“La vida breve” y “Tejas Verdes”: ni tan breve ni tan verde

“La vida breve” y “Tejas Verdes”: ni tan breve ni tan verde

El estreno absoluto de “Tejas Verdes” de Jesús Torres (Zaragoza, 1965) junto a “La vida breve” de Manuel de Falla en un mismo programa representó un acontecimiento musical de gran envergadura en el panorama operístico español. Sin embargo, el resultado escénico bajo la dirección de Rafael R. Villalobos dejó mucho que desear. “Tejas Verdes”, además, se hizo excesivamente larga, lo que contribuyó al agotamiento del público.

“La vida breve” nos transporta a un escenario de fuerte raigambre andaluza, con un corral en el Albaicín de Granada donde la joven Salud espera a su prometido, Paco. La obra retrata la tragedia de una mujer que, al descubrir la traición de su amado casándose con otra mujer, sucumbe al dolor y muere de pena. La música de Falla, con su inconfundible carga de dramatismo y color local, nos sumerge en un mundo de pasiones exacerbadas y fatalismo, elementos que hacen de esta obra una de las grandes joyas del repertorio operístico español.

Por otro lado, “Tejas Verdes” (denominado así por el campamento de prisiones con el mismo nombre), con libreto de Fermín Cabal basado en su obra homónima, nos sitúa en un tiempo indefinido para relatar la historia de Colorina, una joven chilena víctima de la dictadura de Pinochet. La protagonista, encarcelada y torturada, se convierte en el símbolo de todos los desaparecidos por la represión. En su cautiverio, interactúa con otros personajes como la Delatora, quien la traicionó bajo coacción, la Doctora, que justifica la brutalidad del régimen, y la Enterradora, quien se enfrenta a la ingente tarea de ocultar los rastros de las atrocidades cometidas. En este drama, la memoria y la búsqueda de justicia emergen como los pilares fundamentales del discurso narrativo.

La idea de unir ambas óperas a través de la escenografía y la interacción de sus personajes pretendía subrayar la falta de libertad de sus protagonistas: una opresión metafórica en el caso de Salud y una represión física y política en el caso de Colorina. Cabe destacar que a priori es una idea inteligente. No obstante, la ejecución resultó en una producción confusa y sin cohesión. La introducción del personaje de Colorina en “La vida breve” (sin ton ni son), una obra de una estética tan arraigada en el folclore andaluz, resultó forzada y desconcertante. No puedes incluir a una presa en medio de una escena de amor con matices gaditanos sin desdibujar la narrativa. O puedes. Pero los espectadores se dan a la fuga. 

La escenografía, con una casa giratoria que se transformaba en prisión, imponía un concepto visual potente, pero la superposición de imágenes y simbolismos generó un popurrí sin sentido. La oscuridad y el brutalismo opresivo de las dos obras generó más desconcierto que impacto, sobre todo en un Falla eclipsado por la opacidad de “Tejas Verdes”. Además, las coreografías, con figuras masculinas afeminadas en camisas transparentes realizando saludos fascistas, añadieron un elemento innecesario y fuera de lugar, desdibujando aún más el discurso dramático. La violencia explícita en escena, con violaciones y asesinatos estilizados al compás de la música por los supuestos militares, buscaba impactar, aunque solo logró incomodar sin propósito claro. Si la intención era sumergir al espectador en el horror, lo que se consiguió fue expulsarlo de la experiencia, dejando a muchos con la sensación de haber asistido a una performance más preocupada por provocar que por conmover.

En el reparto, “La vida breve” brilló en su interpretación, destacando la impecable Salud de Adriana González, quien aportó una pasión y un dramatismo que electrificaron la escena. Eduardo Aladrén, como Paco, cumplió con solvencia su rol, aunque sin alcanzar el nivel de su compañera. Ana Ibarra, en su doble papel de la Abuela y la Doctora, tuvo un desempeño irregular, sin encontrar el tono adecuado en la primera obra, aunque mejoró algo en “Tejas Verdes”. Natalia Labourdette, como Colorina, no logró emocionar, y su voz no pareció la más idónea para el papel.

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En cuanto a la partitura de Jesús Torres, “Tejas Verdes” no consiguió conmover. Una obra de tal crudeza y carga emocional exige una música que traduzca la angustia y el desgarro de sus personajes. Torres, sin embargo, no alcanzó la intensidad dramática necesaria, lo que resultó en una experiencia distante y carente de verdadero impacto. Comparaciones inevitables con compositores como Mieczysław Weinberg, con su “La pasajera”, maestro en la representación sonora del horror, dejan en evidencia la falta de fuerza expresiva en esta nueva creación operística. La música de Falla, vibrante y llena de matices, realzó el dramatismo de “La vida breve”, pero la composición de Torres, en comparación, resultó monótona y plana.

El director musical Jordi Francés hizo lo que pudo. Su dirección fue correcta, más funcional que sugerente, logrando que la Orquesta del Teatro Real respondiera con solvencia. Sin embargo, en una propuesta escénica tan errática y un estreno con tantas expectativas, su dirección no logró aportar un plus de profundidad o dramatismo que hiciera despegar la música de Torres ni que rescatara los desajustes de la puesta en escena.

El público reaccionó con indiferencia y desorientación ante una propuesta que no logró justificar su premisa conceptual. Tras “La vida breve”, una parte considerable decidió que ya había tenido suficiente y abandonó la sala. Otros, más resistentes o más crédulos, se quedaron a presenciar “Tejas Verdes”, aunque algunos de ellos acabaron desertando en pleno desarrollo de la obra. La falta de cohesión entre las obras y la errónea puesta en escena convirtieron lo que podría haber sido una propuesta innovadora en un ejercicio fallido. Un estreno que, pese a la relevancia de la nueva composición de Torres y la valentía de la propuesta de Villalobos, no logró articular un discurso sólido ni impactar con la fuerza que ambas historias requerían.

@estaciondecult

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