El caso del libro que no ha leído nadie

 El caso del libro que no ha leído nadie

Del légamo que quede de éste diluvio de cuarenta días y cuarenta noches que se ha desplomado sobre nosotros brotará el tapiz de la primavera, pero hay flores espúreas que han ido naciendo y creciendo mientras nos llovía: En el mundo, las flores del mal cuyos pétalos siniestros esparcen los Trump, los Putin y los Netanyahu por la superficie de la Tierra, y aquí, los habituales cardos de una política ruin y el espectáculo grotesco e infame que ha ido protagonizando el que no alertó a su gente ni de la inminencia ni de la envergadura de un diluvio anterior, el que vomitó toneladas de cañas y barro sobre el sur de Valencia.

Y hoy, que parece que por fin va escampando, vemos brotar lo que parecería, pero no es, una flor menor, la del caso del libro que no ha leído nadie.

 

Se trata de "El odio", de Luisgé Martín, en el que el asesino de sus hijos José Bretón confiesa su doble crimen. Nadie, bueno, casi nadie lo ha leído, pues la infortunada madre de las párvulas víctimas, víctima ella misma de lo peor que puede sucederle a una madre, está haciendo lo posible para que se prohíba su difusión y no se lea. Lamentablemente, su intento, que nace de un dolor inmarcesible que no quiere ver acrecido por el discurso atroz de su verdugo, multiplicado en los escaparates y los anaqueles de las librerías, conseguirá el efecto contrario, una publicidad inmensa, impagable, del libro en el que el asesino remata a la que fue su familia.

Este libro que todavía no ha leído nadie es para Ruth Ortíz, sin duda, una daga que se le hunde en las entrañas, pero es un libro. Un libro nonato, aún tan nonato como debió ser el cretino infanticida que lo inspiró. El único delito de un libro es que sea malo, que esté mal escrito, y aun así no puede prohibirse, de suerte que el único castigo es el que nadie lo lea. Pero esa punición no corresponde a Ruth Ortíz, que, al intentarla, no consigue, como queda dicho, sino el efecto contrario. A uno, y no sólo a uno, le gustaría que José Bretón no hubiera existido, que las páginas de sus crímenes horrendos hubieran quedado en blanco, pero ese libro que aún no ha leído nadie es sólo un libro. Que, eso sí, resucita a un muerto viviente.

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