La fuerza contra el derecho
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A principios de año, la escritora portuguesa Lidia Jorge, una voz a escuchar siempre con atención, escribía que "en la antecámara del Senado estadounidense se anuncia que el futuro será de conquista, preponderancia, intolerancia, venganza, expulsión, desintegración, licencia para mofarse, pisotear, mentir, insultar, enriquecerse, defraudar, anexionarse, desprenderse, rebautizar, y todo ello anunciado a escala mundial" y añadía la frase que Mefistófeles le dijo a Fausto: "Donde está la fuerza está el derecho".
No sólo en la antesala de la cámara estadounidense. Todo eso está pasando ahora también en los centros de poder de Moscú o Beijín. Trump y Putin se quieren volver a repartir el mundo, con el concurso o el permiso de Xi Jinping. La imposición de aranceles a diestro y siniestro, la propuesta de limpieza étnica en Gaza, las amenazas a otros países y, sobre todo, las "negociaciones" sobre Ucrania entre Rusia y Estados Unidos, sin Ucrania, sin Europa y nada menos que en Arabia Saudí, paraíso de la democracia, indican claramente lo que pretenden.
La imposición de nuevas elecciones en Ucrania para echar del poder a Zelenski, la nueva exigencia de Trump, explica claramente cómo entienden el poder unos y otros y cómo desprecian los que tienen la fuerza a los que apuestan por el derecho, la democracia y la convivencia. Los que detentan el poder aprovechando el voto mayoritario de sus ciudadanos, con mayor o menor libertad y juego limpio electoral o, en ocasiones, con el disfraz democrático, juegan con ventaja frente a los que siguen, más o menos, las reglas del juego democrático pero están lastrados por la realidad.
Es el caso de una Europa donde los consensos no existen, los partidos dominantes no pueden formar gobiernos estables porque no tienen mayoría en el Parlamento o tienen que pactar con otros partidos que buscan la desestabilización del sistema o su sustitución por otro -es el caso de España, pero también el de Francia, Alemania, Italia, Hungría, Polonia, Austria, etc.-; donde los gobiernos no tienen capacidad para sacar adelante los Presupuestos del Estado o las leyes básicas de las que dependen el funcionamiento del Estado; y donde aflora la corrupción económica de algunos cercanos al poder, o, lo que es mucho más grave, el abuso del poder mediante la arbitrariedad sistémica en el uso de los mecanismos legales, bien llevándolos al límite de la legalidad, bien forzando las leyes para evadir controles del Parlamento o de los órganos consultivos institucionales.
Todo ello, junto con los ataques a la independencia judicial y a la libertad de expresión y el intento de control de las finanzas públicas y privadas, socava la seguridad jurídica y lleva a la ingobernabilidad práctica y a la desconfianza de los ciudadanos en sus instituciones y en el sistema, provocando el crecimiento de los populismos por la derecha y por la izquierda.
Necesitamos más Europa pero una Europa de consensos en lo importante, unida, sólida y firme para enfrentar las amenazas que vienen de dentro y de fuera. Necesitamos mejores democracias. Como dijo el Papa Francisco ante el Parlamento Europeo "mantener viva la realidad de las democracias es un reto de este momento histórico, evitando que su fuerza real -fuerza polìtica expresiva de los pueblos- sea desplazada ante las presiones de intereses multinacionales no universales que las hacen más débiles y las transforman en sistemas uniformadores del poder financiero al servicio de imperios desconocidos. Este es un reto que hoy la historia nos ofrece". No hay que dolerse, hay que actuar unidos. Cuando no hay líderes de referencia -y hoy la carencia es absoluta- lo único que puede salvarnos es un propósito común compartido y fiable, basado en el respeto al derecho, para salvar la democracia. En España, en Europa y en el mundo.
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