La extraña pareja

 La extraña pareja

La tristeza y la alegría son una yunta excepcional sobre la que, en algunas ocasiones, aramos el campo de la vida.

Me di cuenta esta semana, cuando observé el rostro de algunas falleras, donde la cremá siempre provoca ese matrimonio misterioso, pero esta vez era distinto, porque la tristeza no venía del anticipo nostálgico de la fiesta que acaba, sino de la tragedia reciente, que llenó de luto y amargura la vida de la Comunidad.

La primera vez que observé el patinaje de una lágrima sobre la mejilla perfectamente maquillada de una fallera, fue de niño, a través de la pantalla de una televisión en blanco y negro. Luego, estuve de misacantano, en Radio Gandía, y comencé a advertir el hondo significado de esta aceptación del fuego que destruye, como acicate para comenzar de nuevo otra etapa vital, sin olvidar que procedemos del agua, pero antes del agua estuvieron las brasas de los volcanes.

Los tres valencianos con los que más he convivido han sido Joaquín Prat, padre; Pepe Sancho y Juan Manuel Golf. Y, los tres, cuando escuchaban el himno de Valencia, se emocionaban. Juan Manuel Golf, el primer marido de la excelente cantante Luciana Wolf, lo hacía sin inhibiciones; Joaquín era más comedido, y Pepe Sancho no podía permitirse dejar de ser fiel a su personaje de duro, pero le conmovía. Me he acordado de ellos, al ver -esta vez la pantalla del televisor era en color- esas miradas falleras donde se concentraba la firme decisión de no renunciar a las fiestas, porque sería aceptar la derrota, y el amargo recuerdo de esos dos centenares largos de valencianos que ya nunca volverán a ver unas fallas.

Un día, yendo precisamente a Valencia, en su coche, Juan Manuel Golf me recordó que el único himno regional que nombraba a España era el himno de Valencia. Y es cierto. Parece ser que el valenciano que lo compuso, el gran maestro Serrano, le pidió al letrista que así fuera. Y así es. O a lo mejor ya no es, porque el Ayuntamiento de Alcira decidió borrar la palabra España. No puedo preguntar por este cambio a ninguno de mis tres amigos, porque nos dejaron de manera definitiva. Pero aunque no escuche su respuesta, me la puedo imaginar: una sosegada indignación de Prat, una ironía de Wolf, y una rotunda reacción de Pepe Sancho. Sé lo que pensaban, porque ellos me enseñaron a ver la extraña pareja, en la expresión de una fallera, cualquier 19 de marzo, cuando la luz de las llamas quiere sustituir al sol.

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