Andrés Ibáñez defiende el arte y la belleza en "La duquesa ciervo",
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Después del éxito que tuvo con "Brilla, mar del Edén", con la que ganó el Premio Nacional de la Crítica en 2015, Andrés Ibáñez regresa con uno de sus libros más poéticos, "La duquesa ciervo", un derroche de imaginación para hablar del aprendizaje, la magia, el poder, la esclavitud y la guerra.
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De todo eso y de mucho más trata "La duquesa ciervo", publicado por Galaxia Gutenberg, un libro río con muchos colores, diferentes texturas e infinitos detalles, en el que el narrador, músico y poeta ha querido hacer una metáfora de la vida y del destino al que está condenado el hombre, según explica el autor.
"En mis libros hay mucha fantasía, pero para mí eso es poesía. Yo me planteo escribir novelas igual que escribo música y no hay música fantástica ni música realista, que yo sepa. Para mí -dice-, la literatura busca representar la vida como es y representar la luz, representar la emoción, nuestra existencia en el mundo. Lo que quiero es capturar la vida", argumenta.
En "La duquesa ciervo", Ibáñez, autor de "La música del mundo" (1995), "La sombra del pájaro lira" (2003) o "La lluvia de los inocentes" (2012), entre otros muchos títulos, narra la historia de Hjalmar, un aprendiz de mago en medio de un mundo medieval, en la populosa ciudad de Irundast, dominada por la Torre de los magos.
Un universo entero con países en guerra, fronteras, linajes de reyes, esclavos, religiones, dragones y osos que conviven con hombres y donde La duquesa ciervo luchará contra su destino, en un mundo de nieblas, donde también hay una historia de amor.
"Utilizo el lenguaje de la imaginación y con ese lenguaje tengo la libertad de hacer cualquier cosa, de contar lo que quiera. No me siento circunscrito por las leyes de la gravedad o las de la física. Porque esto es una obra de arte, y las obras de arte son libres", sostiene el autor.
Ibáñez se ha inspirado en algo que le persigue desde niño, "El anillo del Nibelungo", de Wagner, además de en "El señor de los anillos", de J. R. R. Tolkien, o quizá en "Un mago de Terramar", de Ursula K. Le Guin.
Esto solo por decir algunos títulos porque el autor defiende que, cuando escribes, estás "reproduciendo tu vida, tus preocupaciones, lo que te rodea, tus vivencias".
Y en este sentido, dice que todo tiene que ver con la meditación, con la realidad sutil. "El niño aprendiz de mago, el protagonista, tiene que ver con el mundo de la meditación", añade Ibáñez, que también habla de la importancia de Jung y el mundo de los sueños.
Pero el escritor también desea dejar claro que la magia, en este libro, no consiste en transformarse en animales o en provocar apariciones, por ejemplo.
"Cuando escuchamos la palabra magia, aparecen un montón de prejuicios, y en este libro la magia tiene que ver más con la meditación, con todas las leyes de la realidad -recalca-, con las que conocemos y las que todavía no conocemos. Tiene que ver con el yoga, con la introspección. Es algo que está relacionado con la realidad sutil".
Andrés Ibáñez (Madrid, 1961) defiende el papel de la belleza en el mundo de hoy, del arte por encima de todo. "Creo hoy se entiende mal lo que es el arte. El arte debe traer belleza a la vida, porque la vida está llena de dolor y de horror; y el arte tiene que traer alegría, belleza y conciencia y su labor es traer luz donde no la hay", concluye.
Carmen Sigüenza
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