De mala fe
Observar el escenario de la vida política española invita a concluir que la clase política cada vez tiene menos capacidad para captar las urgencias cotidianas de los ciudadanos.
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La última enganchada entre el Gobierno y la oposición retrata con precisión esa incapacidad. Van a lo suyo y aunque se les llena la boca -a unos más que a otros- proclamando que solo les mueve procurar el bienestar de la gente, analizados los hechos, se ve que van a lo suyo.
La historia es conocida. El Gobierno lleva al Congreso un decreto "ómnibus" que contiene un centenar de medidas sin conexión unas con otras -mezcla las pensiones con las ayudas a los afectados por la riada más diversos tipos de impuestos, disposiciones relacionadas con las inversiones extranjeras o los okupas- y la oposición (PP, VOX y Junts) lo tumba. A partir de ahí sube el telón y Pedro Sánchez, en un papel que borda -el de víctima-, acusa al PP de estar provocando sufrimiento a cerca de doce millones de españoles, los pensionistas. "Feijóo es culpable". Así, sin más, sin reconocer que quien les han dejado tirados han sido los de Junts, el partido de Puigdemont, su socio de investidura. La acusación al PP se cae por la base porque los populares habían advertido que si presentaban el "ómnibus" lo rechazarían. Entre otras razones porque, de matute, llevaba la cesión al PNV de un palacete parisino que hoy es la sede del Instituto Cervantes. Es sabido que en el PP no olvidan que el voto del PNV fue decisivo en la moción de censura que acabó con Mariano Rajoy.
Este embrollo podría quedar resuelto en menos que canta un gallo si Pedro Sánchez no se hubiera empecinado en hacer tragar el "ómnibus" a los partidos de la oposición. Bastaría que presentara por separado las ayudas a Valencia y la revalorización de las pensiones. Pero quiere imponer la cosa a cascoporro porque esa es su manera de mandar. Mandar, porque gobernar es otra cosa. Es tener en cuenta las opiniones de los demás y cuando uno no tiene mayoría -como es el caso del PSOE-, negociar. Negociar con todos y no levantar muros que llegado el caso acaban polarizando a un país, y -perdón por la expresión- encabronando a una parte de la población. En este caso a los pensionistas que no tendrían que pagar las maniobras políticas de un gobernante que actúa de mala fe porque ni sabe perder, ni sabe cuándo hay que rectificar.
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