“El mal dormir” de David Jiménez Torres: un viaje por los desvelos

“El mal dormir” de David Jiménez Torres: un viaje por los desvelos

“Siempre he dormido mal” es solo la antesala de lo que supone el insomnio y así nos lo transmite David Jiménez Torres (Madrid, 1986) en su ensayo, “El mal dormir” (Libros del Asteroide, 2022).

El profesor universitario, doctor en Estudios Hispánicos e investigador en la Universidad Complutense comienza el libro con esa sencilla, pero contundente sentencia, realidad interna a través de la cual percibe (sin escapatoria) la externa. Autor de novelas tan diferentes como “Cambridge en mitad de la noche” (2018) o “2017. La crisis que cambió España” (2021), ensayista y columnista -actualmente de “El Mundo”, aunque ha publicado en otros medios- se ha visto influido por una tónica perpetua en su vida: el mal dormir. No es que sea original, nuevo o remoto; sin embargo, es una verdad a la que muchos nos enfrentamos y acerca de la cual pocos hablamos. O sí, pero sin la gravedad y análisis a los que llegan las palabras de Jiménez Torres.

El insomnio y sus consecuencias son lastres diarios a los que debe enfrentarse el escritor, angustia tal que, como él mismo afirma, lo ha llevado a profundizar en la materia mediante la redacción de “El mal dormir”. En el ensayo, Jiménez Torres recorre sus desvelos y acerca los pensamientos y sensaciones que le han provocado y le provocan las pesadas horas que permanece despierto. No obstante, acude también a datos empíricos y a la historia del sueño para argumentar sus reflexiones. Así, se detiene en los patrones que definían los ciclos nocturnos de nuestros antepasados y encuentra cierto desapego en las declaraciones que concluyen que “ahora dormimos peor”. La frustración de un insomne es precisamente no encontrar un motivo que clarifique su condición, lo que, en definitiva, no puede explicarse totalmente como derivación de un mayor uso de las tecnologías, las exigencias de la productividad capitalista o las alteraciones rutinarias que acechan justo al apagar la luz. Sin embargo, sí encuentra cierto consuelo en revisar cómo estas distintas fases han pasado por su biografía, ya sea de manera habitual o casual, pero bajo una única constante: la incapacidad para dormir.

Con un desolador “¿cómo es que hay tanta gente que no logra hacer algo a lo que nuestro cuerpo nos condena?”, el autor ejemplifica el “fracaso” que supone no lograr conciliar el sueño. Esta sensación irrevocable permanece a nuestro lado como una sombra que nos recuerda que estamos gafados. El escritor la distingue bien, en todas sus facetas, tanto por la noche como por el día y, por ello, en su ensayo diferencia también estos dos estados. Las noches son un tumulto de imprecisiones efervescentes que acuden al amparo de una única presencia: la soledad. Y, en medio de ella, “las palabras irrumpen en cuanto apagamos la luz”.

Jiménez Torres sabe dar forma a los sentimientos del maldurmiente. Habla por nosotros y plasma una premisa clara: da igual las vueltas que se den, da igual las veces que nos levantemos, nos acostemos de nuevo y volvamos a levantarnos -quizás en este punto incluso las palabras nos han abandonado-, pero nosotros, irremediablemente, “seguimos ahí” y, en estos dos términos, David resume la angustia de miles de “ojerosos”. Las noches se suceden y a nuestras preguntas solo responden ecos.

“El mal dormir es el cristal empañado a través del cual debemos vislumbrar espacios enteros de la vida. Influye en cómo afrontamos las noches y cómo pasamos los días”. El autor comparte que las mañanas son incluso un peso mayor. En el trascurso de la jornada nos acompaña el cansancio de las horas sin dormir, neblina con la que un insomne aprende a vivir. Además, el libro nos descubre una realidad que quizás pocos percibimos; la angustia nocturna se viste de complejo por el día. Es curioso como miles de personas viven con el temor a que se descubra que su validez, ya sea profesional o personal, pende de un hilo al verse incapaces de dormir. No obstante, es real. La seguridad que te aporta haber descansado se desvanece conforme el reloj marca las horas que sigues despierto.

Entiendo lo que se describe en “El mal dormir”, puesto que yo misma soy presa de los desvelos y del torbellino de emociones que acuden con él. Este autor sabe darles nombre y apellidos, y, aunque no solucione el problema, sin duda alivia comprender a qué nos enfrentamos y, además, reconocer miedos personales en los demás. Su estilo conjuga una maestría absoluta por las letras con la capacidad catártica de representar al lector e introducirle dentro de sus pensamientos como si fueran propios. Articula por medio de la experiencia un conocimiento plenamente documentado, de modo que, a través de sus vivencias, nos presenta una imagen clara e identificable. Por ello, creo que uno de los puntos clave del ensayo son las reflexiones en las que desembocan los capítulos, ya sean de creación individual o referenciadas.  

Al terminar la lectura, uno siente que ha pasado por un viaje perfectamente estructurado y reconfortante. Es cierto que una de sus bases es acercar un universo desconocido a aquellos que pueden descansar con facilidad, pero los que nos reconocemos en las líneas de Jiménez Torres sentimos el consuelo de grupo. En este libro se lee que el mal dormir es una lucha en soledad, pero incluso en esta misma, nos descubre una comunidad. Quizás deberíamos hablar más entre nosotros y no esconder la angustia que resulta del insomnio. Quizás deberíamos preguntar a nuestro alrededor si se sienten identificados. Es probable, quizás también, que esto no sirva para nada, pero igual sí. Quizás hablar de lo que nos pasa ayuda a comprendernos, ya sea en un diálogo interior o exteriorizado y quizás estudiarlo ayude a su vez a determinar el problema o a descartar opciones. Quizás, puede ser, igual que existe la probabilidad de que, gracias a este libro, estas mismas sean las preguntas que acudan esta noche a cientos de desvelos.

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