por Vallée, Leto y el camaleónico poder de McConaughey.
Cabalgar en un toro salvaje corriendo por las venas, es más difícil que aguantar los 8 segundos encima de uno verdadero en un rodeo. Si no la has visto, mucho más recomendable romperse la espalda en este club que en almibaradas montañas.
***** Excelente ****
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