Amandine Beyer y Gli Incogniti entusiasman con el Bach más italiano

Amandine Beyer y Gli Incogniti entusiasman con el Bach más italiano

@estaciondecult

Madrid. Auditorio Nacional. Sala de Cámara. 18-XI-2024. Fundación Scherzo. Concierto in memoriam Javier Rodríguez-Miñón Falero. Gli Incogniti. Violín y dirección: Amandine Beyer. Obras de J.S. Bach. 

Volvía al auditorio la violinista francesa afincada en Vigo Amandine Beyer (Aix-en-Provence, 1974) con su grupo Gli Incogniti (fundado por ella en 2006), para un concierto organizado por la Fundación Scherzo in memoriam Javier Rodríguez-Miñón Falero, melómano conspicuo y entusiasta bachiano. Lo hacía esta vez por ello no con su querido Vivaldi, con el que saltó a la fama gracias a una grabación extraordinaria y refrescante de las archiconocidas “Cuatro Estaciones” (registro cuya exploración no dudo en recomendar a quienes no lo conozcan), sino con un programa íntegramente dedicado a piezas concertantes de Johann Sebastian Bach.

Más allá del destino pretendido por el autor de “La Pasión según san Mateo” para sus piezas concertantes, sobre el que aún hoy se especula, lo relevante es la medida, mucha, en la que estas obras nos traen esa fascinación que sentía por los estilos musicales foráneos (el italiano a la cabeza, como bien prueban sus arreglos para clavecín u órgano de conciertos de Marcello o Vivaldi), cuyo espíritu supo absorber con su genio característico, pero sin renunciar a esa pasmosa perfección que impregnaba toda su música. Conciertos, por tanto, que nos revelan la faceta más italiana de Bach. Y con ella viene toda la elegancia, chispeante vitalidad, carga de afectos y encanto melódico que tanto encandilan en la música del barroco de esas latitudes. Porque esta última faceta es de extraordinaria relevancia. La escritura de las partes solistas es, indudablemente melódica, por lo que hay que presumir que, incluso en los conciertos destinados al clavecín, estamos ante un arreglo de un original concebido para un instrumento melódico, más que probablemente el violín, aunque en algún caso podría tratarse del oboe. 

El concierto se abrió con un breve Parlamento de Beyer, siempre cercana y encantadora, que en impecable español (para algo lleva años afincada en Vigo) explicó que el concierto tenía carácter de homenaje y recuerdo al mencionado Javier Rodríguez-Miñón Falero y que la recaudación iría destinada en su totalidad a la Organización Nacional de Trasplantes. Beyer y la catalana Alba Roca actuaron como solistas en la obra que inició el programa, el “Concierto para dos violines en re menor BWV 1043”. Ya en esta interpretación tuvimos muestra del tipo de planteamiento bachiano que dominaría la tarde. Vivos los tiempos rápidos, con acentos de envidiable, nunca excesiva, energía rítmica, bien manejadas las inflexiones dinámicas, dibujado todo ello con un sonido de gran belleza. El grupo se mostró siempre bien empastado, y las solistas establecieron un diálogo bien ajustado, dejando, apropiadamente, el protagonismo a la voz que en cada momento tenía el papel principal (demasiadas veces, en este concierto, parecemos escuchar una suerte de lucha de protagonismos; no fue este el caso). Especialmente destacable la cualidad de dicho diálogo en el bellísimo “Largo, ma non tanto”. 

En la segunda obra de la primera parte pudimos escuchar el “Concierto para clave y orquesta en fa menor BWV 1056”. Este es un ejemplo paradigmático de lo apuntado antes. Escritura solista claramente melódica, reveladora que el instrumento destinatario original debió ser, casi con seguridad, el violín. Sea como fuere, pudimos gozar de una magnífica interpretación de la clavecinista Anna Fontana, que evidenció una articulación impecable y un fraseo dibujado con fina sensibilidad y envidiable claridad. Extrajo lo mejor del precioso instrumento cedido para la ocasión por el clavecinista y organista Daniel Oyarzábal, un modelo alemán de dos teclados, inspirado en un original de Christian Vater de 1738 (el original que ha sobrevivido de Vater es de un teclado), al que se ha dotado con dos juegos de cuerdas de ocho pies, uno de cuatro y registro de laúd. El “Largo” de este concierto, con un canto del instrumento solista sobre los pizzicati de la cuerda trajo uno de los momentos más hermosos de la velada. La clavecinista veronesa, muy apropiadamente, ejecutó el acompañamiento de la mano izquierda sobre el teclado superior, con el registro de laúd, que hermanaba así perfectamente con el precitado pizzicati del conjunto. 

Cerraba la primera parte el “Concierto de Brandenburgo nº 3 en sol mayor BWV 1048”, portentosa creación del Cantor que nos llegó en una interpretación vibrante, vitalista e incisiva de Gli Incogniti. Beyer ejecutó con buen gusto una breve cadencia (el concierto no tiene movimiento lento, como es sabido) para conectar con el “allegro” final rapidísimo, de una energía realmente contagiosa. La disposición elegida, con los tres violines (las mencionadas Beyer y Roca, más Yoko Kawakubo) enfrentados a las tres violas (Vadym Makarenko, Ottavia Rausa y Marta Páramo) permitió un efecto precioso del diálogo entre ambos grupos, con los chelos y el violone ofreciendo siempre un sólido soporte.  

La segunda parte se inició con la lectura, por la hija del homenajeado, acompañada de su madre, de las anónimas notas al programa, unos párrafos de recuerdo a Rodríguez-Miñón. Siguió el “Concierto de Brandenburgo nº 6 en si mayor BWV 1051”, obra preciosa con una combinación instrumental no frecuente, porque se omiten los violines y solo aparecen dos violas, dos violas da gamba, violonchelo, contrabajo y clave. La tímbrica resultante tiene, por tanto, un predominio menos brillante, pero también más dulce. Como la música, que transmite una animación serena en el movimiento inicial (para el que, como muchas otras veces, Bach no proporciona indicación de tempo), y consigue combinar una saludable y hasta tierna vitalidad en el más movido “allegro” final. Beyer y la colombiana Marta Páramo fueron aquí las solistas de viola. Marco Ceccato, magnífico toda la tarde, fue el violonchelo solista, Francesco Galligioni y Dimitri Kyndinis, lo fueron de viola da gamba. Como el resto de la tarde, Baldomero Barciela se encargó del violone y la mencionada Anna Fontana, del clave.

Cerró el concierto el “Concierto para tres violines en re mayor BWV 1064R”, otra muestra de los vaivenes sufridos por estas obras. La partitura que nos ha llegado es la versión para tres clavecines de este concierto, pero, como se ha apuntado antes, la escritura revela que los destinatarios originales eran, con seguridad, instrumentos melódicos, seguramente violines, por lo que esta reconstrucción (de ahí la “R”) intenta devolver la cosa a un original que, como tantas partituras del Cantor, se ha perdido. Obra de máxima exigencia para los tres violines solistas, aquí desempeñados por la propia Beyer, el ucraniano Vadym Makarenko y la japonesa Yoko Kawakubo. Los tres evidenciaron su grandísima clase en una interpretación sobresaliente, no solo por su brillante virtuosismo sino por la fina sensibilidad de su expresión, una muy lograda combinación de ese sabor italiano que contiene la música, pero que a la vez tiene ese sello singular, único, del Cantor.

El éxito fue grandísimo, y Beyer presentó, uno a uno, al grupo completo (a petición de un espectador) a sus músicos, para cerrar el evento con música “marca de la casa”: Vivaldi, el tiempo final de su “Concierto nº 11” de la magistral colección “L’Estro armonico op 3”. Beyer y Gli Incogniti habían entusiasmado con un magnífico acercamiento al Bach más italiano. Pero este final demostró que su Vivaldi está, simplemente, en una liga especial, deslumbrante. Espectacular lo que Beyer, Makarenko y Ceccato ofrecieron en esta maravillosa propina. Entre Bach y este cierre vivaldiano, difícilmente se puede pensar en un homenaje más hermoso que el escuchado ayer en la sala de Cámara del auditorio madrileño por este extraordinario conjunto. 

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