“Los seres queridos”: esa “otra mujer” que queda atrás

“Los seres queridos”: esa “otra mujer” que queda atrás

“Así fue como, en el curso de un solo día, mi hijo no fue el único en salir de mi cuerpo, sino, sobre todo, yo misma”. 

En apenas línea y media, Berta Dávila (Santiago de Compostela, 1987) define la premisa de su última novela, “Los seres queridos” (Ediciones Destino, 2022). Novelista y poeta, mayoritariamente, en letras gallegas, se da a conocer en el mundo de la escritura con la publicación de “O derradeiro libro de Emma Olsen” (2014). El libro consigue ser la mejor ficción en el Premio de la Asociación Galega de Editores y se traduce tanto a castellano como a italiano. Este reconocimiento es solo uno de tantos, ya que sus obras atraen galardones como el de Novela Manuel García Barros, Crítica española de narrativa y poesía en lengua gallega o el Premio Repsol de Narrativa Breve. “Carrusel” (2019), “Raíz de fenda” (2013) e “Illa Decepción” (2020) prestigian su carrera, sin dejar a un lado a “Los seres queridos”, cuyo análogo en gallego ya ha obtenido el Premio Xerias. 

Dávila nos adentra con esta última novela, publicada el 10 de marzo en gallego (“Os seres queridos”) y el 30, en castellano, en la odisea que puede suponer el posparto. Contrariamente a la imagen idealizada y feliz que muchas veces se relaciona con el nacimiento de un hijo, la autora nos abre las puertas a las profundidades de sus pensamientos. Al mismo tiempo que se descubre a sí misma, nos descubre la farsa en la que se siente sumida. “Sentía que estaba representando la función de una impostora” o “me felicitaba por esas emociones, que me parecían correctas” comprenden los dos ejes sobre los que se desplazan sus sentimientos. Partiendo de una posición muy diferente a la considerada “normal”, la protagonista se ve envuelta en una serie de sensaciones agridulces que la impiden conectar con la criatura. 

Una de las primeras emociones que evoca es la del titular: se da cuenta de que para dar paso a la madre que es ahora, debe abandonar a la mujer que le precede. A modo de advertencia, la misma que nadie tuvo con ella, nos señala el “luto” que supone despedirse de una misma y asumir el papel de esa otra persona a la que llaman “la madre”. Distintas figuras femeninas desfilan por su mente y, ya sean amigas, hijas, esposas, abuelas o, directamente, madres, todas son mujeres en primer lugar.

La historia comienza cuando la protagonista se entera de que está embarazada por segunda vez. La experiencia de hace cinco años está muy presente, nítida, por lo que aquellos altibajos que tiñeron de amargura los meses posteriores al primer parto son suficientes para tomar una firme decisión: no quiere continuar con el embarazo. La escritora (también lo es el personaje) no titubea y opta así por el aborto. Un matiz curioso y, a mi parecer, destacable de la pluma de Dávila es que consigue conjugar varios tiempos, el presente y el recuerdo. Comienza con la narración de episodios actuales y el propio desarrollo de los mismos la conduce a momentos pasados, perfectamente hilados, construidos y resueltos de nuevo en el punto inicial. En ocasiones, simples elementos, como los tulipanes, encarnan una simbología que logra unir pasado y presente, recuerdo y realidad. 

Tal vez como simple ejemplo de que “un acontecimiento determinante (…) tiene el poder de fijar en la memoria los pequeños sucesos inapreciables que han ocurrido justo antes (…) como si, a pesar de no guardar relación con el asunto, de alguna manera estuviesen ahí para precipitarlo”, la autora intercala en la historia actual aconteceres anteriores y, de esta manera, podemos saber qué ocupa la mente de la protagonista y qué pensamientos comprende su monólogo interior. 

Como ella misma afirma, quizás estos puntos, concretos y aparentemente inconexos y/o innecesarios, son las razones que precipitan su ánimo. O quizás son meros engranajes de una realidad que necesita ser contada y un silencio que lucha por ser roto. Solo así podrá ilustrar cómo se siente, aun a sabiendas de que no son los sentimientos habitualmente aceptados por la mayoría. En medio de estas reflexiones, la protagonista regresa al posparto y comprende que no, no estaba bien; no, no se sentía cómoda, y no, no desbordaba la alegría exigida en su situación. “Traer al niño al mundo no fue sencillo. No fue una travesía blanda y amorosa, sino un proyecto enormemente técnico”. Ella tiene claro que todo lo que hasta entonces sabía de los partos se había esfumado y solo quedaba la neblina de la idealización. 

Tampoco ahora encuentra ideal la crianza de un segundo hijo, motivo por el que decide interrumpir el proceso. Debe entonces volver a recordarse que no está fallando a nadie, que no es mala madre y que no debe nada a aquellas mujeres que, como ella misma en su primer embarazo, no consiguen quedarse en cinta. “Una madre reciente es un lugar donde la controversia o el arrepentimiento no caben, porque todo debe ocuparlo la felicidad. Y yo no quiero volver a ese lugar”. Un “como se supone que tiene que ser” impide que exteriorice sus verdaderos pensamientos y estos no hacen más que presionarla por dentro. Lo que se espera y lo que es luchan por expresarse mientras un cuerpo hastiado pide tregua y la clave para sincerarse, comprensión. También ante ella misma.

Una de las grandes conclusiones a las que lleva la novela es que “un niño tarda nueve meses en formarse” y, sin embargo, “nadie sabe cuánto tarda en formarse y nacer una madre”. La escritora no pide que esta sea la máxima de todo parto, solo quiere ser escuchada y darle nombre a lo que siente, posición que, en realidad, todos experimentamos alguna vez. Encuentra consuelo cuando se deja llevar hacia expresiones que desvelan que “nunca he sentido el amor fraternal”, sin justificaciones ni peros, aunque estos luchen por matizar lo dicho en caso de que no sea “correcto” (signifique esto lo que signifique). 

Por supuesto que quiere a su hijo; sin embargo, la relación que existe entre ellos no es de idolatría y no es instantánea, la construyen al tiempo que se conocen. La novela también explica este proceso, nos presenta al niño y lo dota de una personalidad que la mujer reconoce y aprende a querer. “No quiero a mi hijo por el hecho de ser su madre, sino por quién es él; porque no me pertenece, le pertenece al mundo; porque no lo instruyo ni lo dirijo, solo lo acompaño, como él me acompaña a mí”. Es sanador identificarlo, para ella misma y para el resto, e igualmente válido. Y no es que la autora busque validez con el libro: ella busca voz. Busca que se entienda que lo que le sucede tiene un nombre y que es más común de lo que parece. Busca que lo “habitual” no castigue lo diferente y, sobre todo, que no camufle y postergue el reconocimiento de dolores reales. A este en concreto se le llama depresión posparto y atormenta, no solo por lo que implica, sino por no escucharse. Solo a partir de la comprensión y de la definición es posible desenredar los nudos que se acumulan en el centro del pecho. Gracias, Berta Dávila, porque has conseguido transcribir el silencio que martiriza a muchas mujeres.







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