David Felipe Arranz: “Somos una sociedad tecnológicamente avanzada, pero cuestionable en cuanto a valores y a ética”
David Felipe Arranz (Valladolid, 1975) es periodista, filólogo y profesor en la Universidad Carlos III en Madrid. Hace unas semanas vio la luz su libro “España sin resolver, crónica de la postransición” (Pigmalión, 2021) en el que agrupa sus crónicas y artículos más provocadores publicados a lo largo de una década. En esas páginas analiza la fragmentación de la vida política y social de los españoles. Y con motivo de su publicación desde Madrid Actual hemos tenido una charla con él.
Eres periodista, director de comunicación, haces radio y televisión… impartes clase en la universidad… ¿Quién es David Felipe Arranz?
Un vallisoletano, más Idealista que realista, más rebelde que dócil, convencido de que la cultura y la educación nos hacen mejores, y persuadido de la misión de que hay que transmitirlas, y que nunca dejará de soñar a pesar de los encontronazos con los molinos de viento. Me siento muy afortunado.
Eres natural de Valladolid y llegas a Madrid, como tantos, desde fuera. La capital es una ciudad distinta a otras: muy grande, siempre con prisa, anónima… ¿Madrid puede ser casa?
Madrid es una casa de alquiler para los que venimos de provincias, una pensión con una patrona voluptuosa que primero te sonríe, después te seduce y termina echándote porque te sube el alquiler. A Madrid hay que tratarla de tú a tú, con asertividad, pero con mucha prudencia y con las maletas hechas, como con alguna novia inestable. La casa familiar siempre está lejos de donde uno se afana por ser algo o alguien, y eso lo sabían muy bien los prerrenacentistas como Juan de Mena, Jorge Manrique o el Marqués de Santillana, aunque Homero en la Odisea nos muestra a Ulises volviendo a Ítaca después de una década: yo llevo ya una de más. “Menosprecio de Corte y alabanza de aldea”, lo tituló fray Antonio de Guevara. En Madrid los días son triunfales y las noches fulgentes, pero por debajo, en las catacumbas, yacen los despojos, la España anónima doliente que no llega a fin de mes o que duerme en la Plaza Mayor o en la Gran Vía en la intemperie. Y los nuestros son de los índices de pobreza infantil más altos de Europa. ¿Esto es un triunfo? Eso es un fracaso social del sistema: a la capital la hacen las vidas provincianas que se van consumiendo mientras las élites depredan y agostan esas vidas desconocidas que van a parar a la fosa común de anónimos que soñaron un día como tú y como yo con ser felices. Madrid puede ser casa, sí, temporalmente: luego hay que marcharse o, simplemente, dejarse engullir por ese aluvión de emociones que es Madrid o chamuscarse como la polilla en la lámpara de la noche, que es lo que hace el españolito nocturnal desde hace siglos, de Larra a Eduardo Haro Ibars. Hay huellas del Madrid bohemio y artístico que sí me interesan: desde la Cuesta de Moyano o El Rastro a sus museos, pasando por los mil teatros o sus últimos cafetines del periodismo croché y artesanal, entre cócteles. Todo está ahí, en los “maudits”.
¿Qué proyecto profesional -o no profesional- te ilusiona ahora mismo?
En lo personal, aprovechando mi participación los lunes en Castilla y León TV con “Libros y castillos”, estoy recuperando la niñez, volviendo a los lugares y libros de mi infancia (cuentos y tebeos), a las historias de amor y a los amores con historia. A los recuerdos de los muchos recuerdos en Valladolid. Lo recogeré todo en un libro, probablemente. A veces creo que todo lo que nos ocurre cuando dejamos de ser niños carece de importancia: en muchos sentidos, crecer es un exilio espiritual e involuntario de nosotros mismos. Allí donde hay niños, existe la edad de oro, pensaba con acierto Novalis. Probablemente creo que uno va muriendo poco a poco cuando olvida aquellos personajes y criaturas de la ficción: Don Quijote, Edmundo Dantés, los tres mosqueteros, Drácula, doctor Jekyll, Frankenstein, el Hombre Lobo, la Momia y el Fantasma de la Ópera, y por eso arrancamos hace un año el “Cine Club” de Cuarto Milenio, con Iker Jiménez. En lo profesional, me estimula mucho ahora Cultura Commodore, un maridaje gastronómico, periodístico y cultural que hemos puesto en marcha.
Has vivido muy de lleno este virus… ¿En qué hemos mejorado en esta crisis del COVID? ¿Qué rasgo positivo te ha sorprendido en estos meses?
Como positivo, la capacidad de recuperación que tiene el cuerpo humano para luchar contra la Muerte cuando uno ya no es dueño de sus actos: es milagroso. Me sacaron el 28 de diciembre de 2020 de mi casa semiinconsciente dos enfermeros en una ambulancia y, ante el escenario dantesco –mayores agonizando a diestro y siniestro–, salí muy pronto del hospital por mi propio pie, pidiendo un taxi mientras llovía a cántaros, para que me pautase en casa vía telefónica el doctor Tomás Camacho, eminencia en enfermedades respiratorias y un ser maravilloso. No creo que la pandemia haya mejorado nada ni a nadie: al contrario, ha catalizado tendencias sociales que apuntaban maneras: frialdad, indiferencia, individualismo, racismo, crispación, violencia, darwinismo, picaresca, neoinquisición y ausencia de empatía y de ternura con el prójimo; somos una sociedad tecnológicamente avanzada, pero cuestionable en cuanto a valores y a ética, poco autocrítica, y con tendencia a ensalzar al monstruo y al psicópata. Pero hay que disimular y decir que todo es estupendo, proclamar el señorío del jeta y del mediocre, que es lo que se lleva. Vivimos en una sociedad durmiente tutelada por lobos con piel de cordero y de corderos que admiran a los lobos.
De formación filológica y periodística. Aún escribes tus columnas de manera que estas, publicadas en un libro años después, conformen un todo unitario. En una de tus columnas escribiste: “De jóvenes quisimos ser periodistas y escritores o “literatos”. (…) Eran el periodismo y la lectura y la escritura esa manera más honda de suspirar, como una necesidad, y a la vez, un cautiverio…” ¿Sigues creyendo que el periodismo y la literatura tienen algo que ver? De joven querías eso… ¿lo sigues queriendo?
Por supuesto que lo sigo queriendo, aún más, si cabe. Creo que ambos trabajan con la palabra y para mí la carrera de periodismo fue una continuación de la de filología hispánica, pasando por esa maravilla que es la literatura comparada. Macerados en la palabra, la literatura y el periodismo responden a la obstinación idealista de contar historias: en el primer caso son ficcionales y, en el segundo, reales y objetivas, pero no por ello se han de dejar de contar estéticamente, haciendo un esfuerzo más allá del dato desnudo, como hacía el Nuevo periodismo. En Estados Unidos, por ejemplo, lo hacen Jon Krakauer o Ted Conover, la gente de “The New Yorker”... Muchos piensan que el periodismo de datos es la panacea universal, pero el dato sin el relato no es nada. Soy el primero en contrastar y buscar las mejores fuentes, manejar dosieres fiables, pero hay que construir el reportaje, el artículo, tornearlo, desbastarlo, que es lo difícil… Hay colegas que son más austeros con la prosa, y yo pienso que hay que ser generosos con el periodismo y en general, empezando con los demás y acabando por uno mismo.
2022 comienza con despidos de periodistas, con viejos medios que se resisten a caer y nuevos medios que buscan la fórmula mágica. Cada poco volvemos a leer que uno u otro grupo hace un ERE. Como periodista de raza que eres… ¿Qué futuro ves al periodismo? ¿No te cansas de luchar?
El concepto de gratuidad le ha hecho mucho daño al periodismo. El periodismo tendrá el futuro que la sociedad española quiera que tenga: el reto de la profesión está en los centennials y en cómo esta generación Z, gracias a los modelos y narrativas transmedia, dará nuevo aliento a otras formas de contar las noticias, siempre que no nos perdamos y abismemos en la forma. Con respecto a la contienda, cada día gano pequeñas batallas, pero no la guerra: todavía me queda mucho por aprender y hacer, libros, proyectos, viajes, entrevistas como aquellas que hacían Mike Wallace, Oriana Fallaci o José Luis de Vilallonga, al que tuve la suerte de tenerlo como tertuliano en “El Marcapáginas”…
¿Qué importancia le das al periodismo de investigación? ¿Por qué crees que en España este tipo de periodismo funciona con un cierto atraso?
Toda. Lo del atraso se debe a que el lector prefiere visceralidad y tertulia, que le confirmen sus ideas preconcebidas. Se hacen y se han hecho excelentes reportajes en España, como los que hizo el maestro Antonio Rubio en “El Mundo”, los que se publican en los suplementos dominicales, etc. Me gusta especialmente todo lo que publica “Le Monde Diplomatique” en español. Para investigar hay que tener medios y tiempo; el periódico o medio ha de facilitar al periodista una cobertura económica y las herramientas necesarias, y dejarle que el reportaje cuaje. Ahora no se lleva ni lo uno, ni lo otro. Con respecto al tiempo de cocción, me gusta el ‘slow journalism’ de “El Norte de Castilla”, por ejemplo, donde pueden transcurrir algunos días desde que planteas un reportaje o una entrevista en profundidad, hasta que se publica. Las cosas buenas, como el amor o el periodismo, llevan su tiempo.
¿Cuál es tu consejo para los jóvenes estudiantes del periodismo?
Como siempre les digo a mis alumnos de la Universidad Carlos III de Madrid, que no permitan que nadie critique su elección de carrera: hay oficios mucho más indignos en España, como el del político profesional que ha vivido toda su vida de la mamandurria de lo público, y precisamente el periodista está para controlar sus abusos, sus mentiras y su parasitismo. Los políticos son mentirosos compulsivos porque su carrera está cimentada en falacias que poco a poco van saliendo a la luz, aunque siempre hay excepciones, como Enrique Tierno Galván o ahora la ministra Yolanda Díaz, con los que podremos estar en acuerdo o no, pero que creen en lo que predican. El periodismo, por definición, es el antónimo de la cleptocracia. Por eso nos ponen tantas trabas y dificultades y por eso también nos asesinan en todo el mundo: cuatro periodistas han sido acribillados a balazos en México en lo que llevamos de año mientras el Gobierno de López Obrador mira hacia otro lado. Pero no nos vayamos tan lejos: en España, Reporteros Sin Fronteras, la FAPE y la APM han denunciado los vetos a una decena de medios que se hacen desde Moncloa. “No es la primera vez que tenemos que afear convocatorias o comparecencias poco transparentes, que atentan contra la debida igualdad de trato que el Gobierno ha de tener para con todos los medios y para con los ciudadanos que libremente los eligen como fuente de información”, ha asegurado Edith Rodríguez Cachera, vicepresidenta de RSF España. Y al Ejecutivo, en perpetuo ejercicio confiscatorio, no se le cae la cara de la vergüenza.
Recomiéndanos un libro que tiene que estar obligatoriamente en la estantería de un periodista.
“Artículos de costumbres” de Larra y también “Trilogía de Madrid” (1966), de Francisco Umbral.
En los libros citas autores muy diversos… Desde Capote hasta Paco Umbral, de Alexander Lernet-Holenia o Hermann Ungar a Madame Roland. En este momento, ¿cuáles son tus referencias literarias?
Estoy redescubriendo a Bruno Schulz, Clarice Lispector, Thomas Bernhard, Shirley Jackson, a franceses del thriller como Maurice Renard, Pierre Very o Frédéric Dard… También releo a los clásicos de la literatura española, siempre: Quevedo. Cuando te sumerges en el universo de un escritor, quieres leerlo todo. Sobre la mesa tengo a Julián Quirós con el poemario “Pérdidas y ganancias”, Anthony Trollope, con “El mundo en que vivimos”, y a la chilena María Luisa Bombal con “La última niebla” y “La amortajada”.
¿Y las cinematográficas? Hablas de decenas de directores de cine: Ford, Clooney, Schell, Besson… ¿qué película de los últimos años es imprescindible?
“La gran belleza” (2013), de Paolo Sorrentino. La fui a ver con mi hermano Alfonso y nos quedamos impactadísimos: es un viaje a un arrepentimiento, a ciertas indolencias del oficio, a la Roma de Federico Fellini.
En estas columnas señalas actos de los hombres muy hermosos y también te muestras muy crítico con políticos de uno y otro espectro. A veces da la sensación de que son “los mismos perros con distintos collares…” ¿es así?
No sé si perros o más bien chacales. Sospecho que España, aparte avatares históricos como es, por ejemplo, haber padecido en silencio cuarenta años de dictadura, decidió hacerse la tonta durante el resto de su vida democrática, como aquellos siervos de la gleba en la Edad Media que dejaban su voluntad en manos de un gran señor o de un terrateniente, que les cedía unos pocos privilegios para que creyesen que eran del todo libres. Pese a la pandemia, los más ricos del planeta han aumentado su patrimonio un 30% en 2021: vivimos un tiempo post mortem, no lo olvidemos, e igual que Azaña dijo que “España se acostó monárquica y se levantó republicana”, nosotros nos acostamos sanos en marzo y nos levantamos muertos y enterrados por miles. Y eso, insisto, nadie debería olvidarlo, como tampoco la indefensión de la población, los más de cien mil españoles que están criando malvas, la gestión de las residencias, la improvisación con la que se ha hecho todo desde ministerios y consejerías… Estos señores no están preparados para nada, salvo para sentarse en el escaño y vivir del cuento guerracivilista ad aeternum. Estoy a favor de la ley de Memoria histórica, solo que ya se empiezan a morir los hijos de los muertos en la contienda del 36, sin ser atendidas sus súplicas precisamente por la inepcia de la casta parasitaria.
En una columna te haces una pregunta que te vuelvo a hacer ahora: ¿Tienen cabida en este mundo los que creen en palabras como “compromiso”, “amor” o “romanticismo” a pesar de ser diana fácil de la hilaridad colectiva? ¿Tenemos que vivir “en esa geografía rara, insólita y admirable que es la derrota”?
Yo soy un romántico convencido y creo que estamos llamados a trascender la mera zoología: el hombre es más que cópula, alimentación y deporte, por mucho que se empeñen los manuales en reducirnos a biología celular. España es mucho más que unos señores que se lo llevan crudo, empezando por Cervantes, pasando por Lope, Buñuel y Galdós, y acabando en Javier Marías. La derrota es el ‘spleen’ de un joven periodista que se queda dormido de ebriedad y melancolía, bolígrafo en mano sobre la libreta llena de notas y entrevistas, en la mesa de mármol o en el tablao de los Austrias, contra la madrugada pávida y fría del más crudo invierno, con el corazón recién roto porque se lo dio torpemente a quien no debía. A partir de ahí, a la mañana siguiente y con una gran resaca por haber vivido una farsa y la infinita felicidad de estar vivo, podrá escribir una crónica inolvidable de su tiempo, haciendo de su “derrota” individual una victoria colectiva a través del buen periodismo.
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