Un ramo de aplausos para “La del manojo de rosas” en el Teatro de la Zarzuela

Un ramo de aplausos para “La del manojo de rosas” en el Teatro de la Zarzuela

“No corté más que una Rosa en el jardín del amor... Con lo bonita que era, ¡qué pronto se deshojó! […] Rosal que yo cuidaba, ¡qué pronto se marchitó!”, canta Ascensión en la romanza “No corté más que una rosa” en La Zarzuela más emblemáticas del maestro Pablo Sorozábal (1897-1988), “La del manojo de rosas” (1934), con libreto de Anselmo C. Carreño y Francisco Ramos de Castro. El Teatro de la Zarzuela de Madrid vuelve a deslumbrar con su segunda apuesta de esta temporada. En su regreso triunfal para conmemorar los 90 años del estreno, la producción dirigida por Emilio Sagi —un clásico desde 1990 que ha cosechado éxitos tanto en España como en escenarios internacionales, de París a Roma— no solo confirmó su vigencia, sino que revalidó su estatus como una obra cumbre del género chico.

Con las entradas agotadas desde días antes para todas sus funciones hasta el 1 de diciembre, el ambiente del teatro era electrizante ayer, en el día del estreno. El público, compuesto por fieles aficionados y nuevos curiosos, dejó claro que la zarzuela sigue teniendo un lugar privilegiado en el corazón madrileño. Las carcajadas, los aplausos y hasta las exclamaciones espontáneas durante la representación subrayaron el éxito de esta propuesta.

Un Madrid eterno

La dirección escénica de Emilio Sagi sigue siendo una joya de equilibrio entre tradición y modernidad. Con la escenografía de Gerardo Trotti, el escenario se transforma en un vibrante barrio madrileño, lleno de colores y detalles costumbristas que evocan la autenticidad castiza del Madrid de los años treinta. La floristería que da título a la obra, el taller mecánico “Julmotor” y el bar son mucho más que simples decorados; se convierten en un microcosmos lleno de vida donde los personajes desarrollaron sus enredos amorosos y sociales. La producción, fiel a su espíritu original, destila frescura y un cuidado impecable en cada elemento: la lluvia en el segundo acto y los viandantes con paraguas, la luz de la escalera mientras sube Ascensión, los vecinos siempre presentes en sus balcones durante la obra, etc. Desde los guiños al Madrid más popular hasta la comicidad sutil de sus diálogos, todo encaja a la perfección para ofrecer una experiencia que equilibra humor, ternura y un trasfondo social que resuena con el público contemporáneo. El vestuario, fiel a la época, y la iluminación, cálida y envolvente, completan una puesta en escena que combina la nostalgia con la actualidad. Sagi logra que el humor castizo conviva con una mirada delicada hacia los temas de fondo: las tensiones de clase, la independencia femenina (véanse los temas de los que habla Clarita y su mención al Ateneo Feminista) y los ecos de la España prebélica.

Alondra de la Parra, nueva directora artística de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid (ORCAM), hizo su debut en el género chico al frente de esta producción. Si bien se percibieron ciertos matices que podrían afinarse en futuras representaciones, su dirección fue solvente, ofreciendo una versión sólida y respetuosa de la partitura de Sorozábal. La orquesta, bajo su batuta, logró momentos de gran intensidad, aunque en algunos pasajes faltó ese brillo característico que otras versiones han sabido imprimir. Aun así, fue un debut prometedor que dejó al público satisfecho y expectante por su evolución en este repertorio.

En el papel de Ascensión, Vanessa Goikoetxea brilló con una buena interpretación. Su poderosa voz, rica y ágil, llena de matices, supo capturar la esencia de un personaje que oscila entre la independencia, el amor y el desengaño. Su interpretación de “No corté más que una rosa” fue, sin duda, uno de los momentos más emotivos de la noche, arrancando una ovación que resonó con fuerza en la sala. Goikoetxea no solo brilló vocalmente, sino que construyó una Ascensión compleja, mostrando con carisma la fuerza y la vulnerabilidad de una mujer que defiende su independencia en un entorno tradicional. El barítono Manel Esteve Madrid, como Joaquín, se alzó como el gran triunfador de la noche. Su voz rotunda y bien proyectada fue el vehículo perfecto para el carácter galante y pícaro de su personaje. La romanza “Madrileña bonita” se convirtió en uno de los momentos más celebrados de la noche, y su química con Goikoetxea fue palpable, dando profundidad a las escenas románticas. Su conexión con el público le valió la ovación más calurosa de la velada. 

Gerardo López, como Ricardo, cumplió con solvencia su rol. Aunque su dimensión vocal no alcanzó las cotas de excelencia de sus compañeros, logró transmitir la gallardía y el romanticismo del personaje. Por su parte, Nuria García Arrés, en el papel de Clarita, ofreció una actuación encantadora, aportando un toque de frescura y ligereza que equilibró a la perfección los momentos más intensos de la obra. El personaje de Espasa, interpretado magistralmente por Ángel Ruiz, es uno de los pilares fundamentales de “La del manojo de rosas”. Como camarero del bar, Espasa aporta un contraste delicioso con su aire culto e hiperbólico, que transforma cada escena en la que aparece en un festín de humor y carisma. Ruiz, un actor de gran versatilidad, despliega un dominio absoluto del tempo cómico, con diálogos ágiles y expresiones hilarantes que arrancan carcajadas sinceras del público (como esta: “Pues a mí, verás; a mí, el alcaloide que me descuajeringa es la vertebración ancestral de las neuronas en complicidad fragante con el servetinal. Porque, como sin leucocitos no hay ecuaciones, en cuanto pongas dos binomios a hervir ya tiés caldo magi”). Su presencia es tan esencial que, sin él, la obra perdería buena parte de su chispa. Espasa no es solo un alivio cómico, sino un motor que mantiene la energía de la zarzuela siempre en alto, y Ruiz logra que este entrañable personaje deje una huella indeleble en la memoria de los espectadores.

Un equilibrio perfecto entre humor y reflexión

Uno de los aspectos más fascinantes de “La del manojo de rosas” es su capacidad para equilibrar la ligereza del sainete con una reflexión sutil pero profunda sobre la España de los años treinta. Aunque el tono es predominantemente humorístico, los conflictos de clase, las tensiones sociales y la lucha por la independencia femenina subyacen como un telón de fondo que invita a la reflexión. La producción de Sagi no esquiva estas capas de significado, y los espectadores más atentos pudieron captar las alusiones a un contexto histórico que, aunque lejano, sigue teniendo ecos en la actualidad.

La conjunción de una puesta en escena impecable, un elenco de gran nivel y la dirección musical de Alondra de la Parra hicieron de esta representación de “La del manojo de rosas” un gran acontecimiento. El Teatro de la Zarzuela vuelve a demostrar que la zarzuela no solo es patrimonio, sino un arte vivo capaz de emocionar, divertir y conectar con el público de hoy. Con la sala completamente llena y un público que aplaudió con entusiasmo hasta el último saludo, queda claro que esta obra sigue siendo un faro del género chico, un legado que ilumina tanto el pasado como el presente de la tradición lírica española.

@estaciondecult

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