Feijoo se tira al agua

La semana pasada, en esta misma columna, señalaba la necesidad perentoria de reconsiderar el agua como lo que nunca debió dejar ser: un Asunto de Estado.
Aquello que Zapatero, como tantas cosas, dinamitó con la entusiasta ayuda de Cristina Narbona. El agua dejó de ser de todos los españoles y se convirtió en un batalla tribal y en un predio de delirios de paraísos originales. Bien demostrado ha quedado con los últimos avatares, trágicos unos y otros, aunque preocupantes, reveladores tanto de carencias como de lecciones y soluciones útiles que hay que rescatar de inmediato.
España necesita abordar el tema como una cuestión prioritaria, de enorme y vital trascendencia para nuestro futuro, rural y urbano, bienestar y seguridad. Aquí, y aunque solo lo temamos cuando nos inunde la riada o se nos corte el grifo, sí que nos va la vida en ello: es imprescindible un Plan Hidrológico Nacional y afrontarlo como se debe. O sea, como ahora casi parece un imposible metafísico en vista de cómo esta el gallinero, poniendo por encima los intereses generales y buscando acuerdos amplios, estables y sólidos, que a la fuerza conllevan concesiones mutuas tanto políticas como territoriales, tanto en planos ideológicos como territoriales.
El momento, sin embargo, puede no ser malo. Tenemos los pantanos llenos y ha quedado patente que la red de embalses, y si están conectados mejor todavía, no solo sirven y son imprescindibles para almacenarla para cuando no cae ni gota sino, e igualmente útiles para regular y controlar cuando cae en demasía. También supongo que se habrá meditado, aunque sea en las pausas entre pedrea y pedrea, que lo de no querer encauzar barrancos ni limpiar los cauces es una estupidez muy peligrosa. Vamos, que ponerse a la tarea es de puro sentido común y lo más sensato y por ello quizás esté condenado al fracaso. Mis esperanzas eran por ello casi nulas y lo siguen siendo.
Pero quiero reconocer que alguien lo quiere intentar y lo ha planteado con mesura y sin insultar a nadie. Ha sido Alberto Núñez Feijoo y hay que reconocer que lo ha dicho poniendo por delante que la fórmula de conseguirlo no es el "trágala" sino el acuerdo, la colaboración y el respeto. Solo así puede llegar la solución que habrá de contener, para que sea sólida y duradera, concesiones por todas las partes y los diversos territorios en pos de un interés más general y amplio. Su propuesta es mesurada, huir de maximalismos, elaborarse sin apriorismos y basarse en proyectos técnicamente solventes, o sea, echar mano de la ciencia y de los técnicos y plantearla no como una batalla contra el rival político sino como un proyecto de interés general alentado por todos.
Para ello ha puesto como ejemplo la sintonía que ha existido durante esta última avalancha de tormentas entre administraciones de diferentes signos políticos y lo ha ido a hacer en Talavera de la Reina, donde la colaboración de los alcaldes populares de esa localidad y de la capital Toledo con la administración autonómica, que por cierto también sufrió la mortandad de la DANA, que no solo fue valenciana, presidida por el socialista Page y con la del Gobierno central ha sido visible y positiva. Dicho esto, que me alegra, tengo también claro, que no pasará de ahí y se estrellará de inmediato con nuestra penosa realidad política.
Pero no por ello debe de cejar el líder del partido más votado, que lo es, en exponerlo de continuo a la ciudadanía, asumirlo como una de sus grandes apuestas y convertirlo en una firme promesa si alcanza la presidencia del Gobierno. No le va a ser fácil hacer que cale el mensaje. Hoy la sensatez, el sentido común, el interés general y grandes retos que necesitan grandes proyectos de futuro, cotizan poco, a la baja y hasta producen desdén y desprecio. Sin embargo, esto es lo que necesitan y de manera cada vez más urgente España y los españoles. Y hace y hará bien Feijóo tirándose al agua para intentar encauzarla. Mejor, desde luego, que andar rebozándose en cenagales.