Ennio Sotanaz: “El fútbol es una metáfora potentísima para explicar la vida”

Ennio Sotanaz: “El fútbol es una metáfora potentísima para explicar la vida”

Almudena Grandes, tras la consecución del último título liguero, escribió que, igual que eligieron su nombre, a ella le enseñaron que fútbol se pronunciaba Atleti. En el caso de Ennio Sotanaz (o Antonio Sáenz), desconozco si esa sustitución de términos fue un proceso tutelado o autodidacta. Pero me atrevería a decir que su mente ha tintado en rojo y blanco el ancho y largo de este deporte. No hace falta ser un lince para comprender esta evidencia. Basta con observar, leerlo, escucharlo. Habla y relata la esencia del Atleti. Escribe y custodia, con ternura, tolerancia, delicadeza, la médula de esta fe irrenunciable. 

Ennio es distinto. Y lo es para bien. Podría no serlo. Pero lo es. Cuando comienza la conversación, me escucha. Me presta atención. Le interesa lo que digo, lo que pienso. Igual que domina el arte de la palabra escrita, domina el arte de la conversación. Ennio es un todoterreno. Para quienes quieran saber por qué lo es, les recomiendo que lean su libro, “Memorias del Calderón” (Escritos Contextatarios, 2021). Una obra que es mucho más que la historia del Vicente Calderón, mucho más que un relato autobiográfico. Ennio escribe y te interpela: no todos lo consiguen. Sabe cómo ahondar en el recuerdo. Conoce cómo es la esencia humana, cada una de las aristas que componen las estructuras sociales. Cuando narra la consecución de un título, no está hablando sólo del trofeo: también está señalando todo cuanto precede al éxito, cada una de las estocadas que, en mitad del caos, se dieron sin acierto. Porque Ennio tiene memoria. Es más, sabe cuán importante es usarla, amamantarla, nutrirla. Reconoce la virtud del relato previo. Sabe que, entre tanta transitoriedad, es difícil dar con espacios que dejen poso. Por eso, cuando menciona los elementos que conformaban el Vicente Calderón, el primero que le viene a la memoria es su gente. En él hay inteligencia, mucha. Es un hombre de vasta cultura: cine, literatura, fútbol. Es ingeniero, pero también compone música. Es músico, pero también escribe -además de este libro- crónicas sobre su Atlético de Madrid. Interesa todo lo que cuenta porque interesa su historia. Ya dijo Antonio Machado, allá por 1937, que en cuestiones de cultura y saber, sólo se pierde lo que se guarda, sólo se gana lo que se da. Y Ennio ofrece su viaje en cada párrafo que escribe. No engaña. Tampoco esquiva la verdad: va de frente, como Simeone

Porque Ennio es puro Atleti. Igual que Almudena. Igual que aquella hilera rojiblanca que rodeaba el Vicente Calderón. Como la vida, como Luis. Y no por eso de “ganar y ganar y ganar”, que también. Sino por lo de “máteme usted, pero no me mienta”. Porque la verdad siempre sale a la luz. Lo que pasa es que hay que mencionarla, mostrarla, exhibirla. De eso va el arte, de eso van estas memorias. Nombrar para no olvidar. Recordar para poder soñar con lo que viene después. Soñar para entender que las páginas de este libro son aquellos padres e hijos que cada domingo atravesaban, de camino al Calderón, el Paseo de los Melancólicos

“Me gusta pensar que fue la literatura lo que vino a rescatarme”, escribes en “Memorias del Calderón”. Parece que la literatura tiene un papel relevante en tu vida, ¿no? ¿Tanto te han salvado los libros?

La verdad es que sí. Yo, que soy ingeniero, que hice una carrera de ciencias, la literatura y los libros han sido un contrapeso muy importante. Siempre, desde pequeño, he tenido una vinculación muy fuerte con las letras. En los libros siempre he encontrado un mundo diferente, algo al que acudir porque no lo terminaba de encontrar en mi entorno, que era esencialmente de ciencias. Por suerte, he podido seguir con otras actividades artísticas. Sin embargo, durante mucho tiempo, la literatura fue para mí un espacio a contemplar como un espectador. Me atreví con la música, pero, al no tener formación clásica en letras, nunca lo llegué a ver para mí. Verme ahora en esta tesitura me hace sentir orgulloso, porque antes era sólo una medicina.  

¿Y el Atleti? ¿Te ha salvado?

El Atleti…(suspiro). A ver, no me gusta dogmatizar con esto. A medida que te haces mayor, te das cuenta de que cada uno lo ve distinto. Yo tengo una idea romántica. Y lo asumo. Es más, entiendo que no es la de todos.  Pero hay una cosa que nos une a los del Atleti: todos le damos un poder sobrenatural a la pertenencia al club. Ser del Atleti te da sentido, te ofrece pertenencia a un grupo. Y eso es lo que me ha pasado a mí. Durante muchos años, lo he visto como un refugio. El Atleti te ofrece fe, te permite ser diferente. 

Entiendo, entonces, que la causa de “Memorias del Calderón” reside en esa fe, en ese sentimiento tan puro. Pero ¿por qué escribir justo sobre el Vicente Calderón y no sobre cualquier otro elemento del Atlético de Madrid?  

Yo llevo escribiendo sobre el Atleti mucho tiempo. No sé si sobre rebeldía o por qué. Pero empecé a escribir. Me hice un blog. Hablaba de los partidos, del juego. Eso, sin embargo, no tenía vocación de libro. Cuando nos dicen que el Calderón iba a dejar de existir, cuando ese mito se hizo realidad, salieron varias publicaciones dedicadas al Vicente Calderón. Todas hablaban de elementos tangibles, fechas o datos. Pero nadie hablaba de la gente, de nosotros. Y si no se escribía sobre ello, todo iba a caer en el olvido. Por eso, desde un punto de vista egoísta, sentí la necesidad de apuntar todo para que no se me olvidara. Entonces, empecé a escribir sin parar. ¡Llegué a tener escrito el doble de lo que he terminado publicando! Y tras haber vomitado todo, se quedó en un cajón. Fue ya en la pandemia cuando, en un momento de debilidad, me di cuenta de que, a través de lo que había escrito, estaba contando la historia del Atleti, la historia del Calderón y mi historia. Y ninguna por separado podría ser interesante. Pero todas juntas sí tenían un sentido propio, y podía servir para eso que yo estaba reclamando de otros libros. 

¿Y cómo fue darle forma, cómo fue ese proceso? 

Al principio sí que disfruté muchísimo. Toda la fase de vomitar las vivencias me encantó. Pero cuando hubo que empezar a darle esa forma, la estructura, entonces lo empecé a pasar mal. Yo, que tengo alguna novela escrita sin publicar, me doy cuenta de lo difícil que es quitar la grasa, quedarte con el jamón. Me entraron muchas dudas. Actúo por intuición, porque, al fin y al cabo, no tengo formación clásica. En la fase final, sobre todo la fase de reducción, no sabía si estaba cogiendo el camino correcto. 

¿Emocionalmente también fue complejo? 

Pues, fíjate, la verdad es que no lo fue. Y no lo fue porque no fui especialmente consciente de ello. Tuve tanta obsesión con crear un buen hilo conductor, tanto interés en estructurar bien el camino, que no presté mucha atención a esa dimensión. De hecho, no me di cuenta de la exposición a la cual me estaba sometiendo hasta que mandamos el libro a algunos periodistas. Recuerdo especialmente una entrevista en Radio Marca. La periodista me empezó a hacer preguntas muy personales; preguntas que, sin yo esperarlo, tenían demasiado que ver con mi vida. Y me dije: ¡hostia!, es que me estoy exponiendo de una forma muy franca y muy honesta. Probablemente, si me hubiera dado cuenta de ello mientras escribía, me hubiera sometido a un conflicto interno mucho mayor. Seguro que me habría entrado bastante vértigo. 

220308 ennio 1Esta exposición de la que hablas es muy interesante. A mí, por ejemplo, “Memorias del Calderón”, diferenciando obviamente la temática, me recuerda al alma de “Feria”, de Ana Iris Simón, y su estructura. Retrato familiar, autobiográfico, no ficción, con un espacio perfectamente identificado, donde la construcción del relato es colectiva, donde la comunidad participa en la narración. 

Oye, pues es verdad, y está muy bien traído. Obviamente (risas), sin querer ser yo petulante o arrogante, sin querer yo compararme, sí es cierto que hay varios puntos en común: autobiografía, primera persona, no ficción, que retrata algo con muchas aristas a través de un espacio concreto… Fíjate que me gustó mucho “Feria”. No participo de esa polémica que se ha generado en redes sociales, porque, sinceramente, me parece absurda. Pero es que me sentí muy identificado. Al final, tratamos las vivencias personales para contar un todo, para recuperar ciertas cuestiones que, si no se nombran, iban a terminar desapareciendo. Por eso, sí que comparto esa idea que mencionas de la construcción colectiva del relato, porque “Memorias del Calderón” tiene una labor de reunión y colección de cosas que se iban a perder. El libro sirve, incluso, para que la gente pueda hacer también su propia recolección de anécdotas y recuerdos. Ahora, por ejemplo, la gente me cuenta su libro, su historia. Y me encanta, eh, porque al final me doy cuenta de que ha servido para potenciar las vivencias de los demás. 

Cuando te escucho hablar de esto último, me acuerdo de otra frase del libro. Dices: “no fui consciente de lo que suponía ir al Calderón hasta que tuve que dejar de hacerlo”. ¿Qué hemos perdido con el derrumbe del Calderón? ¿Con su desaparición física?

Yo creo que para cada uno se ha perdido algo distinto. En mi caso, me di cuenta de que el Calderón era algo que vertebraba mi vida. Era muy fácil contar mi vida a través de lo que sucedió dentro de él. Siempre supe que allí tenía mi sitio. He vivido en Holanda y Arabia Saudita, sí, pero mi hogar estaba en el Calderón. Por eso, cuando se va, desaparece un eje de referencia enorme.  Muere un elemento demasiado romántico. Nos quedamos huérfanos. Y seguimos huérfanos. Porque, aunque hay un estadio más cómodo, más bonito, nada volverá a ser lo mismo. El Calderón era muy importante, y su recuerdo lo seguirá siendo. Porque era mucho más que el cemento que lo contenía; era una construcción abstracta que nos montamos los que creemos en esta fe, en esta religión. No hay que quedarse obviamente anclado en el pasado, pero hay que tener memoria. 

Porque al final los estadios al final los dota de sentido la gente, el aficionado. Sin embargo, y eso lo comentas también en el libro, sostienes que es muy complicado hablar de la sociología de los Campos de fútbol, es decir, que es sumamente complejo establecer un patrón único en el perfil de personas que acuden a los estadios. Hay ricos y pobres; con estudios y sin estudios; con inquietudes artísticas y sin inquietudes. Pero también hay mucha gente que no duda en mirar con desdén a quien le emociona ver cómo su equipo gana, pierde o empata. ¿Qué se nos está escapando?

Se podría hablar de mil tesis. Yo creo que el fútbol ha evolucionado mucho. De entrada, hay que entender que el origen del fútbol está bastante ligado a la élite. Nace en los colegios privados de Inglaterra. Pero en seguida pasa a manos de las clases más humildes, ofreciendo una expresión fundamentalmente popular, enganchando a las clases más bajas. Y es por ahí por donde arranca lo que me dices. Las clases intelectuales lo desdeñaban porque lo vinculaban al populacho. Yo, sin embargo, crecí en una generación donde esto ya no era así. La clase media, media-alta, los intelectuales que nacían de esa mezcla, se hicieron aficionados al fútbol. En los años 60, 70 y 80, hubo muchos intelectuales que, permíteme esta expresión, salieron del armario: no tenían ningún reparo en intelectualizarlo. Se me viene a la cabeza, sin ir más lejos, Eduardo Galeano. Pero también te digo que en el Calderón veía a gente muy humilde, sí, pero también veía a profesores de Universidad, directivos de empresas, investigadores. Y es que para mí lo más fascinante del fútbol es eso. El campo se convierte en un espacio donde puedes ver gente muy diferente que no duda en abrazarse, en estar unida. Yo no recuerdo ningún sitio, salvo en un estadio, donde haya tantos adultos felices, que cantan y gritan, que aplauden y bailan. ¿Dónde puedes ver también eso? En pocos sitios. ¿Bodas? Y sólo si están borrachos. 

Sigamos entonces con el tema de intelectualizar el fútbol. Cuando hablamos de la intelectualización del fútbol, podríamos llevarlo por dos vertientes que, aunque interrelacionadas entre sí, se pueden analizar de forma distinta: por una parte, aquella que está vinculada al análisis de la cuestión táctica, técnica, con el empleo de datos y gráficos; por otra parte, aquella que se atreve a tratar el fútbol como algo más que un simple juego, aquella que ve en su puesta en escena algo sumamente bello, vinculado a una cultura o manifestación artística. No sé qué piensas de esto. Pero ¿podemos intelectualizar o apreciar un partido de fútbol como se aprecia un cuadro, un concierto o una obra de teatro?

Yo creo que sí; pero con algún matiz. La cuestión técnica, la intelectualización del fútbol y su elevación a través de Big Data suena fascinante, pero no me interesa tanto. Me interesa lo segundo. Y me interesa mucho. Sí es cierto que no creo que pueda llegarse a tratar como una manifestación artística; creo que es algo distinto a los ejemplos que me mencionas. Pero sí que me parece una manifestación mucho más importante de lo que podemos llegar a imaginar o podemos ver. El fútbol tiene tantas aristas… A mí personalmente me interesa mucho, y he tratado de leer sobre ello, la vinculación que hay en los barrios, pueblos, regiones, colectivos, como los protestantes de Glasgow, en Inglaterra. Ellos no dudan en hacer suyo un equipo de fútbol y construir con él una vinculación emocional que va más allá de ganar o perder. A mí esto me parece muy interesante. Y está muy poco explotado. Por eso, sí existe una vinculación con la cultura más “underground”, más popular, pero no está imbricado en la mayoría de manifestaciones culturales con las que podría llegar a estarlo. Nosotros hacemos un podcast, Cultura en Rojo y blanco, porque creemos que el fútbol tiene un potencial enorme en ese sentido. Y me da mucha pena que no se le ofrezca esa relación. El fútbol es una metáfora potentísima para explicar la vida. Pero está poco explotado en la literatura, música o la pintura. De verdad, es una herramienta potentísima. Por eso yo creo que aquí entra lo que hablábamos antes del desdén de muchos intelectuales: sigue dando miedo construir puentes y derribar barreras entre el arte y el fútbol. 

Sigamos con la vinculación entre el fútbol y la cultura popular. En el libro abordas algunas ideas como que la economía de mercado está desvirtuando algunos de los aspectos más puros y genuinos del fútbol. ¿Qué está pasando en él? ¿Se puede llegar a romper esa conexión con el aficionado?

Yo creo que está en serio peligro de extinción. Y tengo la sensación que va a ir terriblemente rápido. ¿Y por qué lo pienso? Porque la gente que está al mando no tiene ninguna intención de mantener el status quo anterior. Digamos que el sistema capitalista lo que intenta es conocer al cliente al máximo, porque cuanto mejor lo conozcas, más beneficio vas a poder extraer; pero, también, cuántos menos tipos de clientes existan, también mejor. El fútbol es una máquina enorme de hacer dinero. 

La supercopa… 

Claro. Los que manejan esto se han dado cuenta que si se siguen los esquemas del ultracapitalismo, a ellos todo les va mejor. Por supuesto no les importa ver una semifinal de la Supercopa de España vacía. Los árabes pagan lo suficiente como para que el estadio esté vacío y, aún así, existan más beneficios. A ti a mí nos duele, sí, pero a ellos les da igual. Es decir, en los parámetros puramente capitalistas funciona perfectamente. En un power point pinta genial. Por ejemplo, al niño que llevo dentro, y mira que me dicen que tiene todo el sentido del mundo y que he de entenderlo, le duele un montón cuando alguien del Atleti se va únicamente por dinero. Me dicen: tienes que entenderlo, los números son los números, va a pasar de 7 a 10 millones ¿De verdad? ¿De verdad un tío necesita tanto? Yo no veo la vida así. Yo no me enamoré del fútbol por eso. ¿Que soy un romántico? Pues sí. Pero qué te voy a contar, si el propio presidente del Atlético de Madrid dijo que había que eliminar el sentimiento del fútbol. Y lo dicen porque para ellos es un verdadero problema. Es una variable que no pueden controlar, que se les escapa de los análisis financieros. Nunca van a entender desde una perspectiva comercial que tú no quieras la camiseta nueva, que quieras la antigua. Son dos esquemas vitales que se enfrentan, y tenemos todas las de perder. 

Entonces, ¿el fútbol de los 70-80, con todos sus matices y variaciones, era mucho más respetuoso con esa esencia, con esa cultura popular de la que hablábamos y la hermandad que se genera en un campo de fútbol? 

Sí, sin lugar a dudas. Pero también creo que es porque no les quedaba más remedio. Es decir, en los años 80, los equipos eran clubes, no eran sociedades anónimas. Los aficionados a un equipo eran parte de él. No eras un abonado que pagabas por ver un espectáculo. La cosa no era así. Eras un señor que pagaba una cuota por participar en una asociación. Y cuando pertenecías a ella, entrabas a formar parte de algo mucho más grande. Por eso, cuando hay ese cambio en los años 90, cuando los equipos pasan a ser sociedades anónimas y, al mismo tiempo, se produce esa entrada masiva de dinero a través de los medios de comunicación, todo se distorsiona. Antes, tú nacías en el este de Londres y eras de West-Ham, y lo eras porque la esencia del barrio era esa. Entonces, el factor humano sí importaba. Y lo hacía porque los propios estatutos lo permitían.  

Hablemos entonces de los años 90. 

Venga. 

Hay un episodio del libro que está escrito de una forma mucho más pasional que el resto. El libro mantiene su nivel en todo momento, por supuesto, pero mi sensación es que cuando llega la temporada 95/96, Ennio escribe con el corazón en la mano. Yo no viví el doblete, pero a través de lo que cuentas puedo entender su hondura, su relevancia. 

Para mí fue demasiado especial. Yo no había visto nunca al Atleti ganar la liga. Y pensé que me moriría sin poder verlo. Para mí supuso un punto de inflexión en general. Era uno de los tres deseos de mi vida. Pero al final llega. Y llega totalmente de improvisto. La consecución del doblete es tan cinematográfica. Por eso pude escribir del tirón, porque lo tenía muy metido dentro. Las imágenes estaban ahí. Fue un viaje apasionante: comenzamos recogiendo toda la miseria que veníamos viviendo años atrás y, finalmente, acabamos viviendo un orgasmo. Ahora puede sonar exagerado, pero en ese momento fue un punto y final. Fue tan especial que quise que quedase constancia en el libro.

Y después años turbios: intervención judicial, descenso, ascenso, años en mitad de tabla… Pero aparece Fernando Torres. Pieza clave, elemento vertebrador de un tiempo complicado. Hablábamos antes del poder del fútbol como metáfora, como recurso a emplear en la literatura. Tú no dudas en hablar de ello en el libro y le dedicas a Fernando unas líneas de una forma bastante especial.

Fernando era la metáfora. Y fuimos muy injustos cuando le pusimos todo el peso del club en sus espaldas. Lo que pasa es que era tan buen futbolista, tan buena persona, con la cabeza tan bien amueblada, que supo lidiar con ello de una forma excepcional. Con el tiempo, lo valoraremos más. Y lo haremos no porque fuese una estrella o un genio del fútbol, ¡que también lo era!, sino porque Torres, en un momento donde el Atleti discursiva, material y simbólicamente había desaparecido, donde cinematográficamente éramos Torrente, era un aficionado incondicional que salía a defender al equipo en el campo. Él fallaba un penalti, y nosotros le aplaudíamos. Fernando era mucho más que lo que hacía en el campo. Eran sus declaraciones, era su manera de comportarse. Llegaban campañas de verdadero acoso y derribo, y él decía que no quería irse, que él era del Atleti y aquí era feliz. Era mucho más que un jugador, era la metáfora perfecta; era aquello que quedaba del Atlético de Madrid, su esencia, metido en una cápsula pequeña. 

Pero se fue…

Sí. Y eso es algo que me diferencia de mucha gente del Atleti. Yo llevé fatal que se fuera. Odié a Fernando Torres. Pero volvemos a lo de antes: es tan buen hombre que uno no puede hacerlo. Pero te juro que no lo llevé nada bien. De hecho, eso fue lo que me hizo ponerme a escribir del Atleti. Mi primer artículo es el 4 de julio de 2007, que es el día en el que Fernando Torres da la rueda de prensa anunciando que se marcha a Liverpool. El artículo se llama “Érase una vez en el Calderón”. En él, lo que hago es hacer un símil con la película “Érase una vez en América'', de Sergio Leone. Digamos que al final tengo que terminar dando las gracias a Fernando Torres por hacerme escribir ese artículo (ríe). 

220308 ennio 3Y, tras eso, más años complicados. A veces, momentos donde parecía que el relato se podía volver a construir; después, momentos de absoluto desamparo. Pero aparece Simeone. Sin esperarlo. Y todo cambia. Todo. Y se empieza a construir la mayor de las metáforas, el hombre que consigue dibujar los contornos en los que se ha de mover el Atlético de Madrid. ¿Cómo lo ves tú?

Es exactamente eso. Justo eso. Porque la marcha de Fernando tuvo una consecuencia obvia: ingresos financieros con los que se pudo construir un equipo deportivamente bastante apañado. Pero la esencia era atroz. El espíritu era muy mediocre. El equipo estaba absolutamente desnaturalizado. Miguel Ángel Gil llegó a decir que los trabajadores del Atlético de Madrid no tenían que ser del Atlético de Madrid porque el sentimiento distorsionaba demasiado. Sin embargo, por una serie de carambolas, llega Simeone. Para mí, lo más importante de él es el discurso que trae. Todo lo que había antes normalizado se acaba. Se recupera el mensaje de que el Atleti es un equipo grande, que se puede competir cara a cara ante el mejor. Fue trabajar sin complejos. Rescata cosas del pasado, de la esencia que parecía haberse perdido. El partido a partido estaba ya en la idiosincrasia del Atlético de Madrid, pero nadie se atrevía a sacarlo. Yo, para explicar mejor esto, hago un símil en el libro que me gusta bastante. Durante mucho tiempo, en el Atleti se estuvo buscando un mesías que nos salvase. Algunos decían que viniese un jeque árabe; otros, un entrenador; otros, determinados jugadores. Queríamos que viniese el Mago de Oz a salvarnos. Y al final vino Simeone. Y los equipos empezaron a respetarnos, y empezamos a ganar a los equipos de élite. Al final el Cholo lo que hizo es darnos algo que ya existía. Porque el Mago de Oz no existe. Lo que pasa es que estábamos tan acomplejados que no éramos capaces de ver lo que éramos. Simeone nos lo volvió a mostrar lo que siempre habíamos sido. Precisamente, por eso él es tan incómodo para el sistema, porque hace que se alteren los papeles que el propio sistema ha repartido. 

Entonces, conociendo esa esencia, sabiendo ubicar el espacio de nuevo gracias a Simeone, ¿sabrías responder a la famosa pregunta de “por qué somos del Atleti”?

Yo creo que no sé responder. Te lo juro. Normalmente, cuando intento responder, me pongo muy petulante y realmente digo lo que no quiero decir. Sí es cierto que, cuando me lo he preguntado a mí mismo, me he dado una respuesta que sólo me vale a mí. 

¿Y cuál es? 

Creo que es porque siempre me siento más cómodo o me satisface ver la vida desde un lado distinto al que es obvio, que no es el evidente. Mi idea encaja perfectamente con esto. Sin embargo, me gusta mucho también una frase de Juan Luis Cano que dice algo así como que la gente es del Atleti porque el Atleti se parece mucho más a la vida. Y creo que es verdad. Me acuerdo cuando estábamos saliendo del campo en la final de Lisboa. Entonces, nos mezclamos con los del Madrid. Y saliendo junto a Petón, mientras hablábamos, veíamos a toda la hinchada del Madrid tranquila, sin hacer nada. Y me dijo Petón, “¿te imaginas cómo estaría esto si hubiéramos ganado nosotros?” Y es verdad. Lo pensé. ¿Y por qué sería así? Porque para los que entienden el fútbol de esa manera, ya no hay más alegría que el título. En el momento que lo has ganado, ya estás pensando en el siguiente. Para ellos, la alegría está en el más, más y más. Nosotros no. Para nosotros la alegría, la felicidad, se encuentra en cada partido, en cada sufrimiento, en esa semifinal que ganas por los pelos. Y es que la vida es ese camino, la vida es así. La vida se parece mucho más al Atleti. O por lo menos me gusta verlo así. 

Me quedo con la idea de que la vida se parece mucho más al Atleti. Me ha gustado mucho. Por eso, ya para terminar, que creo que enlaza muy bien con lo que acabamos de hablar, si te parece bien terminamos con un test breve sobre el Calderón y aquello que nos lleva hasta él. 

Me parece perfecto. Adelante. 

¿Qué canción te viene a la cabeza cuando piensas en el Calderón? 

Pues, mira, la canción que me viene a la cabeza es la “Live is Life”, de Opus, que, por cierto, es un coñazo de canción, pero la ponían en los descansos y se me ha quedado. Aunque si hay que ponerse un poco poético, diría que “Here Comes de Sun”, de George Harrison (Beatles), porque la imagen que me viene a la cabeza cuando pienso en el Calderón es un día de sol, de los 80 o 90, de primavera o verano, donde yo estoy contento, aunque no hayamos ni ganado. No sé, esa canción es justo esa imagen. 

¿Y qué olor? ¿A qué olía el estadio?

Olía a muchas cosas. A muchas. Pero te juro que lo que más me impresionó fue el olor a césped. La primera vez que entré olía a césped.  

¿Qué colores? 

El rojo. Sin lugar a dudas, más que el blanco y más que el azul.

¿Qué personas?

Me voy a quedar con un personaje que sale en el libro: un compañero de grada al que llamó el “amigo de Burgos”. No voy a hacer spoiler, porque creo que es una de las historias más bonitas de Memorias del Calderón. Está, de hecho, llegando a mucha gente. Y creo que lo hace porque él reunía esas características de compañero de grada: encantador, con el que pasas horas hablando de fútbol y de la vida, pero que no terminas de conocer del todo. 

Y, para finalizar, ¿qué palabra o frase resumiría lo que fue el Calderón?

Yo creo que Atleti. El Calderón era la esencia del Atleti. Atleti cuando lo gritamos al unísono. Lo hemos utilizado para bien y para mal. Tiene la connotación pura y exclusiva de unirnos a todos bajo un mismo paraguas.

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