Los dietarios de Valentí Puig o cómo nos hubiera gustado ver el mundo
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Valentí Puig (Palma de Mallorca, 1949) ha conservado con los años a un grupo de lectores que le acompañan en cada nueva entrega. Si se les preguntara por las razones de esa fidelidad a buen seguro que no encontrarían qué contestar. Quizá la respuesta más sencilla y, a la vez, la más inconcreta sea la de que en esas páginas el lector siempre descubre una complicidad, una manera de juzgar las cosas que, aunque entendemos que es la nuestra, no la habíamos pensado hasta ese momento.
Para todos ellos, la mejor noticia es que Puig mantenga el ritmo creativo –como mínimo, un libro al año– porque así cristalizan en poemas, diarios y ensayos sus mejores energías intelectuales. En marzo de 2023 salieron a la luz los dietarios correspondientes a 2022, bajo el título “Casa dividida” (Ed. Destino). Y con ellos se completa el ciclo de una vida contada en diarios. La singularidad, en esta ocasión, es que el volumen se publica de inmediato, con el riesgo de la falta de perspectiva (por ejemplo, en el caso de la guerra de Ucrania), como una demostración de la veracidad de Puig: él siempre había afirmado que publicaba esos libros con las notas que había tomado en el momento, sin alterar la óptica y a pesar de que el tiempo hubiera demostrado su error. Y, en este caso, con la singularidad de que los escribía ya con el pacto de que iban a ser publicadas, tanto en español como en catalán.
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Frente al aspecto aparentemente sólido e inflexible del pensamiento de Puig, su inteligencia demuestra una extraordinaria ductilidad, sensible a una evolución que busca la verdad sin miedo a encontrarla. Y ya disponemos de varios volúmenes de diarios que son como puntos en una trayectoria en donde no hay ángulos ni cambios drásticos sino la curva de un trazado hacia el hombre que es ahora: menos páginas de champagne y vida nocturna y, quizá, más de naturaleza y –ay– hospitales.
En “Casa dividida” encontramos un mundo postcovid, con un Puig afincado en Centelles (en la literatura del XIX se traducía con el fantástico nombre de Centellas), a mitad de camino entre Barcelona y Vic. Por la inmediatez con que se han publicado son más diarios que nunca, se trasparentan las rutinas del autor y el propio carácter en la medida en que la decantación de convertir en literatura el día a día no ha sido posible. Y entonces se descubre una frescura más espontánea, por ejemplo, en las reflexiones sobre su propia fe o sobre el sentido que él encuentra a su vida. Ahí nos describe una existencia rural, de paseos por los montes, por los valles del interior de la provincia, con ensoñaciones de otros tiempos, de viejos payeses que acudían a la Iglesia, de hombres rudimentarios, trabajadores y con un fondo de simple bondad.
Los comentarios sobre el rumbo que toma Europa, España y Cataluña, la sensibilidad para apreciar los giros de guion de la historia, la enorme curiosidad que lleva al lector desde el campo hasta la biomedicina, desde el significado de ser conservador y liberal hasta la gastronomía más arraigada, pueblan esas páginas de constantes destellos e intuiciones que dejan a sus lectores con la miel en los labios. Con la certeza de que las 250 páginas de ese volumen se quedan muy cortas, con la grandeza de un nuevo Heidegger que ha vuelto al campo.
Y debe hacerse un comentario del castellano catalanizado de “Casa dividida”. De la misma manera que uno no puede dejar de conmoverse cuando lee un sencillo villancico de Juan del Encina y saborea en su habla el sabor de un terruño, encontramos en la prosa de Puig la emoción de la diversidad de todas las Españas que se concentran en nuestro idioma. No es tarde, quizá sea la hora de sumarse a ese grupo de lectores que espera cada nueva entrega de Puig.
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