La memoria de Almudena Grandes regresa en “Escalera interior”

La memoria de Almudena Grandes regresa en “Escalera interior”

El 12 de febrero, el Espacio Fundación Telefónica se convirtió en el punto de encuentro de los seguidores de Almudena Grandes (Madrid, 1960), o, al menos, de aquellos que pudieron acudir a la presentación del libro que una semana antes había devuelto su nombre a las novedades literarias. El poeta Luis García Montero y la directora de “El País”, Pepa Bueno, condujeron la cita, evocando a Almudena a través de sus palabras. Allí García Montero –el que fue su compañero de vida casi 30 años– señaló que la memoria es una cuestión que nos compromete con el presente, y, si esto es cierto, “Escalera interior” (Tusquets, 2025) debe de cumplir, sin duda, con este cometido. La última novela de la aplaudida, conmemorada y querida Almudena Grandes acerca a sus lectores la imagen que nos devuelve la mirilla, ese rincón privado al que solo acceden los residentes –y resilientes–, cuyas historias suceden a puerta cerrada. Almudena siempre las abrió, pues no concebía la verdad en secreto y La Resistencia en silencio. 

Grandes ha reafirmado su lugar en la literatura contemporánea española desde aquel 1989 en el que publicaba “Las edades de Lulú”. Su primera novela ya pronosticaba una trayectoria que poco o nada tendría de indiferente o convencional. Recibiría entonces el premio La Sonrisa Vertical, que sería solo el primer reconocimiento, desde luego no el último, ligado a su apellido y obra. Y ahora, pasados 36 años de ese primer libro, más la decena que vendría después –“Te llamaré Viernes” (1991), “Malena es un nombre de tango” (1994), “El corazón helado” (2007) o la saga “Episodios de una Guerra Interminable” (2010-2020)– y casi cuatro desde su pérdida, nos paramos a recordarla, batiendo en duelo al olvido, como ella siempre defendía. Y a través de su mayor arma: las palabras.

Desde 2004 hasta 2021, “El País Semanal” gozó de la “Escalera interior” de la escritora. Cada dos semanas, una columna firmada con su nombre aparecía en la publicación y, con ella, distintos relatos que han tocado a más de una puerta. Con el mismo título que recibió entonces, el libro publicado en febrero reúne una cuidada y generosa selección de estos artículos, que abarcan desde los primeros años de la colaboración hasta el último, aparecido póstumamente bajo un titular revelador, “Unos ojos tristes”. Esta columna inaugura el ejemplar y sigue, saltando de manera intercalada entre unas fechas y otras, prescindiendo del orden cronológico en favor de una organización con mayor sentido.  

En las casi quinientas páginas que comprende el volumen, nos asomamos a esa mirilla imaginaria, donde se desarrollan historias humanas, individuales y suyas, tan suyas que leerlas supone invadir la privacidad de unas vidas –la de Almudena incluida– que no pertenecen a los lectores, pero que, al mismo tiempo, ella logra evocar las nuestras descritas en ellas. 

No obstante, la clave para entender la literatura de Grandes reside en que cada una es “consecuencia del lugar en el que se han barajado las historias generacionales y las fugas de los destinos”. Y ahí se unen lectores y personajes, en la identificación de un contexto que se conforma a partir de las anécdotas de cada uno, pero que responde a un todo mayor, el todo social al que pertenece cada generación. La autora revela los entresijos y problemas políticas, culturales y, por tanto, sociales que caracterizan una determinada época, aunque las divisiones temporales cuenten con límites cada vez más difusos. Puede intuirse de ese orden fuera de lo cronológico. 

En su lugar, el índice viaja de los fragmentos menos biográficos hasta los que nacen en la propia Casa Grandes; desde los relatos de familias ajenas, que terminan resonando, hasta la suya –incluyendo a su gato Negrín–. Y cabe señalar que el amor brota en todas sus formas: el mito del falso amor romántico, el amor que conlleva sacrificio, el amor que permite encontrarse y reafirmar la identidad; el amor por la rebelión en comunidad; el amor puro de los primeros encuentros y el que se extiende años y años, más allá de enfermedades y conflictos. Todos estos son los amores de Almudena, los que contó, los que defendió y los que experimentó. Sin embargo, el libro termina sabiamente, puesto que el amante que siempre acompañó a la madrileña fueron las palabras. La pasión por la lectura y el arte de crearla no solo se confirma en el epígrafe final, verbalizado por ella misma, también se intuye en el resto. Quien utiliza la literatura como altavoz ha de amar las letras, ya que comprende su valor.

“Escribir un libro es inventar una isla desierta y desear apasionadamente un naufragio”. La autora entregó su vida a su vocación por inventar historias, por coger el exterior y transformarlo sin limitarlo. De hecho, ocurría al contrario; lo extendía al darle cuerpo y verbalizarlo. Grandes regaló su arte en cada una de estas columnas y fue generosa. No le importó contar ese último tropiezo en la valla de El Retiro, ni la preparación de su gazpacho; los veranos en Cádiz; el invierno en Madrid; el recuerdo de su infancia; los hombres poetas que marcaron su juventud y cómo se enamoró, primero, de la poesía y, segundo, de otro poeta; sus reticencias a adoptar a Negrín, o aquellos últimos ojos tristes. “Escalera interior” es ella; su forma de observar la realidad y contarla para que segundos o años después el resto pueda recordarlo. 

“Después comenzó a pasar el tiempo, todavía no mucho y después demasiado. La vida sin ella no se parece a la vida, pero él sabe que habría sido peor si no la hubiera conocido nunca”. Tenía razón.

@estaciondecult

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