No son los políticos, somos nosotros

Nos quejamos micho de los políticos que tenemos -con bastante razón-, de su falta de capacidad para el diálogo, de su decisiones al borde de la legalidad, o saltándosela, de las componendas permanentes para seguir en el poder, de los pactos y las cesiones poco confesables, de la opacidad de sus decisiones, del intento permanente de colonizar las instituciones, las empresas públicas y hasta las privadas, de lo que mienten, del interés permanente en destruir al contrario, de la escasa atención que prestan a las necesidades reales y a los problemas de los ciudadanos, de lo que cobran o de lo que roban, de la corrupción y los líos, de aprovechar el dinero público para sus intereses personales, incluso colocando "novias" en empresas públicas, de defender una cosa un día y la contraria al día siguiente, de la falta de democracia interna en los partidos para que sólo el que manda pueda hacer lo que quiera, del descrédito del Parlamento, de la utilización sectaria de instituciones como la Fiscalía General del Estado, el Tribunal Constitucional, el CIS, el Poder Judicial, del reparto de los inmigrantes menores por interés político y no para solucionar el problema.
.. Es el Gobierno, en la mayoría de los casos, pero no sólo el Gobierno.
La culpa principal es nuestra, de los ciudadanos. Nuestra culpa. Muchos socialistas que están en contra de la forma de gobernar de Pedro Sánchez, al que votaron, le seguirán votando haga lo que haga porque es "su" partido y porque es la única manera de derrotar al "enemigo". Hasta el propio Felipe González, uno de los más críticos, lo ha reconocido. Sus diputados, disconformes con los regalos y los privilegios a Cataluña, contrarios a la amnistía y los indultos, a los pactos sobre inmigración o las cesiones de competencias exclusivas del Estado siguen votando "todos a una" todas las propuestas de Pedro Sánchez y callan en los órganos internos del partido. Quienes rechazan los pactos del PP con VOX -y desde luego, cuantos menos mejor- aceptan los del PSOE con la extrema derecha racista y xenófoba de Junts, los independentistas de ERC, la extrema izquierda comunista de Sumar y Podemos o los herederos de ETA. ¿Y qué hacemos los ciudadanos que estamos disconformes con ello, sea cual sea nuestra ideología? Callar y tragar. En el silencio ciudadano ganan siempre los que se sirven de los ciudadanos y no sirven a los ciudadanos.
Tenemos lideres autoritarios, cada día más, incapaces de escuchar al contrario, de dialogar con él, de buscar los acuerdos que representen y beneficien a la gran mayoría del país. Y la inmensa mayoría de los ciudadanos calla y acepta. Nos pasa en casi todo. En el fútbol, el Deporte nacional, queremos la humillación del rival directo. En la economía denigramos a los empresarios que crean empleo porque tienen beneficios. La corrupción de unos es falsa, pero la de los otros es siempre cierta y culpable. Nos hemos cargado la presunción de inocencia. Callamos ante los ataques a los jueces, la última frontera del Estado de Derecho, y a los periodistas, porque la libertad de expresión sólo nos gusta cuando permite decir lo que nosotros pensamos y callar a los que dicen otras cosas, aunque sean verdad. Están en contra de la guerra, pero defienden la invasión de naciones libres como Ucrania y están dispuestos a aceptar que sea troceada y rechazan que el mundo libre se proteja ante los agresores. Aceptan integrar a menores procedentes de Ucrania, pero exigen que se devuelva a su país a los que vienen de África. Apoyan a personas como Trump que son fuertes con el débil, Zelenski, y débiles con el fuerte, Putin.
Hay que defender la democracia porque en su estado actual, no sólo en España, conduce al fracaso social. Hay que exigir consensos y acuerdos. Y esa responsabilidad está en cada uno de los que ocupan cargos públicos, pero también de los ciudadanos. Cada día, no sólo cuando se vota. Porque si no se actúa, si no se alza la voz, si no se exigen comportamientos éticos nos convertimos en cómplices de los que están destruyendo la democracia.