Entendiendo la cultura woke: Orígenes, influencias y desafíos
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En el panorama de las disputas culturales actuales, los objetivos a menudo parecen nebulosos y difíciles de discernir. La cultura woke emerge como una mezcla compleja de ideas, combinando elementos del marxismo radical con tendencias posmodernas. Este movimiento abarca desde la defensa del derecho al aborto, la crítica a las instituciones religiosas, hasta las demandas de reconocimiento de identidades transgénero, todo en un solo marco.
Algunos intelectuales, como Francis Fukuyama y Yascha Mounk, sostienen que estos problemas podrían mitigarse reforzando los principios liberales. En contraste, otros argumentan que la raíz de estos conflictos reside en un excesivo individualismo, proponiendo un retorno a valores más tradicionales que el capitalismo ha erosionado.
Orígenes en Estados Unidos
Para comprender la influencia y características distintivas de la cultura woke, es esencial reconocer eventos clave como el asesinato de Michael Brown en 2014, un afroamericano que sufrió brutalidad policial. Este incidente no solo desató una ola de protestas, sino que también puso de relieve cómo el movimiento woke se enfoca en la identidad individual como eje principal de las discusiones políticas.
Este fenómeno tiene profundas raíces en la sociedad estadounidense, particularmente en sus tensiones raciales persistentes. John Gray señala que el wokismo es una ideología profundamente local, lo que dificulta su adopción en otros contextos culturales, llevando a que en lugares fuera de Estados Unidos adopte diferentes matices y enfoques.
Aunque algunos rastrean esta tendencia hasta las protestas estudiantiles de 1968, es más preciso situar sus orígenes en la aprobación de la Ley de Derechos Civiles de 1964. Erik Kaufmann, profesor en la Universidad de Londres, destaca que esta ley marcó el reconocimiento oficial de las injusticias raciales y estableció un marco público de diálogo entre víctimas y perpetradores.
Una perspectiva liberal
Kaufmann y Gray coinciden en que atribuir la sensibilidad identitaria exclusivamente al marxismo es un error. Según ambos, la esencia del wokismo es profundamente liberal, lo que explica su fuerte arraigo en las sociedades anglosajonas, epicentro del capitalismo.
La cultura woke impulsa la reivindicación de identidades, haciendo que la autodefinición sea el foco central de la lucha política. Este impulso es alimentado por dos factores principales: el individualismo exacerbado de las sociedades modernas, que fragmenta el yo, y la tendencia a priorizar la igualdad de resultados sobre la libertad individual, llevando a un deseo de paridad absoluta en aspectos como raza, género y orientación sexual, incluso si esto implica un aumento significativo del poder estatal.
La izquierda tradicional observa con escepticismo estas aspiraciones, ya que centrar la lucha en cuestiones culturales puede debilitar las demandas económicas y materiales. Además, esta consumición de identidades se alinea con la lógica neoliberal de consumo compulsivo.
Las élites y la cultura woke
El auge de la subjetividad, el moralismo y el deseo de revancha están más relacionados con una visión burguesa y una interpretación radical de la justicia social que con movimientos contraculturales. Aunque los defensores del wokismo utilizan terminología de la posmodernidad de los años 60, su verdadera raíz se encuentra en un liberalismo extremo y un igualitarismo radical, según Kaufmann en su obra más reciente.
El wokismo ha sido adoptado por las élites como una doctrina que les permite justificar sus privilegios mediante una fachada de equidad moral. Esta adopción les permite mantener sus beneficios mientras aparentan luchar contra las desigualdades.
Musa al-Gharbi, sociólogo de la Universidad Stony Brook, sostiene que quienes promueven el identitarismo poseen un capital simbólico considerable. Sin embargo, esta adopción elitista de ideologías puede llevar a ignorar los verdaderos compromisos con los sectores más desfavorecidos de la sociedad.
Ineficacia y críticas
La crítica principal al wokismo es que, aunque la élite que lo promueve rechaza ciertos privilegios, no está dispuesta a renunciar a ellos. Esto se evidencia en la intensidad del movimiento en las principales universidades, donde su influencia es más palpable pero limitada a una élite seleccionada.
En su libro We Have Never Been Woke: The Cultural Contradictions of a New Elite, Al-Gharbi argumenta que las políticas woke son ineficaces y paternalistas, asumiendo que los marginados no pueden emanciparse por sí mismos. Además, señala que en sociedades donde el wokismo está más presente, las desigualdades tienden a ser más evidentes.
Conceptos como "interseccionalidad", "microagresión" o "privilegio" han perdido visibilidad en los medios principales, y numerosas iniciativas legislativas buscan restringir la influencia woke en instituciones educativas y empresariales, reflejando un decrecimiento en su popularidad.
Futuro de la cultura woke
Aunque es prematuro determinar si el wokismo enfrenta una verdadera crisis o simplemente ha dejado de dominar el debate público, está claro que su influencia en Europa persiste. Según Kaufmann, para realmente moderar su impacto, es necesario intervenir en los sistemas educativos y legales, más allá del ámbito mediático.
La cultura woke, pese a sus desafíos, sigue siendo un tema predominante en los medios europeos, y su evolución futura dependerá de cómo se aborden sus raíces ideológicas y su implementación práctica en la sociedad.
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