Elena Ferrante y su conflicto interior con los márgenes de la escritura
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En cuanto un escritor se hace hueco en el panorama literario, parece que inmediatamente saca un libro sobre la escritura.
Desde el “Mientras escribo” de Stephen King (Debolsillo, 2003) hasta “Cartas a un joven novelista” de Vargas Llosa (Alfaguara, 2011) o el mismísimo Rilke con “Cartas a un joven poeta” (hay edición en Ed. de La Isla de Siltola, 2020). Estas obras comparten con los lectores las técnicas de autoría y ayudan a los artistas en ciernes a entender que cada proceso de escritura es diferente. En este contexto, puede parecer contradictorio que quien quiera que se encuentre detrás del famoso seudónimo Elena Ferrante haya decidido escribir un libro de carácter artesanal y mucho más personal que los escritos por ella hasta este momento. Me refiero aquí a que la verdadera identidad de Ferrante ha sido objeto de un intenso debate durante años –algunos sugieren que, de hecho, es un hombre–, pero a pesar de que el periodista Claudio Gatti “reveló” en 2016 que Ferrante es la traductora literaria Anita Raja, la autora sigue utilizando su seudónimo, mantiene el misterio sobre su identidad y afirma que todo lo que hay que saber sobre ella se puede encontrar en su ficción.
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Su libro más reciente, “En los márgenes: conversaciones sobre el placer de leer y escribir” (Lumen, 2022), es una recopilación de ensayos traducidos del italiano por Celia Filipetto, que incluye un texto sobre Dante y “La Divina Comedia”, y tres conferencias que Costantino Marmo, director del Centro Internacional de Estudios Humanísticos Umberto Eco, propuso a la autora para que fueran leídas, como una “conferencia a distancia”, en la Universidad de Bolonia.
Se trata de un breve volumen, en el cual la autora explora su arte y sus influencias, asimismo de iluminar los temas que caracterizan sus novelas: las intensas amistades femeninas, las relaciones madre-hija y la traición. En “La pena y la pluma”, el primer ensayo, Ferrante recuerda los cuadernos que utilizaba en la escuela primaria, las dos líneas rojas verticales que separan los márgenes, y los compara con “una jaula” que fomenta “las narraciones limpias, ordenadas, armoniosas, exitosas”. Más tarde, aprendió que hay dos tipos de escritura, “la primera obediente, la segunda impetuosa”. Para Ferrante, la escritura es bella “cuando pierde la armonía y tiene la fuerza desesperada de lo feo”. De sus personajes, afirma: “Me apasionan cuando dicen una cosa y hacen la contraria”. Desde muy joven, Ferrante fue una lectora voraz atraída por la literatura escrita por hombres, a los que trataba de imitar, mientras anhelaba encontrar su propio estilo. Ahora entiende que la “escritura diligente” es inseparable de la prosa que se desborda por los márgenes. La primera contiene a la otra.
En estas páginas aparecen grandes figuras como Virginia Woolf, Samuel Beckett, Denis Diderot, Gertrude Stein o Emily Dickinson, con las que la autora se inspira y aprende técnicas literarias y con cuyas ideas intenta reflexionar para salir de esos “márgenes” que tanto le inquietan. Eterna defensora de lo femenino, Ferrante –tanto en su propia escritura, como en esta pequeña ventana en la que nos enseña su propio yo– dice haber leído mucha literatura “masculina”, pues “una mujer que quiere escribir debe vérselas, inevitablemente, no solo con todo el patrimonio literario del que se ha alimentado y en virtud del cual quiere y puede expresarse, sino también con el hecho de que ese patrimonio es en esencia masculino, y por su naturaleza no prevé frases femeninas verdaderas”. De hecho, confiesa que ella misma, de jovencita, deseaba eludir la escritura hecha por mujeres porque sentía que “sus ambiciones apuntaban mucho más alto”. Aunque el recorrido haya sido muy difícil y aunque todavía siga construyéndose, en la actualidad se puede advertir, según piensa Ferrante, un “yo femenino que escribe” en cada una de sus obras. Me deja algo decepcionada con esto último, pues de alguien que escribe con seudónimo –y de quien exactamente no sabemos si es mujer o hombre– me esperaba que se fijase más en el estilo como tal, y no en estas cuestiones.
A pesar de su determinación de mantener su identidad en secreto, Ferrante deja caer pistas en estos ensayos, dando a entender que se trata de una autora cuya formación culta ha dado forma a su escritura. Si queda alguna duda sobre el género de Ferrante, este homenaje al talento femenino deja a la vista su “modus operandi” ante la escritura y la vida porque –sin querer decirlo– implícitamente nos enseña que las dos realidades van unidas.
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