Seguridad jurídica y 'seguridad de crónica'
Ayer, en una tertulia radiofónica, aposté con una colega, obviamente más sabia que yo, por la hipótesis de que, tras su declaración ante el juez del Tribunal Supremo, el Fiscal General del Estado dimitiría.
Te puede interesar
Obviamente, yo también sabía que no sería así: se trataba de dar un poco de 'sex appeal' al programa, porque ya sabemos que aquí no dimite nadie. Sin embargo, creo que me consta el deseo de Alvaro García Ortíz de marcharse, abandonar el calvario que obviamente está viviendo, atacado por los cuatro costados no tanto por su presunto delito de revelación de secretos del novio de Isabel Díaz Ayuso, sino, más bien, por su absoluta, casi obscena, dependencia del Gobierno.
Aventuré que mal vamos cuando nada menos que el fiscal general del Estado comparece como imputado ante un magistrado del Supremo y no tenemos la seguridad de que saldrá dimitido del Juzgado, como sería lológico. Ya digo que no tanto porque sea culpable, que yo le concedo gustoso la presunción de inocencia, sino porque su caso resulta escandaloso, y eso es lo que no puede ser un juez ni un fiscal: piedra de escándalo. Y, por otro lado, la incertidumbre en la que nos hemos acostumbrado a vivir es mala cosa: los países más democráticos, eso lo aprendí en Suiza, cuna del aburrimiento y de lo previsible, son aburridos. Siempre ocurre lo que lógicamente debe ocurrir. España, desde luego, es lo contrario, y ello no es necesariamente bueno, claro.
Hemos dejado ya lejos las playas de la separación de poderes: el Legislativo, parte del judicial, el Constitucional, la Fiscalía, el Consejo de Estado, el CIS, algunos medios públicos, entre otras instituciones y cargos --¡incluyendo el Banco de España!-- , han sido okupados por el Ejecutivo. Y, si esta separación definida por Montesquieu es clave para definir la calidad de una democracia, la seguridad jurídica es otro aspecto a mimar para estar seguros de hallarnos en un régimen plenamente democrático. Me he atrevido a enumerar un tercer requisito (que, por cierto, tampoco se cumple): la seguridad de crónica.
Y ¿qué es la seguridad de crónica? Es el derecho que tiene el ciudadano a que los periodistas le contemos los hechos tal y como son. Resulta muy complicado, y como profesional lo sé muy bien, hilvanar crónicas coherentes cuando la información que recibes no lo es. Y pongo como ejemplo más reciente el famoso decreto 'omnibus', que nos dijeron hasta la saciedad que para nada iba a ser troceado, porque lo esencial y coherente era mantenerlo íntegro*y a los dos días, volantazo y el decreto despedazado, que es como parece que gusta en Waterloo. Antes había pasado lo mismo con el pacto con Pablo Iglesias, que no nos dejaría dormir; con Puigdemont, a quien íbamos atraer a España para meterlo en la cárcel, con los indultos, con la amnistía, con...
Desconcertar a los medios es desconcertar al ciudadano, de la misma manera que desconcertar a los propios ministros -y en el tema ómnibus ese desconcierto se hizo patente este lunes y martes en los muy distintos y distantes mensajes que nos lanzaban los miembros del Consejo de Ministros-es contribuir al caos del Estado.
Sí, la 'seguridad de crónica' tiene bastante que ver con la transparencia, con la libertad de expresión y con la veracidad, pero no solo. Tiene que ver, como los otros requisitos enumerados antes, con la buena marcha de un Estado democrático. Un país en el que no se puede ejercer una oposición coherente porque las reglas del juego, y el propio juego, se cambian no en días, sino casi en horas, es un Estado que corre el riesgo de comenzar a ser fallido. Una nación en la que los periodistas no saben, cuando van a la referencia del Consejo de Ministros, si se van a encontrar con la portavoz gubernamental o con el propio presidente, al que apresuradamente le han colocado un atril porque puede que ni él mismo supiese esa mañana que iba a comparecer en 'rueda de prensa' -es un decir: solo dos preguntas-, es una nación dislocada.
Luego se quejarán de que nos les apoyamos en sus medidas beneficiosas. ¿Cómo vamos a apoyarles, aun cuando lo hagan bien -y algo siempre se hace bien-si, cuando estás respaldando lo que han dicho cuando dicen 'digo digo', de pronto te lo convierten en un 'digo Diego'? Hay que tener mucho entusiasmo cafetero para adherirnos a la tesis A para que, en nada y menos, te lo desmientan para plantearte que la buena es la tesis B, que ayer oficialmente se proclamaba como nefasta. Así no hay quien se entienda ni les entienda. No nos culpen por nuestro escepticismo ni por la falta de entusiasmo: es que tragar sapos es Deporte que gusta poco, ciertamente.
Escribir un comentario