“El susurro del ángel”, una novela de humanidad

“El susurro del ángel”, una novela de humanidad

La noche de San Juan. Una familia. Dos hermanos. Uno desaparece. Da “comienzo el espectáculo”.

“El susurro del ángel” (Plaza & Janés, 2022) presenta la historia de Biel, un niño de dos años que se desvanece la noche “más mágica del año”. Es costumbre en Calella de Palafruguell, un pueblo de la Costa Brava, reunirse en torno a la plaza el 24 de junio. Allí el alcalde entona un discurso a medianoche y empieza la fiesta, con sus respectivas hogueras y fuegos artificiales. Sin embargo, esa noche “mágica” se torna en pesadilla cuando el pequeño de la familia Serra se esfuma sin dejar rastro. El eco de las campanas de la Iglesia y la intermitencia de las luces amparan la desaparición, de la que su hermano, Ferrán, se responsabiliza. Este, encargado de Biel, se despista un momento para grabar un vídeo a su pareja. Al bajar la mirada, comprende la falta del niño junto con su triciclo. A partir de entonces, comienza el caos. 

Tras “El vuelo de la mariposa” (2020), esta obra de David Olivas (Albacete, 1996) constituye la segunda novela para adultos de su producción. Olivas combina las letras con su actividad como fotógrafo, lo cual se percibe en cada uno de sus libros. Abraza sus dos pasiones y las vuelca en el papel. Transforma líneas y palabras en películas y pinta imágenes muy precisas en el imaginario del lector; Olivas sabe cómo ilustrar la prosa. En “Serendipia” (2016) son los versos los acompañados por imágenes de creación propia, ya que, tal como él mismo considera, “de la misma forma en que la poesía es inmortal, la fotografía no morirá jamás”. Con “La misma brújula” (2017) da El Salto a la narrativa y con “La luz que siempre te di” (2018) recupera los versos para ahondar en su parte más artística, tanto literaria como visualmente. Todo ello sin abandonar la cámara, la misma que lo ha llevado a trabajar en El País, en conciertos o, incluso, en Netflix

En “El susurro del ángel”, el polifacético escritor demuestra el arte que desprende su oficio. No podemos limitarnos a aplaudir la trama, sino que la confección de la misma, punzada a punzada, apunta a nuestros sentidos y dispara luz y sentimiento. Cuidando los espacios consigue evocar un nuevo personaje, al que se toma el tiempo de conocer y de darlo a conocer. Acciones encadenadas. Colores. Sensaciones. Rapidez descriptiva. Resultado: secuencias cinematográficas.

No obstante, la diégesis funciona por sí misma, empezando por la dicotomía de su inicio. En las calles llenas de turistas quedan los corazones vacíos de la familia de Biel. La jovialidad de la fiesta, el descanso del verano y la dicha de la familia reunida frente a la angustia de la desaparición, la rabia del desconocimiento y la presión del reloj, cuyo minutero no espera, avanza sin compasión. De hecho, el argumento juega con la temporalidad mediante “el antes”, “el ahora” y “el después”. En la primera parte, el autor nos advierte de la inminente tragedia: “faltan tres horas”, “faltan diez minutos”, que desembocan en un “desapareciste hace nueve horas y veinticuatro minutos”. Con la precisión a la que solo la impaciencia conduce, la familia Serra araña el tiempo rogándole tregua a unos minutos que pasan sin respuestas. Normalmente, esta serie de incidentes llegan al público de manera superficial. Desde nuestras casas encendemos el televisor y durante cinco minutos escuchamos y casi nos sentimos parte del suceso, volatilizado una vez se funde a negro la pantalla. 

Es curioso el trato de la historia porque, gracias a ella, podemos traspasar la bidimensionalidad de la televisión y acceder al punto real de lo ocurrido. De pronto, estamos ante la familia, en su intimidad, y vemos cómo los medios abordan la noticia, pero no ya como espectadores, sino como afectados. La cobertura informativa es necesaria, pero contradictoria. Si un hecho no aparece en las noticias, no existe, pero si lo hace, no debe dejar de existir. Con esto se plantea la rapidez imperiosa por dar exclusivas, se pise a lo que se pise, ya sea a la verdad o a la familia, y así lo percibimos en la narración del escritor. Esta primera parte se rompe súbitamente por la segunda, narrada en primera persona por Eva, miembro de la Unidad de Inteligencia. De repente, estamos ante un libro diferente: otra voz, otro escenario y tres años de diferencia. Un interés personal por el caso lleva a Eva hasta Calella de Palafruguell, donde la investigación del secuestro ayudará a la resolución de sus dolores individuales. 

Al terminar la novela, la sensación que queda es la de un misterio bien armado y resuelto con maestría. Sin embargo, el punto clave que teje el argumento, pese a la dicotomía del género, es el amor. Amor por parte de la familia, que los mantiene con esperanza. Amor de Eva, el que procesa y el que recibe. Y amor de David Olivas para con el relato, que respeta en todo momento los entresijos de la trama y evoca coherencia en el desarrollo de la misma. Sin el amor como elemento constructor de la obra, probablemente los ímpetus de los personajes serían muy distintos. El autor cuida a sus protagonistas y los dota de una sensibilidad que cobra incluso mayor relevancia que la propia desaparición. Gracias al amor, a la comprensión de uno mismo y a la comprensión del resto, los personajes son capaces de resolver sus conflictos, los externos y los internos. A este parecer, nuevamente el tiempo hace mella y se instalan en sus pensamientos reflexiones tan certeras como que “luego pasó lo que pasa siempre. El tiempo” y entonces entendemos que ese mismo tiempo fugaz y doloroso también es sanación. 

Quizás a simple vista parece que estamos ante una novela de persecuciones, intriga y maldad. No obstante, en realidad se vertebra en torno al amor, la contemplación de un espacio sublime, la familia, el respeto, la esperanza, la comprensión y el propio tiempo. Ese que es castigo, verdugo y condena, pero también alivio, perspectiva y curación. Es cierto que el enigma y la resolución final consiguen mantener la tensión hasta las últimas páginas, pero no es menos cierto que la humanidad con la que se tiñe la historia es la verdadera protagonista. A Olivas le gustan las contraposiciones, ¿cómo si no sería capaz de extraer tanta luz de un suceso tan oscuro? ¿cómo si no convierte angustia en descanso? ¿cómo si no deja “hueco para ver lo mejor” cuando uno se acostumbra a “ver lo peor del ser humano”? “No lo sé, pero noto como si hubiera algo más de luz en todo lo que miro. Es como si la vida me estuviera diciendo `ya has tenido suficiente´”. Quizás es verdad aquello de que el tiempo todo lo cura.

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