“La corte del Faraón”, un Egipto dorado a lo “drag-show”

“La corte del Faraón”, un Egipto dorado a lo “drag-show”

Si algo quedó claro el pasado 7 de febrero en el Teatro de la Zarzuela de Madrid es que la “mente abierta” es una herramienta fundamental para asistir a ciertas reinterpretaciones del género lírico. La versión de “La corte del Faraón” firmada por Emilio Sagi y Enrique Viana (producción del Teatro Arriaga, Teatro Campoamor y Teatros del Canal en 2012) es, sin duda, un derroche de intenciones, “brilli-brilli” y tijeretazo del libreto en mano. Ahora bien, ¿qué queda de la esencia original de esta zarzuela sicalíptica en medio de tanto dorado y humor “moderno”?

“La corte del Faraón” es una zarzuela de enredo compuesta por Vicente Lleó con libreto de Guillermo Perrín y Miguel de Palacios, estrenada en 1910. Se trata de una obra dentro del género sicalíptico, caracterizado por su humor picante, con connotaciones sexuales, inspirada en la historia bíblica de José y la mujer de Putifar, pero pasada por el tamiz de la opereta, el cuplé y la revista. A lo largo del Siglo XX, la obra ha sido objeto de censuras y revisiones, manteniéndose como una de las zarzuelas más irreverentes y populares del repertorio español.

Para quienes hayan seguido el trabajo de Enrique Viana, su inconfundible sello no habrá supuesto sorpresa alguna. Viana, un “showman” todoterreno con inclinaciones drag, ha convertido este montaje en un espectáculo descaradamente orientado a un público más cercano a Chueca que al clásico amante de La Zarzuela. Y es totalmente válido, faltaría menos. Pero el problema llega cuando, en su afán de hacer suyo el espectáculo, se imponen cambios que rozan la mutilación de la obra original. Entre ellos, un monólogo de 15 minutos, con Viana en el rol de Sul, interrumpiendo el desarrollo de la trama para hacer cantar al público el “Ay va, Ay va”. Personalmente, la que suscribe no encontró gracia en el interludio, pero hay que reconocer que el público se lo pasó teta. Nunca mejor dicho.

El Egipto de Sagi y Viana es, en una palabra, dorado. Dorado hasta la exageración. Paredes doradas, vestimenta dorada, espumillones dorados y un escenario que brilla como si lo hubieran bañado en oro macizo. La escenografía de Daniel Bianco y la iluminación de Eduardo Bravo logran un impacto visual arrollador, transportando al espectador a un Egipto onírico, casi kitsch. Sin embargo, entre tanto esplendor, cuesta encontrar la esencia burlesca y transgresora de la zarzuela original.

Pero lo más desconcertante fue el cambio del terceto de las viudas, que originalmente parodia el machismo de la época, y que incluso fue prohibido durante el franquismo, por un texto sobre el empoderamiento femenino. Y no es que el feminismo no tenga cabida en el teatro (claro que lo tiene), pero la nueva versión resultó forzada y desentonada dentro del contexto de la obra.

En el plano interpretativo, Jorge Rodríguez-Norton se mostró más que desenvuelto en escena, encarnando al casto José. Luis Cansino, como el gran Faraón, aportó una madurez vocal con un toque menos serio del esperado. María Rey-Joly, en el papel de Lota, demostró su talento teatral y sensualidad escénica, aunque sus agudos rozaron lo estridente y su sobreactuación restó naturalidad en algunos pasajes. Ramiro Maturana, como el general Putifar, brindó una interpretación vocalmente sólida. María Rodríguez, como la Reina, comenzó con ciertas irregularidades, pero fue ganando confianza con cada escena.

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Carlos Aragón, al frente de la dirección musical, parecía más preocupado por interactuar con Sul que por centrarse en la interpretación musical, aunque logró acompañar correctamente a los cantantes a lo largo de la función. Una función que, con sus 90 minutos, terminó pareciéndose más a un cabaret que a la zarzuela sicalíptica original.

Sagi y Viana han apostado por una visión descarada y extravagante, lo cual puede generar división entre los espectadores más tradicionales y aquellos que buscan una reinterpretación libre de los cánones clásicos. No cabe duda de que este tipo de adaptaciones abren el debate sobre la preservación y actualización del género lírico español. Pese a las diferencias de criterio que pueda generar, la respuesta del público fue entusiasta. Las carcajadas resonaban en la sala y el ambiente festivo fue innegable. Si bien algunos asistentes pudieron salir con la sensación de haber asistido a un espectáculo que poco tenía que ver con la zarzuela tradicional, otros disfrutaron plenamente del humor y la estética contemporánea. Al final, la clave está en la expectativa con la que se acude a este tipo de propuestas.

En definitiva, para la que firma este texto, esta “La corte del Faraón” ha cambiado la picardía castiza por el humor del “drag-show” y la crítica social por el empoderamiento de manual. Una apuesta que, sin duda, tiene su público y su razón de ser en la escena contemporánea. Pero para quienes gusten de una representación más fiel a la zarzuela original, el resultado ha sido una experiencia dorada... pero no precisamente brillante.

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