“El jardín del diablo”, un espejo a lo distópico de nuestra sociedad
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¿Qué pasaría si existiera un lugar donde la humanidad viviera en armonía con la naturaleza y tuviera el único pretexto de cuidar al prójimo? “El Jardín del Diablo” (Seix Barral, 2025) de Iván Repila (Bilbao, 1978) plantea esta posibilidad en su nueva novela. Con una prosa evocadora, el autor nos sumerge en las entrañas del Jardín, un universo donde la solidaridad y el respeto por el entorno son la base de la existencia.
La historia tiene su inicio en este paraíso donde los humanos conviven en equilibrio. En este mundo utópico existen los Curupira. Con el nombre de este ser mitológico, Repila denomina a aquellos que inician el vuelo más allá de los límites conocidos, aunque ninguno regresa. Volva, el protagonista, será uno de ellos y dejará su vida atrás. Su viaje le conducirá a la ciudad, un escenario opuesto a su lugar de nacimiento, donde la contaminación, el consumismo y el ritmo frenético de la vida se imponen frente a la calma y la cooperación del Jardín. Este choque entre lo utópico y lo distópico permite al autor desplegar una crítica mordaz a la emergencia climática, pero también a las bases del sistema capitalista que rigen nuestra sociedad.
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La historia está narrada a modo de fábula desde la perspectiva de Volva, quien relata su travesía a su hija. Este componente aporta una gran profundidad emocional que la hace aún más apasionante. La belleza del lenguaje de Repila y su capacidad para conmover al lector convierten a esta obra de lectura obligada.
De hecho, al comienzo la novela puede resultar desconcertante, pues cuesta ubicarse en este universo inventado. Sin embargo, la pluma poética del escritor es la que empuja al lector a avanzar y querer descubrir más. Repila cuida cada palabra con precisión, construyendo su universo desde lo más esencial. Esto explica la importancia de las hormigas en su mundo o el peculiar modo que tienen en el Jardín de comunicarse: “resonando” a través de la tierra. Son detalles que enriquecen este universo y lo hacen verosímil. La alternativa a la ciudad no es solo un refugio verde, sino un espacio donde la naturaleza es el centro, se manifiesta en su estado más puro e, incluso, rige las costumbres de los que lo habitan.
Sin duda, la fuerza del libro tiene mucha relación con su capacidad para hacernos reflexionar. El autor no solo deja entrever su crítica, sino que también evidencia las limitaciones del sistema e incluso la hipocresía de muchas consignas sociales. Repila nos enfrenta a la frustración de saber que el cambio se escapa de nuestras manos y a la imposibilidad de ser mejores en muchas ocasiones. Así, el libro trasciende el dilema ecológico para hablar de algo mucho más profundo: nuestra relación con la utopía y los obstáculos que nos impiden alcanzarla. Al final, “El Jardín del Diablo” es mucho más que una novela panfletaria. Es cierto que sus páginas reflejan el caos en el que vivimos en nuestra sociedad, pero su mensaje excede la premisa inicial. Como decía Eduardo Galeano: “la utopía está en el horizonte. Cada dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. Este libro nos anima precisamente a eso: a caminar, a cuestionarnos y a emprender nuestro propio viaje.
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