El arte de transformar el tango en poesía
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Hay veces que uno no tiene planeado leer un libro, se topa con él, como un completo desconocido –o se lo descubren– y resulta que la revelación ha sido todo luz y baile. Nunca mejor dicho porque el poemario de Fernando Vara de Rey (Madrid, 1969), “Lecciones de anatomía para alumnos boquiabiertos”, (Sapere Aude, 2023) es tango transformado en poesía. Más bien son compases de dos por cuatro, temas y estribillos. Tangos escritos desde las confesiones de una vida en movimiento, palabras escritas entre Sopot, Cracovia, Madrid y Estambul (así lo cuenta el autor). Ya lo dice el subtítulo: “25 tangos nuevos”.
Digo en movimiento también porque Fernando Vara de Rey trabaja desde 2007 en el ámbito de la diplomacia cultural y los últimos años ha dirigido el Instituto Cervantes de Cracovia y actualmente dirige el centro en Estambul. Quiero decir, vida de ajetreo, como un tango. Y un gran conocedor de la lengua, como se puede ver en este poemario, pues empieza exponiendo un “glosario de términos del lunfardo” y es de agradecer porque en esos tangos hay algo de lenguaje antaño, específico para un baile tan particular.
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El poeta –o el yo poético, tampoco sabemos si es del todo autobiográfico- baila con el compás del paso del tiempo y del transcurso de la vida. Habla de la travesía por este mundo mientras llega la vejez pausadamente, mientras las hojas de otoño caen y los árboles se quedan desnudos esperando el frío invierno.
Hay algo de desconsuelo, nostalgia y soledad que atrae a sensibilidades algo fracturadas por este mundo moderno. “«Aunque no sea mi laburo/ jugué a predecir el tiempo: /‘hoy jueves, sol y tormenta/ mañana sombra…y tormento»”. Porque tanto Fernando Vara de Rey, como la que escribe esta reseña (aunque con algo de diferencia de edad) pertenecemos a un mundo antiguo. Estilísticamente hablando, de una elegancia ya olvidada, de un sentimiento de vagar entre calles que no sentimos nuestras.
Los tangos como bien se sabe son una oda al amor o más bien un testimonio de la pena y dolor que puede producir ese amor que se convierte en fugacidad, como una estrella que cae del cielo y se pierde en el infinito. Ya lo cantaba Carlos Granel en el famoso tango “Por una cabeza lenta”: “Por una cabeza, metejón de un día/ De aquella coqueta y risueña mujer/ Que al jurar sonriendo el amor que está mintiendo/ Quema en una hoguera/ Todo mi querer”. Hay muchas de esas quemaduras de hoguera en “Lecciones de anatomía para alumnos boquiabiertos”, un abatimiento por los amores consumidos, pero también una euforia por haberlos vivido. Porque, ¿qué mejor bailarlos que quedarse en la barra de la vida? Escribe el poeta: “[…] y bebimos la pena en los mismos vasos/ y alcanzamos la euforia en el mismo alcohol:/ tú en tu rincón, tu cuerda, tu desengaño, / yo en mi yerma inquietud de tu redención. / Noches de barra, tónico, y espejismo, / mañanas de licuada resignación. / Embriaguez a destiempo, rumbos perdidos, / desmesuras conmigo, pero sin yo.”
El destiempo, el rumbo buscado y perdido, tangos de romances vividos, despedidas, una “coreografía de abrazos” para finalmente acabar con “un hombre que sospecha que está solo”. Porque siempre estamos un poco solos. Se dice en uno de los poemas que este poemario es la “biografía de un hombre que sospecha que es un apunte escrito a pie de página”. Siempre habrá un tango, un libro, un gin-tonic, un poema, una luz nocturna, un amor apasionado o unas flores que nos consuelen, que nos hagan sentirnos menos solos. O un amigo que espera en aquella esquina para celebrar la euforia que alivia o la zozobra que atormenta. “Lecciones de anatomía para alumnos boquiabiertos” es eso: una clase magistral para discípulos absortos por el gozo de la belleza en la sencillez.
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