“Capitalismo y pulsión de muerte”, las sugerencias y los pesimismos de Byung-Chul Han
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Fiel al compromiso de publicar cada año un volumen, al menos uno, del germano-coreano Byung-Chul Han (Seúl, 1959), la editorial Herder presentó hace un año “Capitalismo y pulsión de muerte” (2022), con la particularidad de que no se trataba de un ensayo sino de la compilación de catorce artículos y dos entrevistas (de las que, lamentablemente, por cierto, no se informa del origen). Unos meses después vendría “Vida contemplativa” (Taurus, 2023), sobre la que ya dimos cuenta en estas páginas, y en los últimos días Herder ha lanzado “La crisis de la narración” (2023). Pero también en este lapso se han reeditado “La agonía del eros” y “La expulsión de lo distinto”. Y curiosamente esta superabundancia de textos y ediciones, más allá de reflejar la exhuberante producción de este autor, manifiesta muchas veces la propia pulsión de un “mercado caliente”, que responde con cierto entusiasmo al lanzamiento de nuevos libros. Es curioso, decíamos, porque así se encarna en su propia creación la expresión del capitalismo que tantas veces ha criticado en esos mismos textos.
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“Capitalismo y pulsión de muerte” es, además del título de la obra, el del texto que sirve de núcleo gravitacional al resto de artículos. Y, a su vez, es el título de un ensayo de Gilles Dostaler y Bernard Maris –fallecido en el atentado contra la revista Charlie Hebdo en 2015– cuyas tesis son examinadas por Byung-Chul Han. Según se recoge en estas páginas, para Freud, en el origen, “una enorme aplicación de fuerza despertó en la materia inerte las propiedades de la vida. La tensión que entonces surgió en la materia, anteriormente inerte, trató de eliminarse”. De esta manera, y por esta causa, en cada ser vivo se daría una inercia hacia la autodestrucción, una fuerza para volver a lo que fue. Frente a esto se encuentra, de acuerdo con el pensamiento freudiano, la pulsión de vida o Eros que limitaría a la primera y, por decirlo así, la fuerza de autodestrucción quedaría redirigida en violencia (destrucción) hacia los demás. Así las cosas, para Dostaler y Maris, la “fuerza motora del capitalismo es la pulsión de muerte puesta al servicio del crecimiento”, o sea, al servicio de la no-muerte: la acumulación propia del capitalismo, el acopio de riquezas, sería un gigantesco esfuerzo por huir de la muerte.
Estos son los mimbres sobre los que el coreano reflexiona. Porque él va más allá: tal y como ha escrito en otras ocasiones, para él los automatismos del mercado se han instalado en las conciencias; ya no es preciso que nadie nos explote porque nos explotamos a nosotros mismos. Y ahí el coreano encuentra, por ejemplo, una exposición más profunda del dilema anterior: acumulamos riquezas para huir de la muerte y, a la vez, el esfuerzo constante por tenerlas nos aniquila de manera que, como en los argumentos de las tragedias griegas, por más que se busque vivir, en realidad, se opera la autodestrucción: “La destructiva presión para aportar rendimiento hace que la autoafirmación y la autodestrucción se identifiquen. Uno se mata a optimizarse. La autoexplotación sin escrúpulos provoca un colapso mental. La guerra brutal de la competencia resulta destructiva. Suscita una frialdad y una indiferencia hacia otros que vienen acompañadas de frialdad e indiferencia hacia sí mismo”.
El volumen continúa hilando conclusiones y extrayendo paradojas. El conjunto es enormemente sugerente: no es preciso estar de acuerdo con algunas de sus afirmaciones para agradecerle lo estimulante de las mismas. El coreano no es un autor fácil, pero sí que es accesible a un lector paciente. Aunque solo fuera por esta capacidad de plantearnos, para aguijonear al lector con las cosas que realmente importan –el amor, la muerte, la belleza, la convivencia social– deberíamos estar agradecidos por estos volúmenes. Además, es de admirar que una persona tan crítica con el estado actual de las cosas, tan crítica con los efectos perversos de cierta tecnología, se mantenga a la vez tan conectado con la realidad presente, de Assange a la sociología de Corea, del COVID a la tecnología de los teléfonos.
El giro que este autor ha dado en sus últimas obras pasa por prescribir modos de vida; es entonces cuando Byung-Chul Han se muestra más endeble: presenta una gnosis, que tiene algo de filosofía oscura y de paradoja oriental, que, a fin de cuentas, resulta lo más inaceptable de estos textos. Por ejemplo, en torno a la actitud ante la muerte él propone que “se necesita otra forma de vida, que revoque la separación entre la vida y la muerte y haga que la vida vuelva a participar de la muerte. Toda revolución política tiene que ir precedida de una revolución de la conciencia que devuelva la muerte a la vida”. Frente a modelos de vida como el capitalista él propone más bien ciertas actitudes personales cuyas consecuencias no conocemos: ¿Cómo es la sociedad que él propone?
Y, finalmente, ante esa desazón completa que se presenta en el libro, el lector, recién regresado de sus vacaciones, probablemente piense que, con ser muy luminosas muchas de sus intuiciones, no todo es un desastre: y aunque hay buena parte de verdad en la autoexplotación capitalista, también lo es que hay un resto de humanidad que lleva a las personas a saber olvidarse, a tomarse unas vacaciones “perfectamente profesionales”. Quizá necesitemos observar más –y aunque parezca frívolo, no lo es en absoluto– un chiringuito de cualquier playa, para relativizar tantos maximalismos.
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