Andrea Marcon dirige una vibrante “Arsilda” de Vivaldi en el Auditorio Nacional

Andrea Marcon dirige una vibrante “Arsilda” de Vivaldi en el Auditorio Nacional

Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 2-II-2025. Ciclo Universo Barroco del CNDM. La Cetra Barockorchester Basel. Director: Andrea Marcon. Benedetta Maccucato, contralto (Arsilda). Beth Taylor, mezzo (Lisea), Nicolò Balducci, contratenor (Barzane) Shira Patchornik, soprano (Mirinda), José Coca Loza, bajo (Cisardo), Jone Martínez, soprano (Nicandro) y Leonardo Cortelazzi, tenor (Tamese). A. Vivaldi: Arsilda, regina di Ponto, RV 700 (estreno en España). 

Aunque la denominación “recuperación histórica en tiempos modernos” despierta a menudo ciertos recelos (más de una vez justificados) en los aficionados, cuando lo que se recupera es una obra de Vivaldi, es difícil equivocarse. Y justamente de recuperar una Ópera de Vivaldi hablamos. Se trata de “Arsilda, reina de Ponto, RV 700”, ópera estrenada el 27 de octubre de 1716 en el veneciano Teatro Sant’ Angelo. Recuperación que tiene interés por varias razones. No es la menor el hecho de que la faceta operística (muy notable) de Vivaldi no suele merecer la atención de músicos y programadores (y, por ende, del público) en igual medida que la de su célebre catálogo de piezas concertantes, a la cabeza de las que figuran las “Cuatro Estaciones”. Pero, como bien señala Pablo J. Vayón en las notas al programa de mano, la producción del compositor veneciano en materia de ópera llegaba, incluso si nos limitamos a las que se conservan (aunque de algunas faltan incluso actos enteros) a sobrepasar la veintena.

Un segundo ingrediente de interés es que “Arsilda” ha sido objeto de una nueva y completa edición por parte de quien la ha ofrecido en Madrid, Andrea Marcon, que la ha llevado al disco (lanzado hace apenas dos días) como parte del enorme empeño que el sello Naïve lleva a cabo desde hace años para presentar en disco la obra completa de Vivaldi. “Arsilda” es el volumen 74 de dicha edición, y puede ya escucharse en plataformas.   

El libreto, como es muy habitual en muchas de las óperas barrocas, es enrevesado a más no poder. Hasta el punto de que, en el escueto programa de mano, hay un párrafo muy oportuno de “antecedentes” que conviene leer antes de entrar en la trama del primer acto, so pena… de no entender absolutamente nada. De hecho, incluso leyendo los susodichos, la trama resulta abstrusa. Teniendo en cuenta que antes de empezar la cosa Antipatra, reina de Cilicia, obliga a su hija Lisea a hacerse pasar por su hermano mellizo, Tamese, supuestamente fallecido en un naufragio, para poder acceder al trono. Para cuando empieza la ópera, Antipatra ya ha pasado a mejor vida y Lisea, travestido, ha accedido al trono, y anuncia el noviazgo con Arsilda, princesa de Ponto. A partir de ahí, el lío es de consideración, con descubrimientos de las identidades falsas, amores, traiciones y perdones. Todo termina bien (con doble matrimonio), pero el ir y venir es de esos que a uno le acaban llevando a dimitir del intento de entender la trama y a centrarse en la música que, como siempre en Vivaldi, es bellísima y llena de invención melódica e imaginación orquestal, incluyendo trompas y flautas de pico. El lío de travestidos e identidades falsas es aún más difícil de seguir cuando, como es el caso, se trata de una versión de concierto sin escenificar. 

Como apunta también Vayón, el éxito inicial de la obra no impidió el olvido posterior. Es cierto que en el último cuarto de siglo parece haberse recuperado el interés, con aportaciones significativas de grabaciones como la de Sardelli (CPO, en 2001) o, mejor aún, la de Václav Luks, al frente de su conjunto Collegium 1704 y con puesta en escena de David Radok, en una bellísima filmación del año 2017 en el Teatro Nacional de Eslovaquia en Bratislava, y que merece la pena pese a alguna que otra gotera en el reparto.

Lo escuchado en Madrid estuvo, como sería de esperar por razones de extensión, sensiblemente recortado respecto a la grabación que acaba de lanzar el propio Marcon. El concierto totalizó cerca de 140 minutos de música, y la grabación llega casi a los 190. Hubo, además, pequeños cambios sobre lo que anunciaba el programa de mano. El primer recitativo de la segunda parte, “Si tenti il mio destin”, fue eliminado y en su lugar se escuchó el aria de Lisea “Fra cieche tenebre” (preciosa y magníficamente cantada, además), no anunciada en el programa. Se eliminaron también los recitativos “Che intesi mai?” y “Al tuo braccio, al tuo ardir”, además de la supresión, esta sí anunciada en el programa, del aria “Cara gioia e bel diletto”. 

La orquesta barroca “La Cetra”, de Basilea, se presentó con un conjunto de cuerda de 4/4/2/2/1 (violines I, violines II, violas, violonchelos y contrabajo) más dos oboes (que también ejecutaron las partes de flautas de pico), fagot, dos trompas, dos tiorbas y clave. Los instrumentistas de viento actuaron también como ejecutantes de instrumentos de percusión para reproducir el canto de los pájaros o el sonido de viento. En el caso del primero, creo que con algún exceso cuantitativo por parte de Marcon en momentos como el aria de Nicandro “Ride il fior, cant l’augelio”, donde tanto sonido de pájaro acababa distrayendo. Por lo demás, la prestación orquestal, incluida la de las siempre comprometidas trompas naturales, fue magnifica. Resaltemos, además, que en el conjunto había dos compatriotas: Carles Cristóbal (fagot) y María Ferré (tiorba). Marcon, veterano y consumado vivaldiano, extrajo toda la vitalidad y contrastes que hay en esta música siempre vibrante y de lenguaje muy directo, ya desde el enérgico impulso de la preciosa “Sinfonía” inicial. Hay que destacar al extraordinario clavecinista Andrea Buccarella, que realizó un continuo sencillamente primoroso y acompañó los recitativos de manera magistral.

El elenco escuchado en Madrid contenía voces que aparecen también en la grabación (Coca, Mazzucato, Patchornik, Balducci y Cortelazzi) pero también dos (Beth Taylor y Jone Martinez) que no figuran en el registro. El nivel general fue más que apreciable. Las mejores voces, para quien esto firma, las portaban las dos sopranos: Shira Patchornik y nuestra compatriota Jone Martínez. La israelita Patchornik tiene una voz no grande, pero de dulce timbre, registro más que suficiente y excelente manejo de las agilidades. Lo demostró en muchos momentos, pero puede destacarse su aria “Un certo non so che mi punge”. Preciosa la voz de la vasca Jone Martínez, tampoco grande en el volumen, pero de una precisión absoluta en agilidades y una belleza envidiable de timbre y línea de canto. Sirva como ejemplo su estupenda lectura de “Quando sorge in ciel l’aurora”, al final del segundo acto. La británica Beth Taylor presentaba el instrumento de mayor presencia de los escuchados, y canta estupendamente en cuanto a expresión. Se mueve bien en los agudos, y los graves, un punto agrestes, de timbre casi masculino, tienen indudable presencia, pero el registro medio pierde cuerpo frente a ellos y el paso entre ambos es demasiado evidente. Con todo, momentos como el precitado “Fra cieche tenebre” tuvieron indudable altura. Mazzucato, pese a anunciarse como contralto, tiene una voz bonita, no grande, y es más mezzo que contralto; de hecho, los graves tienen escasa proyección. Con todo presentó una protagonista de loable expresividad. Excelente, por timbre, expresión y plausible manejo de las agilidades, el tenor Cortelazzi (aunque sufrió lo suyo en esa aria imposible que es “Siano gli astri”). Muy correcto, con presencia vocal y con agilidades justas, pero con apreciable línea de canto, el boliviano José Coca, y bastante ágil y expresivo el contratenor (en realidad más cercano a un sopranista) Balducci. Una muy entretenida y bonita velada vivaldiana, sin duda, con música de gran belleza, que se eleva muy por encima de una trama imposible. 

@estaciondecult

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