“Mitridate, re di Ponto”: el deslumbrante Mozart de 14 años conquista el Teatro Real

“Mitridate, re di Ponto”: el deslumbrante Mozart de 14 años conquista el Teatro Real

A los 14 años, la mayoría de los niños están ocupados descifrando ecuaciones en clase, intercambiando cromos, intentando aprender a hacer un truco de cartas o escribiendo sus primeras historias en un cuaderno. O, en nuestra sociedad actual, deslizando el dedo por la pantalla entre vídeos virales.

Mozart, en cambio, ya componía óperas con una destreza que desafiaba cualquier lógica. Su música no era solo una promesa de lo que vendría, sino una obra maestra en sí misma, llena de complejidad y belleza. La mano de Dios hizo su cometido. Así lo demostró el pasado 23 de marzo en el Teatro Real, con el estreno escénico de “Mitridate, re di Ponto”, que, lejos de ser un simple ejercicio juvenil –fue su primer acercamiento a la Ópera seria–, reveló a un compositor que no solo entendía el mundo, sino que lo traducía en sonidos con una lucidez extraordinaria.

Basada en la tragedia de Jean Racine y con libreto de Vittorio Amedeo Cigna-Santi, esta obra nos sumerge en un torbellino de pasiones donde la lealtad y la traición se entrelazan como hilos en un tapiz de ambición y deseo. Mitridate, el rey del Ponto, regresa de entre las sombras de la guerra solo para descubrir que su hijo Farnace trama su caída, mientras su otro hijo, Sifare, se consume en el amor imposible por Aspasia, la prometida del monarca. En este laberinto de emociones, Mozart despliega una música de una expresividad deslumbrante, donde los sentimientos se dibujan en arias de gran complejidad técnica que desafía cualquier idea de juventud e ingenuidad.

Un montaje audaz e inteligente

La nueva producción del Teatro Real, en coproducción con la Oper Frankfurt, el Gran Teatre del Liceu y el Teatro San Carlos de Nápoles, lleva la firma de Claus Guth, un director que ya ha demostrado su preferencia por espacios cerrados, rotatorios y con una fuerte carga simbólica –ya lo vimos en “Orlando” de Händel”–. En esta ocasión, el escenógrafo alemán trasladó la acción desde el Reino del Ponto en el año 63 a. C. a una mansión moderna de lujo, una suerte de “penthouse” americano en el que el poder, la ambición y los deseos prohibidos se entrelazan en un juego de apariencias que acaba por desmoronarse.

250325 mitridateEl escenario inicial nos sitúa en una sala de estar amplia, de estética minimalista, con un gran ventanal que dejaba entrever la luz del exterior, una cocina abierta y un sofisticado sofá con “chaiselongue”. En la planta superior, un pasillo con barandilla permitía a los personajes moverse como testigos silenciosos de los acontecimientos del salón. Pero la magia de Guth estaba en el giro del decorado: al rotar, la escenografía nos traslada al despacho moderno de Mitridate, con fotografías de sus hijos, un detalle que humaniza su tormento y su obsesión por el control.

Sin embargo, el mayor acierto es el espacio que queda oculto en la parte trasera de la casa: un gran semicírculo gris con paredes perforadas, que sirve como una representación visual del subconsciente de los personajes. Como si pudiésemos ver a través de esa mansión. Allí, sus pensamientos y emociones más profundas cobran vida con el juego de sombras proyectadas y figuras duplicadas o triplicadas, reflejando los tormentos psicológicos que los consumían. Fue en ese espacio donde la puesta en escena alcanzó su máxima expresividad. Mitridate, Sifare y Aspasia veían materializarse a su alrededor sus deseos y miedos, en una coreografía de espectros en diferentes momentos de la obra, mientras Farnace se hundía en su propio abismo de culpa y resentimiento.

El ambiente de decadencia y autodestrucción se ve reforzado por una caracterización de los personajes que rompe con la estética clásica. Tanto Sifare como Farnace aparecen bebiendo constantemente, y en un giro inesperado, Sifare llega a esnifar una raya de cocaína en plena escena, un gesto que en el contexto de la producción no cobraba ningún sentido. Se entiende que quiso mostrar la desesperación y angustia del personaje, pero ahí Guth tuvo un pequeño desliz erróneo. 

Esta reinterpretación moderna de la obra no solo la acerca a una audiencia contemporánea, sino que resalta la universalidad de sus conflictos: el poder corrompe, el amor atormenta y las familias se destruyen desde dentro.

La coreografía de Sommer Ulrickson añade otra capa de significado, con los bailarines, vestidos de negro, de la cabeza a los pies, representando los pensamientos oscuros de los personajes. Sus movimientos envuelven a los protagonistas en una danza opresiva, como si sus propias emociones los atraparan sin escapatoria.

El diseño de vestuario de Ursula Kudrna es otro de los elementos más logrados de la producción. Parecían piezas de un Cluedo operístico: Aspasia en un vibrante naranja, Ismene en un verde llamativo, Sifare en un lila sofisticado. En el semicírculo trasero, donde la iluminación de OLAF Winter genera efectos dramáticos impactantes, estos colores crean un juego visual fascinante, resaltando los contrastes emocionales y enfatizando los momentos de mayor tensión.

Uno de los instantes más memorables llegó con el aria de trompa obligada, donde el solista Jorge Monte de Fez apareció en escena para acompañar el tormento de Sifare. La combinación de la voz de Elsa Dreisig y la sonoridad de la trompa crearon un instante de profunda emotividad, una de esas imágenes operísticas que quedan grabadas en la memoria del espectador.

Un reparto de alto nivel

Interpretar “Mitridate, re di Ponto” es una auténtica hazaña vocal. La partitura está plagada de coloraturas vertiginosas, saltos interválicos extremos y frases larguísimas que exigen una técnica depuradísima y una resistencia sobrehumana. Cada uno de los personajes tiene momentos de alto lucimiento, pero también desafíos que ponen a prueba incluso a los cantantes más experimentados.

En este contexto, el reparto de este estreno escénico en el coliseo madrileño estuvo a la altura del reto, con interpretaciones de gran nivel en todos los roles principales.

La soprano catalana Sara Blanch, como Aspasia, ofreció una lección de virtuosismo vocal. Desde su primera aparición, quedó claro que su dominio de la coloratura era absoluto. En pasajes de extrema dificultad técnica, como el aria “Nel grave tormento”, supo imprimirle un fraseo elegante y una articulación precisa, sin perder en ningún momento la fuerza expresiva del personaje. Sus agudos, cristalinos y perfectamente colocados, fluyeron con naturalidad y su interpretación estuvo llena de matices emocionales, consiguiendo transmitir la desesperación de Aspasia ante el dilema amoroso que la consume. 

La soprano danesa Elsa Dreisig, en el papel de Sifare, estuvo a la altura del reto con una interpretación llena de sensibilidad y un control vocal impecable. Su dominio de la coloratura fue ejemplar, con una articulación clara y precisa en cada pasaje rápido, algo especialmente notorio en “Lungi da te, mio bene”, donde la agilidad vocal y el “legato” fueron sobresalientes. A ello se sumó una intensidad dramática bien calculada, logrando transmitir el conflicto interno del personaje con gran autenticidad. Su química con Sara Blanch en los dúos fue palpable, logrando momentos de gran lirismo.

250325 mitridate 2888El Farnace, del contratenor argentino Franco Fagioli fue una de las interpretaciones más esperadas de la noche. Sin embargo, su actuación, aunque estilísticamente cuidada, no alcanzó la misma solidez que la del resto del elenco. En los pasajes más exigentes, especialmente en el registro agudo, su emisión no siempre fue del todo firme, y en ciertos momentos la proyección de su voz resultó insuficiente, dificultando su presencia dentro del conjunto orquestal.

El Mitridate del tenor argentino Juan Francisco Gatell fue una interpretación que combinó fuerza vocal y profundidad dramática. Su presencia escénica resultó imponente, alternando con gran acierto entre la autoridad del monarca y la vulnerabilidad del hombre atrapado en sus propios miedos y pasiones. Sus agudos fueron firmes y bien colocados, sin mostrar signos de tensión, y su dominio de la coloratura se hizo evidente en momentos como “Se di lauri il crine adorno”, donde logró transmitir toda la arrogancia y determinación del personaje. 

Por su parte, la soprano valenciana Marina Monzó, en el papel de Ismene, brilló con una interpretación de gran elegancia. Su línea de canto, refinada y de una musicalidad exquisita, destacó por su control técnico y expresividad. La belleza tímbrica de su voz, unida a una dicción impecable y un fraseo cuidado, hicieron de su actuación una de las más destacadas de la noche. A pesar de que el personaje de Ismene tiene menos momentos de lucimiento que otros roles, Monzó supo aprovechar cada intervención para aportar profundidad y emoción.

La dirección musical de Ivor Bolton fue uno de los aspectos más discutidos de la noche, pues tuvo momentos de gran inspiración, pero también decisiones que no siempre beneficiaron a los cantantes ni a la fluidez de la obra.

Desde el inicio, Bolton imprimió un ritmo frenético que, si bien aportó energía y tensión dramática, también generó ciertas dificultades para los solistas. En una ópera como “Mitridate”, donde la escritura vocal es de una exigencia extrema, el director debe equilibrar la viveza e intensidad orquestal con la necesidad de permitir que los cantantes respiren y articulen las coloraturas con claridad. Sin embargo, en el primer acto, las rápidas pulsaciones de la orquesta parecieron ahogar a los solistas, especialmente en las arias más ornamentadas.

Afortunadamente, a partir del segundo acto, Bolton ajustó algo más su enfoque y logró encontrar una mayor flexibilidad. Se permitió respirar más en las frases, dando espacio a los cantantes para desarrollar sus líneas con mayor naturalidad. En momentos clave, como el aria de Aspasia “Al destin, che la minaccia”, la dirección se tornó más cómplice, logrando un balance entre el drama y el virtuosismo vocal.

“Mitridate, re di Ponto” es una obra sorprendente que Mozart compuso con solo 14 años, pero que ya demuestra su genialidad musical y dramática. Con una producción arriesgada e inteligentemente concebida, un reparto de gran nivel y una dirección musical que, pese a sus altibajos, supo hacer brillar la música del salzburgués, este estreno en el Teatro Real es, sin duda, uno de los acontecimientos operísticos más destacados de la temporada, al menos hasta la fecha.

@estaciondecult

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