El futuro, quizá triste, de X AE A-12
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Quizá usted no sepa -yo lo averigüé hace dos días- qué o quién es X AE A-12.
Y eso que su fotografía ha aparecido en las portadas de los más importantes periódicos de todo el mundo. Es un niño de cinco años, de mirada triste, cuyo rostro, según los estándares morales europeos, hubiese sido velado antes de ser publicado. Pero esos códigos no existen en los Estados Unidos, y menos en 'estos' Estados Unidos. Así que X AE A-12 aparece, montado sobre los hombros de su padre, un tipo estrafalariamente vestido con gorra, camiseta, abrigo, cinturón 'vaquero' y gesto despreocupado, nada menos que en el despacho oval de la Casa Blanca. A su lado, sentado muy formalmente en su silla de trabajo, corbata azul, traje gris, un Donald Trump serio y con la habitual cara de mal humor, mira al infinito, entre cortinones y banderas.
Sí, X AE A-12, cuya en la foto, que estoy contemplando, aparece bostezando --criatura, lo que se debía estar aburriendo allí--, es uno de los hijos a los que Elon Musk, el hombre que lo sostiene sobre sus hombros, ha bautizado con nombre de red social. O de cohete. O de coche eléctrico, vaya usted a saber. Una locura. Más.
Pobre niño, involuntariamente utilizado, no sé si como reclamo publicitario o como desafío a toda convención, por su padre, un personaje de cuya plena cordura yo -y muchos de sus biógrafos, por cierto-me permite albergar alguna duda. También ignoro si, después de hacerse la foto y de firmar con rotulador alguno de esos decretos que nos están cambiando, para peor, la vida, Trump y Musk, que es el hombre de confianza de la persona con más poder en el planeta, debatieron sobre la conversación que, a continuación, mantuvo míster president con el otro vértice de nuestras preocupaciones, Vladimir Putin. Que, por cierto, seguirá siendo el neo-zar de todas las Rusias hasta, glub, 2030, según las prórrogas legales que él mismo, dictador al fin, se ha dado.
Fueron, en todo caso, noventa minutos el tiempo que duró la charla telefónica entre los inquilinos de la Casa Blance y el Kremlin. Noventa minutos que, comolos diez días del célebre libro de John Reed, sirvieron para estremecer al mundo. Porque en esa hora y media se acordó algo parecido a un nuevo reparto del planeta -como en Yalta, pero sin los europeos--; se desvaneció el 'espíritu atlantista', con el prestigio de la OTAN hecho añicos; se certificó la victoria de Rusia sobre la martirizada Ucrania; se consolidó el papel minimizado de una Europa convertida en la hamburguesa del sándwich Washington-Moscú; se terminó el papel de los Estados Unidos como guardián del orden y las esencias de la democracia en el mundo; se acabó nuestra confianza en esos Estados Unidos*Y, sobre todo, se ha cimentado la idea, brutal, de que ahora la fuerza es quien define el Derecho, y no al revés. Si Putin quisiera, y no diría yo que no se le pase por la mente, invadir Letonia, o Lituania, o los tres Estados bálticos, a saber quién sería el guapo que se ponía a morir por la patria ahora, visto el antecedente ucraniano.
Y Zelenski: el valeroso ex actor no será considerado, claro, el artífice de la paz -y qué paz: Ucrania queda deshecha y humillada--, sino que, encima, le acusarán de haber sido quien ha prolongado la guerra contra Rusia durante tres años, cuando bien podría haber llegado desde el comienzo al vergonzoso acuerdo que hace que los ucranianos pierdan un tercio de su territorio, que no puedan decidir sobre su futuro atlántico ni reivindicar jamás sus viejas fronteras. A cambio, puede que Trump ayude a Kiev a reconstruir -literalmente-el país que quede... haciéndose, claro, con las riquezas naturales de Ucrania, demasiado débil ya incluso para protestar.
No sé si algún día alguien le dirá todo esto a X AE A-12, ese niño que bosteza para involuntariamente acaparar la imagen del día en todo el mundo. Pobre niño serio, harto de los oropeles del despacho presidencial, cabalgando a lomos de su padre, un tipo que seguramente nos va a hacer la puñeta a europeos y no solo europeos; y nosotros, tan contentos, pensando en el aperitivo y en el fin de semana. El peor horror es el que tiene la cara somnolienta de un inocente, pobre niño riquísimo.
Hay imágenes que valen más que mil, que un millón, de palabras. La del jinete X etcétera, a quien yo prefiero llamar el niño Musk --claro que es posible, y hasta probable, que en el futuro se avergüence de llevar ese apellido--, es una de esas que se te quedan grabadas y te exigen escribir un comentario como este.
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