El (pen)último servicio del Papa

Asisto al rifirrafe, un diálogo para besugos más, entre el Gobierno y la oposición en la sesión de control parlamentario.
El mundo se estremece y ellos hablan de la guerra de La Moncloa contra un editor o de la inestabilidad del presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón. Pero ahí está, aguardando nuevos turnos de palabra, este mismo jueves, el término de moda: el rearme, que tanta polémica suscita en toda Europa y, desde luego, en la sociedad española, incluyendo el propio Gobierno.
Me preocupa, cuestiones secundarias y peleas políticas de sal gorda al margen, que el debate en nuestro entorno consista en cuantificar cuántos millones de euros vamos a dedicar a disuadir, armándonos hasta los dientes, a los dos personajes nefastos que ahora se quieren repartir el mundo. Y, cuando no hablamos de armas, empleamos nuestros dardos dialécticos en enfrentar a las dos Españas -a dos de las muchas Españas- en torno a peleas sobre los seres desafortunados que vienen a nuestras tierras buscando un mundo mejor.
Sí, me preocupa. Me angustia que las voces más notorias se dediquen a hablar de rearme. Y que la única voz que oigo hablando de desarme ,la debilitada del Papa Francisco, apenas se escuche, desaparecida entre las fotografías de cadáveres en Gaza o imágenes de los dos hombres crueles, insensibles, dedicados a acaparar todo el poder del planeta. Creo que el Papa, que ha aprovechado una leve mejoría en su muy delicada salud para lanzar un mensaje a favor de la paz, está rindiendo el que quizá -espero que no- sea su penúltimo servicio a la humanidad.
Alguien tiene que hablar de paz, de misericordia con los migrantes, alguien tiene que censurar a genes que, como Netanyahu, Trump o Putin -lamentablemente hay más nombres- están socavando los últimos vestigios de racionalidad, pacifismo, humanidad y sentido común que quedaban en la tierra. Nunca tal ausencia de valores, jamás tal amoralidad en la vida pública. Sí, nos queda Francisco, que poco tiene que ver con otros pontífices de actuación polémica en tiempos de guerra. Nos deja un mensaje angustiado desde el hospital en el que pasa estos malos momentos. No podemos silenciar su lamento. Yo no lo haré, al menos, aunque no esté de moda este tipo de discursos.
Me hubiese gustado oír algo de esto, algún alegato por la paz, por la misericordia con los más desafortunados -por ejemplo, esos menores no acompañados que llegan a nuestras costas- en la última sesión parlamentaria que he seguido en mi país, este miércoles. En lugar de eso, he escuchado una batalla de politiquería interna, de muy bajo nivel, que ni me merece la pena reproducir. Estamos en la era de la desvergüenza, o algo peor. Francisco, te necesitamos. Gracias, Francisco.