Los discursos de Miguel Delibes reunidos en un único volumen

Los discursos de Miguel Delibes reunidos en un único volumen

Hablar y escribir de Don Miguel Delibes (Valladolid,1920-2010), autor de decenas de novelas, historias y personajes que son ya, incluso, parte de lo mejor de nuestro cine y teatro, es, cuanto menos, un reto, una dicha y empresa que ha de pensarse, construirse y ejecutarse con sumo y absoluto respeto.

El motivo no es nimio: ante nosotros estuvo, está y estará la voz que logró apuntar el cielo alto de Castilla con la perdiz roja; la pluma que, valerosa y dotada de la más dificultosa sencillez, dio palabra al silenciado y universalizó las manos simientes, origen del oficio, de la España olvidada y vaciada. Desde la proximidad y la sencillez, el escritor, cazador, profesor de derecho mercantil, naturalista y, como él mismo atestiguó, hombre de palabras (en vez de letras) ensanchó el paisaje, lo pobló de personajes y ennobleció hasta que su vida cesó. Porque su obra no sólo es sumamente extensa, sino elemental, necesaria, preceptiva para la memoria y el corazón sano. Sí, la llegada de un libro que aborde su vida, que celebre su obra u ofrezca una nueva ventana por la que asomarse a sus novelas, ha de ser, siempre, motivo de celebración.

Acaban de aparecer “Los discursos de Miguel Delibes, naturaleza, literatura y vida” (Destino, 2023), editado y prologado por Ana María Martínez, catedrática de Filología Hispánica en la Universidad Autónoma de Madrid. Habrá quien, pues, se formule esta pregunta: ¿en serio, realmente, precisa el sector editorial de un libro sobre discursos? Y la respuesta es y será tajantemente esta: sí, indubitadamente, si el libro contiene 15 discursos como los que uno puede leer en el presente. Porque ninguno sobra, porque todos son necesarios. De principio a fin, sin excepción, la lectura invita a la reflexión.

Los discursos abordan el sentido del progreso –interesa, concretamente, el discurso leído en el acto de su recepción pública en la Real Academia Española, el 25 de mayo de 1975–, el ritmo acelerado, la construcción de una vida desprovista de vencejos, tórtolas, naturaleza y arboledas y, simultáneamente, sobrepoblada de automóviles, hollín, gases de combustión y ciudades asfixiantes. La tesis en este volumen parece clara: la construcción de una sociedad eminentemente industrial, anudada a una lógica productiva inhumana, es absolutamente incompatible con la perdurabilidad de nuestros Campos y pueblos. Así, el capitalismo devora la costumbre. Nos convierte, sin necesidad de pretenderlo, en seres deseosos de consumo y nos obliga a abandonar la condición de hombres y mujeres libres, hasta tornar en consumidores.

Como uno puede leer, la obra tiene un elemento vertebrador de carácter político: Don Miguel no se esconde. Nunca lo hizo. Ni durante el franquismo, ni durante la democracia. Mas su obra, pese ser concebida por muchos como una obra de corte neorrealista y/o realismo social –interesa, para comprender con mayor hondura lo expuesto, el discurso de “La esencia de la novela”–, es mucho más. Con él, el relato simultanea la poesía y la moral, el lirismo y la denuncia, la belleza y la crítica. Y, ¿cómo lo hace?

Aquí es cuando acaece el segundo de los puntos que invitan a la reflexión: la importancia del personaje como elemento –instrumento–, figura de cohesión literaria. El lenguaje de Delibes es próximo –léase, para conocer de ello, el discurso de “La función de los personajes”–. La fuerza de la historia recae en ellos. Sus palabras son, en esencia, las del campesino, el artesano o el niño. No busca nunca el artificio o la plasticidad. Ofrece la verdad. Sus historias son reales. De cabo a rabo. Recuerda con ello que la literatura no debe ser grandilocuente, que el buen escritor no precisa de palabras rimbombantes. Basta con conocer, como lo materializó otro de nuestros más ilustres “Migueles” (de Cervantes), el idioma del pueblo, es decir, el nuestro, el que nos pertenece y nos dignifica. No hay, entonces, uno sin otro. Negarlo sería mentir, porque la palabra existe, porque existe la escucha, el receptor, el oyente. Así, la literatura y la vida en Don Miguel son puente, conexión, unidad, comunidad y, como él mismo pronunció en su discurso “Mi ciudad”: “convencimiento de que todo ser ha venido a este mundo para aliviar la soledad de otro ser”.

La vida es una, sí, pero es de todos. Y así el autor lo celebra en los 15 discursos que componen el libro. Porque todos, armónica y encomiablemente, ofrecen un mismo común denominador: el disfrute del vuelo del petirrojo, herrerillo, jilguero y verdecillo –imaginémonos cualquier AVE que surque los cielos de su amada Valladolid–, como una forma de combatir el mundo; la defensa de una libertad supeditada al otro, que encomienda al otro, que anida en el otro, que busca la humanidad en cada pueblo para sentirse así parte de un mundo que es, bello y duro a partes iguales.

@estaciondecult

 

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