Madrid Bravos: cuando las cosas se hacen bien

No fui como periodista. Fui como aficionado. Como alguien que hace unos años jugó a esto en campos llenos de barro, sin apenas medios, con poco más que ilusión y unos cuantos compañeros dispuestos a dejarse la piel. El pasado sábado 17 de mayo, mi mujer me regaló por sorpresa dos entradas para el partido entre los Madrid Bravos y los Hamburg Sea Devils, el primero de la temporada de la European League of Football (ELF). Y allí estuve, en Vallehermoso, rodeado de un ambientazo que no era casualidad.
Había gente. Mucha. Y con ganas. Familias, parejas, chavales, curiosos. No era un evento para entendidos ni para nostálgicos del fútbol americano, sino un espectáculo bien montado, accesible, donde cualquiera podía disfrutar aunque no supiera distinguir un fumble de un first down. Lo de menos era saberse el reglamento. Lo de más, pasarlo bien. Y eso se logró.
La organización, impecable. Accesos fluidos, personal amable, sonido claro, ritmo ágil. Lo justo y necesario para que el deporte brillara. Nada que chirriara. Y eso, en Madrid, ya es noticia.
Ahora que algunos descubren el football americano como si fuera nuevo, conviene recordarlo: en Madrid se juega desde hace décadas. Algunos lo conocimos cuando aquello se jugaba en campos humildes, con más barro que líneas pintadas, sin apenas público y con equipaciones que pasaban de mano en mano como reliquias. No había focos, ni cámaras de televisión, ni grandes presupuestos. Había ganas. Y gente muy entregada.
Por eso lo del sábado no fue solo un buen espectáculo. Fue también una especie de redención. Una forma de decir: estábamos aquí antes de que fuera fácil.
No es solo cuestión de deporte. Es una cuestión de ciudad. Madrid no puede vivir anclada en lo de siempre. Que si el derbi, que si la Euroliga, que si el Bernabéu. Todo bien, sí. Pero hace falta algo más. Una ciudad de verdad, con músculo cultural y social, se define también por su capacidad de acoger otras cosas, de abrir espacios, de no repetir el mismo menú cada semana.
Lo que vimos en Vallehermoso fue eso: una propuesta nueva, bien hecha, que suma. Y que puede abrir camino para que muchos jóvenes madrileños descubran un deporte distinto, con otros valores, otros códigos y otro ritmo.
El año que viene, Madrid acogerá un partido oficial de la NFL. Palabras mayores. Será la primera vez que la mejor liga del mundo pise nuestro país. Y si se hace bien, no será solo un gran evento. Puede ser un punto de inflexión. Porque lo que empieza como espectáculo puede acabar siendo semilla. Para clubes, para escuelas, para chavales que aún no saben que este deporte existe, pero que tal vez tengan más cuerpo de línea ofensiva que de extremo derecho.
Si uno busca un plan distinto para un sábado, esto lo es. Es deporte, es ambiente, es comunidad. Y además, es apoyar algo que puede crecer mucho si se le da la oportunidad.
Madrid tiene la capacidad, la afición y la infraestructura para que esto no sea una anécdota. Solo necesita constancia y un poco de apoyo institucional. Que no lo conviertan en algo elitista, que no se lo coman las modas ni las campañas vacías. Que lo dejen crecer como crecen las cosas que valen la pena: desde abajo, pero con horizonte.
El sábado en Vallehermoso hubo espectáculo, sí. Pero también hubo sentido. Y eso, en los tiempos que corren, no es poco.