Por qué los españoles están hartos de esto

 Por qué los españoles están hartos de esto

Que VOX de Santiago Abascal pasase, según prevén las encuestas (para lo que valgan) de treinta y tres a cuarenta y tres diputados si se celebrasen ahora unas elecciones generales es algo que resulta cuando menos chocante: han sido tantos los errores del partido de la derecha extrema, incluyendo, claro, aliarse con los 'putinistas' en la Eurocámara, que sorprende que Vox sea la formación preferida entre los jóvenes de menos de veinticinco años.

Lo demás, en términos globales, se mantiene: sube algo el Partido Popular, baja algo el PSOE, se despeña Sumar -ahora intentarán renacer de sus cenizas--, siguen incólumes los nacionalismos y separatismos. Si ahora hubiese elecciones, la suma de PP más Vox quizá alcanzaría la mayoría necesaria para gobernar, nos dicen los números; aunque ¿qué gobierno sería ese? Ni Feijoo lo sabe, me parece. Pues así, es de temer, vamos a seguir muchos meses. Con más de lo mismo. Fortaleciendo lentamente a los extremos porque los otros no se quieren entender.

Los españoles están hartos de esto, deduces analizando las tripas de las últimas encuestas: falta ilusión y confianza en los representantes de la sociedad. Por eso sube Vox, que ya nadie recuerda que llegó a presentar a Ramón Tamames como candidato en una moción de censura irrelevante y algo esperpéntica. Hartos, sí, pero el suelo electoral de socialistas y 'populares', que son los que perpetúan el actual estado de cosas, se mantiene básicamente. Hay goteos de un lado a otro, pero son casi efímeros, me dicen expertos demoscópicos. Con muchos menos méritos de los que está haciendo el Gobierno de Pedro Sánchez se han hundido ejecutivos y partidos. Con algo más de ganas de gobernar de la que demuestran a veces los de Feijoo se han remodelado drásticamente las oposiciones en otros países, véase, sin ir más lejos, Francia. O Italia. O, ahora, Alemania, abocada a otra gran coalición , pero a la inversa.

Es curioso, pero los jefes de los partidos nacionales españoles, Sánchez y Feijoo, figuran entre los más fuertes de su escala ideológica en Europa. Y, sin embargo, no se empeñan en políticas de Estado, sino de mutuo ataque. Tengo para mí que si de veras los españoles están /estamos hartos es también porque continuamente nos hacen, de escándalos de segunda, sin trascendencia penal pero horriblemente faltos de ética y estética, grandes casos judiciales en el vacío. Pienso sí, en Errejón, un tipo de segunda con alteraciones de conducta claras; o en el 'caso Rubiales', que debería haber visitado los juzgados por cosas mucho más graves que el beso a Jenny (que, por supuesto, condeno, que nadie se confunda). O en el hermano de Pedro Sánchez, quizá un vago de tomo y lomo, pero no reo de Código Penal. De lo de Begoña Gómez no me atrevo a opinar, porque acaso me falten datos, pero tengo la impresión de que este 'affaire' puede alinearse con los tres anteriores.

Y, sin embargo, los grandes casos que deberían estar en el debate, en el judicial, incluso en el parlamentario, nada. La ocupación de instituciones, embajadas, empresas públicas con el consiguiente crecimiento del sector estatal. El constante saltarse las vallas de la legalidad, incluyendo la constitucional, con el Alto Tribunal mirando hacia otro lado. La destrucción de la separación de poderes, de la seguridad jurídica. De esto, que es de lo que va la democracia, nada. Que Supremo y Constitucional se enfrenten, que Congreso y Senado choquen, que el jefe del Gobierno y el líder de la oposición ni se hablen, que Abascal se acerque a alguien como Trump (y Putin), son temas que no interesan al respetable; ese que, por supuesto y con razón, se manifiesta contra la mala política de vivienda o el encarecimiento de la cesta de la compra. Pero que rara vez se interesa por el riesgo que corre la democracia.

España es un país que se encoge de hombros ante lo que ocurre en lo trascendente y, sin embargo, se indigna por los detalles menos importantes. Es lo del dedo y la luna. Somos una nación acostumbrada al desmán de nuestros representantes y por eso las encuestas no dan saltos más que para favorecer a los extremos. No sé, en suma, si es que estamos hartos o más bien pasamos de todo. Puede que sea esa nuestra principal enfermedad. Quizá, a largo plazo, mortal.

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