“Los extraños”, otra delicadeza de Vicente Valero
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El poeta, ensayista y narrador Vicente Valero (Ibiza, 1963) lleva varias décadas publicando libros y levantando, desde editoriales de mediano tamaño, desde una voz queda pero muy reconocible, un respetable edificio literario. Sin embargo, no ha sido hasta “El tiempo de los lirios” (2024, ya reseñado en estas páginas) cuando abandonó el habitable y reducido cercado de sus lectores para ser celebrado en periódicos, tertulias radiofónicas y hasta en nuestras conversaciones. Porque para un lector habitual hay pocas alegrías equiparables a la de descubrir el mundo interior de un autor maduro y desconocido.
En la inercia de la ola, la editorial Periférica, que apostó desde muy al principio por el talento de este escritor, lanzó en noviembre de 2024 una edición especial por el décimo aniversario de “Los extraños”, publicado originalmente en 2014. El libro contiene una colección de cuatro historias más o menos autobiográficas y, por todo lo dicho, tiene más el sabor de una novedad literaria que de una reedición.
Valero recoge las vidas de antepasados suyos a quienes, si llegó a conocer, lo hizo de refilón. Presenta a personajes extravagantes, desde un ajedrecista maniático hasta un ingeniero militar o un viejo republicano en el exilio, que fueron, con más o menos cercanía, sus familiares. Las historias están narradas a partir de la cronología de los hallazgos por parte del autor, quien dedica tiempo y recursos -hay unas páginas estupendas de un viaje al sur de Francia- a investigarlos. Se trata de vidas complicadas, con el sabor de una tristeza pacífica, llenas de infortunios y de íntimos fracasos. Pero, curiosamente, no infelices. Con el epicentro de la isla de Ibiza, las existencias de estos extraños llevan al lector a Buenos Aires, Cabo Juby (en la zona sur del protectorado español de Marruecos), México, Filipinas o a Viena. Dibujan ese mundo previo a la aldea global en el que un viaje podía significar media vida de separación y en el que la llegada de una carta, semanas después de ser escrita, nos bastaba. Hay en su prosa una elegancia clasicista, con frases de larguísimo aliento, pero sencillamente construidas, con un uso muy fino de la paradoja, que engrasa la lectura, que no deja de perfumarla de ironía cervantina.
¿Qué interés guardan estas personas para quienes nada tienen que ver con ellas? Ciertamente muy limitado. A priori podría parecer un ejercicio de nostalgia familiar, sin embargo, Valero sabe hacer literatura de la vida y de esa forma consigue que se lean con gusto. En realidad, el lector encuentra una mirada humanísima hacia esos familiares, una forma de habitar desde la piedad y, de alguna manera, un tú a quien conocer. Cuando se trata con tanta misericordia las aventuras de estos personajes del pasado, es inevitable pensar en nuestras vidas, en el discurrir inexorable del tiempo y, entonces, sentir una vocación hacia la nobleza.
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