“Sin latido” y sin tiempo: el nuevo thriller de Yolanda Cruz de Ayala
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“La vida es fugaz, pero el tiempo es constante, inalterable, sibilino. Mordaz como una frase intencionada, una ecuación con trampa a la que se van añadiendo variables y el resultado es siempre el mismo”. Uno de tantos lugares comunes que une a todos los libros de suspense/thriller es el valor que le dan a esa fugaz y perpetua variable: el tiempo. Un segundo antes o un segundo después, la decisión correcta en el momento justo o la incorrecta en el peor instante desencadenan un conflicto de efectos ya inalterables. Sin embargo, casi sin darnos cuenta, nos paramos en ese mismo tiempo; ¿qué pudo haber pasado si hubiera llegado antes?, ¿qué hubiera pasado si la protagonista de “Sin latido” hubiera dado otros pasos, ¿habría historia si hubiera optado por darle tiempo al tiempo?
La cuarta novela de Yolanda Cruz de Ayala (Gibraltar, 1963) presenta los entresijos propios de las tramas del género: una muerte, dudas para calificarlo como homicidio, asesinato o suicidio ⎯descartada esta última opción de manera inmediata⎯, un cuerpo policial dispuesto a desentrañarlo y un pasado cuyos protagonistas se esforzarán por mantener en el abismo del silencio, con la esperanza de que aquello no verbalizado deje de existir. “Sin latido” (N de Novela, 2024) es el resultado de un argumento perfectamente construido, siempre al servicio de la intriga que anticipa los próximos pasos.
Cuando Celeste Blanch es encontrada sin vida en su casa de La Línea de la Concepción (Cádiz), su amiga de la infancia ⎯ahora reputada psicóloga⎯, Olivia, decide ahondar en los pormenores del misterio. No obstante, conforme va descubriendo ⎯no con demasiada cautela⎯ los detalles previos al suceso, la policía organiza una investigación en la que su pequeño grupo de la adolescencia tendrá que dar respuesta a los silencios del pasado. La trama avanza pausada, en sincronía con el ritmo de las averiguaciones del equipo policial. Se detienen en el limitado número de sospechosos, dando vueltas alrededor de las motivaciones que los han traído a ese preciso instante. Los llaman, los interrogan, los persiguen, los fuerzan y los escuchan, a veces con el cliché repetido de quien consume el thriller, y a veces con la maestría del suspense contenido. Y, pese a la brevedad de los capítulos, el multiperspectivismo y el cruce de líneas temporales, el argumento se toma su tiempo; sin prisa, pero sin pausa, desvelándose en línea recta, rogando paciencia a un lector que exige la verdad y que se mantiene alerta y fácilmente atento.
Yolanda Cruz de Ayala, nacida en Gibraltar, conoce bien los rincones del escenario en el que se desarrolla la historia, puesto que son los mismos que la han visto crecer. Dedicada profesionalmente a la administración de empresas; Cruz de Ayala guarda una relación muy estrecha con la escritura, siempre parte de sus pasiones y ahora materializadas en cuatro novelas publicadas. Con la primera de ellas, “Mermelada de Pétalos de Rosas” (Click Ediciones, 2014), consiguió estar entre las diez finalistas al Premio Planeta. Ya desde ese primer libro, la gibraltareña se embarcaría en la literatura policiaca, no sin olvidar el romanticismo presente en “Cristales en el cielo de Manhattan” (Booket, 2015) y “El sonido de las estrellas” (Click Ediciones, 2019).
La literatura, como ella define, supone “un compromiso con la imaginación y la expresión artística”. Sin embargo, no en todos los géneros es necesario idear un esquema mental tan perfecto que consiga que todas las pistas y líneas argumentales comulguen juntas y desemboquen en un cauce sin fisuras. Si bien “Sin latido” cumple, también es cierto que no debe destacarse la sorpresa como el elemento más destacado de la consecución de los capítulos. Las puntadas que unen uno y otro hilo se asemejan a las marcas que un bailarín sigue para no perder el ritmo; para conseguir la coordinación que su oficio requiere y un resultado que, aunque algunos podrían considerarlo tramposo, preparado o cuadriculado, logra una buena puesta en escena. Para eso existen las coreografías.
Cruz de Ayala reconoce los puntos comunes de las novelas negras y las evoca con ese mismo conocimiento, lo que desemboca en una buena imagen final. Sin embargo, lo verdaderamente simbólico de su escritura, más allá del necesario conocimiento de la materia sobre la que se trabaja, es el valor emocional que transmiten las reflexiones de sus personajes. Este thriller intercepta con la realidad y la mira de frente; sacrifica misterio por conciencia social. Ella misma lo dice, “nadie recuerda lo cotidiano, eso se diluye con el paso del tiempo, en cambio, todo lo que destaca, sea malo o peor, siempre queda”.
La conclusión se erige firme: Cruz de Ayala decide apostar por una resolución que rehúye la indiferencia. Su calado social nos apunta con el dedo, señala una situación real que, si bien no es nueva, esta vez sí sorprende como desenlace por la gravedad de su naturaleza. La sensación final es de plenitud, no porque sea alegre, sino porque el compromiso de la autora es satisfactorio. Y esto es una tónica común a lo largo de todo el libro: si bien abarcar este tipo de tramas -Yolanda se aventura, de hecho, a nombrar más de una- puede resultar perjudicial y, en cierta manera, superficial, termina cerrándolas de manera correcta. Esa es precisamente la palabra que abarca la pluma de Cruz de Ayala: correctitud en el abismo que separa la densidad del conflicto y la vulnerabilidad con la que debe tratarse. No deja de ser reconfortante que la autora tome conciencia y no ceda a la ligereza temas con tantas implicaciones. Quizá no perdamos el latido leyendo, pero sí nos golpeamos contra el tiempo, ese que advierte de que, quizá no para Celeste, pero para nosotros aún hay tiempo. Tiempo de denuncia, tiempo de condena, tiempo de vida.
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