"A la Casa Blanca no se viene sin traje"

 "A la Casa Blanca no se viene sin traje"

"A la Casa Blanca no se viene sin traje", le gritó este viernes un 'hooligan' del 'trumpismo', el propagandista Brian Glenn, al atribulado Zelenski, que, ante las cámaras de televisión del mundo, estaba siendo increpado de lo lindo por Donald Trump y su vicepresidente Vance.

Tampoco gusta, vaya por Dios, el uniforme, casi de combate, con el que el presidente ucraniano se presenta en todas las reuniones internacionales desde que, hace tres años y cinco días, su país fue invadido por Rusia. Lástima que Glenn, erigido en campeón del 'dress code', olvide que el asesor presidencial número uno, Elon Musk, no pierde ocasión de presentarse en el mismísimo Despacho Oval ataviado con una camiseta de Tesla y una gorra de MAGA. A veces con hijo sobre los hombros incluido.

A Zelenski no supieron cómo humillarle más; ya digo, con los medios de comunicación del mundo mundial como testigos. El irascible Trump le preparaba una encerrona bajo el pretexto de sentarse a negociar con el ucraniano el uso y disfrute de esas 'tierras raras' pletóricas de minerales preciosos que se albergan en suelo de la martirizada nación europea. Da igual: Trump sabe que se hará con esas tierras raras, a las que dejará 'ralas', dentro de no mucho. Desde el viernes, la cuenta atrás para Zelenski se ha acelerado, sin que presumiblemente la 'cumbre' convocada para este domingo en Londres por el 'premier' Starmer, a la que asistirán muchos líderes europeos (sí, Sánchez también), vaya a servir para detenerla. Los europeos contemplan el protocolo y la moderación; el 'puto amo' del planeta, no.

'Delenda est Zelenski', han decretado, al unísono, la Administración republicana estadounidense y el Kremlin, una de cuyas portavoces, María Zajarova, se atrevió a proclamar 'urbi et orbi', tras contemplar con regocijo la bronca en el despacho oval, que había sido "un milagro de contención" que en la Casa Blanca "no golpearan a ese sinvergüenza" (refiriéndose a Zelenski, claro). Al diablo cualquier pretensión de lenguaje diplomático.

Se puede luchar contra la injusticia, contra el uso irracional de la fuerza, contra la maldad. Incluso contra la mentira. Contra lo que es difícil luchar es contra la mala educación. El que pega una patada al tablero puede que se considere ganador de la partida, pero nunca más será invitado a jugar, porque las reglas del juego son fundamentales. Y Trump ha dinamitado, aunque esto no lo dirán seguramente de manera tan clara este domingo en Londres, las futuras conversaciones de paz: se ha entregado al presumible ganador, o sea Putin, y ha humillado a quien ya considera vencido, o sea, al pueblo de Ucrania en la figura de Zelenski.

Ignoramos todos lo que va a ocurrir tras el lamentable espectáculo televisado el viernes, pero dudo mucho que la cosa pueda seguir así mucho tiempo más. Hay quien cree que lo de Trump pueden ser bravuconadas luego atenuadas por el tiempo. No lo sé. Sin duda, es inapropiado ir sin traje a la Casa Blanca, pero mucho más inconveniente es vociferar allí, y que lo haga el hombre más poderoso del mundo, sobre riesgos de una tercera guerra mundial. Las palabras nunca son inocentes. La grosería, tampoco.

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