“La mala costumbre”, una novela sobre la necesidad de encontrarnos en nuestros nombres
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Hace apenas un mes Alana S. Portero (Madrid, 1978) recibió el Reconocimiento Arcoíris, premio que convoca el Ministerio de Igualdad. En el discurso, la escritora sentenció: “A ti, que me odias, ¿quién te ha dicho que va a ser tan fácil? ¿Quién te ha dicho que no voy a defenderme? ¿Quién te ha contado historias de sumisión y miedo? No son nuestras. La Resistencia es nuestra madre. El dolor es nuestra otra madre. Y la furia nuestra amante. No queráis conocer a nuestro padre, la memoria”.
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Acercarse al último trabajo de la autora, “La mala costumbre” (Seix Barral, 2023), es darse cuenta de que todos esos elementos se mezclan para resultar en un relato que, pese a haberse acostumbrado a vivir en el mutismo, hoy encuentra las palabras. Palabras que, por otra parte, Portero trata de transmitir en cada uno de sus pasos.
Experta en medievalismo, dramaturga, directora escénica y cofundadora de la compañía de teatro STRIGA, Alana S. Portero se estrena con “La mala costumbre” como novelista, pero no como escritora. Los artículos que publica en multitud de medios (“El diario.es”, “Agente Provocador”, “SModa” y “Vogue”) le han servido de cauce para reflexionar sobre cuestiones sociales y culturales, siempre desde la vertiente activista que caracteriza su labor.
De aquí parte “La mala costumbre”, una historia sobre reconocimiento, aceptación y silencios que desgastan. A través de sus páginas recorremos la infancia y adolescencia de una niña que anhela ser nombrada, no solo por el resto, sino, en primera instancia, por ella misma. De San Blas a Chueca, de los ochenta a los noventa, la protagonista va descubriendo que entre ver y mirar existe un gran vacío y que no todo el mundo está dispuesto a entender qué los separa. Muchas personas se quedarán en el primero, algunas por voluntad consciente, otras por incomprensión y muchas por las dos. Sin embargo, las que sepan surcar el laberinto de las dudas, a veces también de miedo, desembocarán en el segundo: mirar más allá de ver; mirar lo que otros solo ven.
Una de las conclusiones a las que conduce el libro es que la “diferencia” siempre está presente, no nos cuesta reconocerla, pero sí entenderla. Más de lo que debería. Gracias a la primera persona podemos llegar a mirar en el interior de la joven y comprender la fragilidad, disonancia y miedo que siente. Asimismo, también nos permite oírla, acompañar su proceso y seguirla en él, tanto en sus pasos físicos como mentales.
Alana S. Portero explica lo que no sabemos explicar, habla de lo que no sabemos hablar. Hay ciertas lecciones que solo la experiencia da, pero quizá ese espacio que vertebra el silencio sea capaz de romperse con la palabra y la escucha. ¿Acaso no nace de ahí la empatía genuina, no la condescendiente? Y no solo esto, también la identificación parte del diálogo activo. Uno de los grandes peligros de “sentirse distinto al resto” es la soledad obligada. “Fueron esas conversaciones ajenas, las que se supone que una no está escuchando, las que me convencieron de que era un ser torcido que debía ocultarse”.
No obstante, reconocer iguales a nosotros salva esas mismas diferencias y las nivela a un lugar seguro y habitable. “No me daba cuenta de que unas y otras eran la misma cosa, mujeres que habían conquistado la mucha o poca libertad que tenían con garras y dientes y eso es lo que las hacía tan aterradoras”. Por ello, la novela insiste en la necesidad de tener referentes. Uno necesita poder nombrarse e identificar su cuerpo y mente en un conjunto que lo deje vivir sin culpabilidad. Todo ello, además, se expresa desde una prosa sublime, abrumadora e intensa a la par que cautivadora, emocionante y bella.
No menos importante es el aire de conciencia de clase que se respira en las páginas. Portero hilvana un argumento de lucha social que acompaña al relato de la protagonista sin ser secundario. La clase obrera es otro personaje más de la trama y la urgencia por su unión reside en la supervivencia. Solo a través de una resistencia compartida podrán manifestarse y exigirse los derechos que les corresponden. El rechazo a lo diferente se combate con la presencia de una comunidad que sepa agarrarse a sus puntos en común como símbolo de fortaleza.
Si de algo podemos estar seguros es de que “La mala costumbre” es una obra necesaria. No extraña que antes incluso de publicarse, ya fuera un éxito internacional con intención de traducirse a once idiomas. A nuestra sociedad le hacen falta más historias que ejemplifiquen y hablen de realidades diversas. Hallarse iguales en las diferencias permite nombrarse, permite evidenciarse, permite mostrarse y permite encontrarse en esos nombres, esos que les corresponden: hijas de la resistencia.
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