Las relaciones con Estados Unidos ¿están rotas?

Detecto una indudable inquietud en los medios diplomáticos españoles.
Da la impresión de que España no existe para el secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, y menos aún para Trump, que, quiérase o no, efectivamente se equivocó considerando que nuestro país está alineado con los países BRIC, junto con Rusia, India, China, Brasil, Sudáfrica y varias potencias 'emergentes', como Egipto y, ahora, Irak.
También sé que los embajadores designados por Trump para actuar en las capitales europeas no han tomado posesión en todos los casos, pero no deja de resultar sorprendente que, pasados dos meses desde que el republicano fue entronizado en el Capitolio, no se sepa nada de un tal Benjamín León Jr., un octogenario sin la menor experiencia diplomática a quien el dedo 'trumpista' designó embajador de los Estados Unidos en Madrid gracias a su notable contribución económica para la campaña del hoy presidente.
Hasta donde me consta, reina el desconcierto no solo en el Ministerio español de Asuntos Exteriores, sino también en varios otros ministerios directamente concernidos con las relaciones con la Administración de Washington: Defensa, Agricultura, Comercio, Educación, Turismo, Industria... ¿Qué pasa con los aranceles y las exportaciones, qué pasa con las bases militares, qué pasa con la cooperación económica, tecnológica, cultural y un largo etcétera? Yo diría que ahora existe un cierto vacío, demasiados silencios al otro lado del Atlántico. Y a este: ¿qué tienen que decir las Cámaras de Comercio, las comisiones parlamentarias, los portavoces ministeriales? ¿De veras nada?
Pedro Sánchez trata de hacerse fuerte, manteniendo una actitud cautamente crítica, con el respaldo de la Unión Europea, donde tampoco existen muchos más indicios que en los círculos oficiales y oficiosos de Madrid acerca de lo que se piensa 'de veras' en el Departamento de Estado americano. Aunque, por ejemplo, Macron ya ha viajado a la Casa Blanca, y el nuevo canciller alemán tiene pensado hacerlo, mientras que las relaciones de la italiana Meloni con Washington son excelentes--. Aquí, ya digo: punto en boca y a mirar para otro lado, a ver si el dios de las tormentas decide que escampe.
Para nada comparto las críticas suscitadas en algunos ámbitos ante el anuncio de que Sánchez viajará a Pekín los primeros días de abril para mantener allí entrevistas al máximo nivel. No es ninguna maniobra de distracción; China aparece ahora a los ojos de Europa como una solución al menos comercial, una alternativa quizá no del todo satisfactoria, pero alternativa al fin, al hueco que puede dejar Estados Unidos. Aguardemos a la explicación que Sánchez dará -por fin-en el Congreso este miércoles para saber, si es que tienen a bien comunicárnoslo, cómo se plantea la geoestrategia española ante los nuevos e incógnitos tiempos que se nos han echado encima con la asunción de la Presidencia de los Estados Unidos por parte de alguien como Trump.
Lo que parece cierto es que esta situación de indefinición no puede seguir. Han sido muchos años hablando de la 'alianza privilegiada' entre España y los Estados Unidos como para que ahora todo se diluya en un mar de nieblas y silencios. España tiene que recomponer la figura de su incardinación en el mundo. Sánchez, poco amigo de ambigüedades, ha propiciado el distanciamiento con Israel, la cuasi ruptura con Argentina, los silencios con México, las reticencias con Argelia -que no han servido para intimar con Marruecos-, la ojeriza de Rusia y, ahora, el rencor de Washington. Que no digo yo que no haya razones, más que suficientes en algunos de los casos citados, para que se hayan desatado las malas relaciones; pero el problema es que las alternativas no pueden ser solamente la Europa de von der Leyen y la China de Xi, casos ambos en los que España es más bien cola de león que cabeza de ratón.
Y, sobre todo, a nada conducen estos silencios, que recuerdan a políticas pasadas de esperar a que todo se pudra para que comience a arreglarse. Creo que las relaciones con los Estados Unidos constituyen un tema que desde La Moncloa deben agarrar por los cuernos. No, nos gusta Trump. Ni nosotros le gustamos a él, obviamente. Pero es el toro con el que habrá que lidiar, glub, hasta, al menos, 2029, si nada ocurre de aquí a entonces. Y eso es mucho, demasiado, tiempo como para seguir jugando a que no pasa nada.