Las palabras justas al desnudo

Después del debut literario de la escritora Milena Busquets, “También esto pasará” (Anagrama, 2015), una novela autobiográfica en torno a la muerte de su madre, seguido por “Hombres elegantes y otros artículos” (Anagrama, 2019) y “Gema” (Anagrama, 2021), llega su último tesoro, “Las palabras justas” (Anagrama, 2022) que se publica en forma de un diario que abarca todo el 2021 (desde el 6 de enero hasta el 31 de diciembre). No hay un resumen de libro que pueda aspirar a explicar de qué trata esta nueva publicación pues, como es habitual en un diario, hay un poco de todo. Un popurrí de situaciones, personas con quienes pasa el tiempo libre, actividades que realiza, sus hijos, ex amores, novios actuales, pensamientos que pululan por la mente de la autora y un largo etcétera.
El libro es como la vida misma: los días pasan y las páginas pasan. Ella cuenta su día a día, su nueva aventura amorosa de la que deja caer unas pinceladas, sin desnudarse demasiado. No es fácil apostar por el desnudo y dar en el clavo, en un mundo donde hablar de sí mismo se está convirtiendo en hobby. Una novela autobiográfica, al igual que unos diarios, o muchas veces, la propia poesía, significan saltar al vacío, jugar con todo. No hay una manta llamada “ficción” con la que te puedas tapar si hace frío. Unos diarios son la propia percepción del mundo, son “Las palabras justas” de Milena Busquets y de nadie más. Quizás, por eso le doy más valor a este libro. Si me hubiesen dicho que es una historia inventada y que una señora se sienta y escribe sus diarios y que todo ha sido un sueño –como en la mayoría de historias horripilantes– quizás lo hubiera dejado tras las primeras veinte páginas. Pero, al saber que son las peripecias reales de una persona, como puede ser la de cualquier lector, hace del libro una especie de “a ver qué nos cuenta”: hay un pequeño morbillo en los humanos sobre la vida de algún famoso y más si sale de su propia boca. Siempre digo que ir desabrigado en la escritura requiere mucha más valentía que quedarse calentito enfrente de la chimenea. Y es que Busquets a ese entretenimiento de apostar por su intimidad y “a ver qué pasa” sabe jugar muy bien. Por eso sus libros desnudos –pero llenos de significado– gustan tanto.
“También hay escritores que dicen que si no escribiesen se morirían. ¡Oh! ¡Qué coquetos dramáticos exagerados! Luego escribes así, claro”. Me leería cualquier novela de Busquets por el humor que posee. Hay partes de este libro, como en todos los demás, que sin una pizca de gracia se hubieran suprimido, pero ella sabe cómo, mediante la risa, hacer que una situación cotidiana parezca algo cómica. Por ejemplo, cuando cuenta los tipos de lectores que vienen a verla en las firmas de sus libros. Me parecen unos párrafos maravillosos porque en este mundo hay de todo. Busquets ha heredado el humor de los catalanes –lo sé porque he vivido en Barcelona muchos años: una vez, al llegar a Cataluña, un amigo me dijo que el humor catalán es parecido al inglés: irónico e inteligente. También es verdad que no “donan” carcajadas, tienes que pillarle el gusto, es como una chispa discreta y educada. Me atrevería a decir “simpático”, pero como sé que a Busquets esa denominación no le agrada, diría “un humor elegante”.
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“Amamos siempre igual, desde la infancia hasta la muerte. De todas las cosas que podemos modificar de nosotros mismos, la forma de querer es la más difícil”, dice la autora en el libro.
“Las palabras justas” es para leerlo en un día caluroso, con una copa de rosé frizzante fresquito, escondidos debajo de alguna sombra porque a diferencia de amar, por suerte leer lo hacemos de maneras diferentes, tanto desde la infancia como hasta la muerte, como de un año a otro. No leemos siempre igual y menos mal.