Deslumbrante inicio del espectacular órgano nuevo en la Basílica de Jesús de Medinaceli

Madrid. Basílica de Jesús de Medinaceli. 23 y 30 de noviembre de 2024. Solemne bendición y concierto inaugural del gran órgano sinfónico (día 23), y recital del organista Thomas Ospital (día 30): obras de J.S. Bach, G. Fauré, F. Liszt, M. Dupré y T. Ospital.
A lo largo de los últimos dos años he podido ser testigo del enorme esfuerzo que han llevado a cabo tanto los Hermanos Capuchinos como Jesús Ruiz, el organista titular de la Basílica de Jesús de Medinaceli, para coronar la complejísima tarea de restaurar y ampliar el instrumento original de Juan Dourte del año 1952 instalado en dicha basílica. El ambicioso proyecto se vio finalmente completado a tiempo para un acto solemne y emocionante de bendición e inauguración el pasado día 23, con el templo a rebosar. El acto no pudo estar mejor diseñado. Tras el impactante discurso del director general de la empresa organera austriaca encargada del empeño (Rieger Orgelblau), Wendelin Eberle, participaron en la primera parte del acto el Ensemble Quadrivium, el Coro Dulcimer y los siguientes músicos: Miguel López de Lerma (piano), Omar Escobar Gómez y Jesús Torijano Cañas (trompetas), Unai Casamayor Solera (trombón), Salvador Hernández Díaz (percusión), con las direcciones de Vïctor Nájera y Prado Márquez. Se interpretó polifonía religiosa de los siglos XV y XVI (Tromboncino, Marenzio, Gesualdo, Victoria). Se alternó la música con lectura oportuna de las escrituras (así las palabras de San Pablo a los Colonenses: “Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con himnos y cánticos inspirados”). Se realizaron invocaciones al nuevo instrumento por parte de Carlos Coca, provincial de los Capuchinos, a las que replicó Jesús Ruiz con respuestas musicales apropiadas desde el nuevo instrumento.
Como señaló, tanto en su Parlamento en inglés como en la traducción española que figuraba en el estupendo programa de mano, Wendelin Eberle, en el proyecto se pretendió respetar al máximo el original de Dourte, pero también conseguir un instrumento moderno, sinfónico, de una grandeza digna del templo que lo alberga.
Señaló Eberle que, junto a Jesús Ruiz, se diseñó un plan para construir un instrumento con 92 registros (44 de ellos, nuevos), con una gran consola de cuatro teclados más pedalero, dotada de la más avanzada tecnología, para un instrumento de impresionantes posibilidades, con casi 6.000 tubos (para que se hagan una idea, el fantástico órgano de Gerhard Grenzing de la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, tiene alrededor de 5.000). Mencionó otra cifra igualmente imponente: más de 24.000 horas de trabajo dedicadas a “restaurar lo antiguo y crear lo nuevo”. El montaje, la fatigosa armonización del órgano, todo realizado, además, con la necesaria conciliación con la apretada agenda de culto del templo, ha supuesto un esfuerzo de una magnitud realmente extraordinaria.
Se llevó a cabo después la bendición del órgano, para pasar, finalmente al concierto inaugural propiamente dicho, en el que Jesús Ruiz interpretó obras de Louis Vierne, Eduardo Torres, Johann Sebastian Bach, el capuchino José Antonio Donostia y el célebre Jesús Guridi. No es fácil describir con palabras la impresión apabullante que el nuevo órgano produce en el oyente. Especialmente en la colosal “Passacaglia en do menor BWV 582” de Bach, que conmueve de la primera a la última nota cuando llega con una sonoridad tan hermosa como la que ofrece el gran órgano recién inaugurado.
Quien suscribe quedó fascinado desde el inicio por la solemne grandeza, la emocionante majestad del nuevo órgano incluso en sus registros, digamos, más intimistas, porque la resonancia es realmente formidable. Lo es desde la nave del templo y lo es desde la propia consola del organista. Pero si esa sonoridad consigue, efectivamente, trasladar grandeza, solemnidad, llevar el espíritu del oyente a otro nivel (es imposible no sentirse arrastrado por su tímbrica en los cantos de la liturgia, y es bien seguro que será inmejorable vehículo de inspiración para la congregación en dichos cantos), el poderío, cuando se emplean los registros más potentes del instrumento resulta, sencillamente, apabullante. Es un instrumento de una riqueza que encarna perfectamente las palabras que el provincial de los Capuchinos dedicó en el precitado programa de mano: “la música tiene el poder de comunicar directamente el cielo con la tierra”. Lo hace elevando el espíritu de quienes lo tañen y de quienes lo escuchan. Yendo, como también apuntaba el provincial, donde no alcanzan las palabras. Música celestial, nunca mejor dicho.
El nuevo órgano de la Basílica de Jesús de Medinaceli no solo es un instrumento colosal, la culminación de un esfuerzo denodado y desarrollado con verdadero amor y entrega por quienes han participado en él. No sólo es una herramienta magnífica para servir, de manera inmejorable, el propósito de música sacra para el que ha sido concebido. Es, además, una adición valiosísima al patrimonio cultural de la propia Basílica y, por ende, de la capital del reino.
Ciclo de diciembre
Tras el emocionante y brillante acto de inauguración y su primer concierto, viene de inmediato un ciclo que, a lo largo del mes de diciembre, verá desfilar a distinguidos organistas, además del recital de Thomas Ospital. Habrá conciertos de Johannes Skudlik (4 de diciembre), Ensemble Quadrivium con Jesús Ruiz (14 de diciembre), Álvaro González (21 de diciembre) y Pablo Márquez (28 de diciembre). Los conciertos serán de entrada libre hasta completar aforo (y ya les digo que el aforo se colma con rapidez) y podrán seguirse también en el canal de //www.youtube.com/@catemedinaceli">YouTube.
El joven francés Thomas Ospital (Ayherre, 1990), organista titular de Saint Eustache y profesor del Conservatorio de París, es bien conocido de los aficionados al órgano, por una clara razón: es un formidable instrumentista y un estupendo músico. El año pasado deslumbró en el Auditorio Nacional en un concierto en el que permitió a muchos descubrir los secretos del mencionado órgano de Grenzing, con ilustrativa presentación de Eva Sandoval. En la mañana del sábado 30 mostró, en todo su esplendor, la inmensa riqueza del nuevo órgano Rieger de la Basílica de Medinaceli a un público que también llenó el aforo. Comenzó con el mayor impacto: nada menos que la imponente “Passacaglia” de Bach antes mencionada. El comienzo, solemne, sereno, con la registración perfectamente adecuada, ya evidenció la maestría del francés, dejando que el tempo escogido, tranquilo, permitiera a la música la expansión y resonancia que demanda para trasladarnos la inalcanzable grandeza y perfección que encierra. El resto fue una lección magistral de articulación, respiración, fraseo y empleo inteligente y siempre adecuado de los ricos recursos tímbricos del nuevo instrumento, para culminar en unas últimas variaciones de apabullante grandeza y una fuga traducida de manera realmente excepcional.
Cambio de tercio, para traernos dos fragmentos de la suite “Pélleas et Mélisande” de Fauré, en transcripción de Louis Robilliard. El “Preludio”, evocador, sugerente y lleno de melancólica levedad. La famosa “Siciliana”, con un registro tan ligero y vaporoso como la propia música, impregnada de un lirismo tranquilo y luminoso. Liszt, a continuación, con una traducción, entre reflexiva y contemplativa, de la “Consolación nº 4”, y una lectura de extraordinaria intensidad de las variaciones que el compositor húngaro dibujó sobre el bajo del coro inicial de la cantata “Weinen, Klagen, Sorgen, Zagen” de J.S. Bach. La obra de Liszt nos lleva del oscuro lamento inicial, con ese recurso, tan querido en el barroco, al cromatismo descendente (una línea melódica que desciende de medio tono en medio tono, una suerte de bajar trabajoso de nota en nota, trasunto especialísimo del lamento) como expresión de la tristeza, al final, cuando, con una luz bien distinta, la de la paz esperanzada tras la turbulencia, se presenta el himno del coro final de la cantata, que responde bien al texto: “Lo que Dios hace, bien hecho está”. Sensacional interpretación de Ospital, de una carga dramática y emotiva realmente conmovedora.
La música de su compatriota, Marcel Dupré, a continuación: el “Preludio y Fuga op 7 nº 3”. Brillante y colorido el primero (con una escritura endemoniada para la mano izquierda) y vibrante, muy viva y de gran brillantez la fuga, resuelta con pasmosa facilidad por Ospital. Faltaba el cierre, y no pudo ser más brillante. Una improvisación espectacular, del propio Thomas Ospital, sobre el himno a Jesús de Medinaceli, que se interpreta regularmente en la basílica por sus devotos (con música de Manuel Uriarte y texto del Capuchino Mauricio de Begoña). Si faltaba alguna evidencia del dominio realmente asombroso de Ospital, la tuvo el público aquí. Volcó el francés toda su creatividad, la imaginación desbordante en el manejo de los más variados colores y timbres, y en llevar el himno por las sendas más variadas, hasta un final grandioso con los más brillantes recursos del órgano en un imponente despliegue. Grandísimo éxito de Ospital, que rindió tributo al fastuoso instrumento que había tenido en sus manos y pies. Una mañana musical de las que eleva el espíritu de quienes lo disfrutamos hasta acercarlo más a las alturas. Lo dicho: tenemos nueva joya para disfrutar de una belleza mucho más que especial. El vehículo más apropiado para una música celestial.