Que le den al kit... y a la UE

En un nuevo episodio de su desconexión con la realidad, la Unión Europea ha decidido dar un paso al frente... hacia el abismo del ridículo. Su última genialidad es una campaña oficial que recomienda a los ciudadanos preparar un kit de supervivencia para 72 horas, como si viviéramos al borde de un colapso civilizatorio cada lunes por la mañana. ¿El motivo? Una catástrofe inminente. ¿Cuál? Nadie lo sabe. ¿Cuándo? Tampoco. ¿Por qué? Porque sí.
El delirio burocrático ha alcanzado nuevas cotas de absurdo. Esa misma maquinaria que regula el tamaño del pepino y que nos ha impuesto tapones de botella imposibles de separar del envase “para salvar el planeta”, ahora se transforma en gurú del apocalipsis doméstico, sugiriendo a los europeos que llenen una mochila con linternas, botellas de agua, una radio a pilas, medicinas, documentos, latas de comida y una manta térmica. La imagen es tan grotesca como reveladora: Europa no promete soluciones, sino una linterna del Decathlon y una lata de fabada asturiana para esperar el fin del mundo.
Este supuesto “kit de emergencia” —convertido en campaña institucional con cartelería, web y vídeos dignos de una parodia— huele a marketing del miedo con envoltorio institucional. Porque si algo ha perfeccionado la UE en los últimos años es el arte de asustar para mandar más y rendir menos. Primero fue la pandemia, luego la guerra, después el colapso energético… y ahora, el misterio de “la gran catástrofe”. Da igual el qué: lo importante es tener al ciudadano inquieto, sumiso y entretenido preparando mochilas. El mensaje es claro: conviértase usted, ciudadano medio, en una especie de MacGyver de andar por casa, con linterna, manta térmica y latas de fabada, listo para sobrevivir a un mundo que sus propias instituciones no saben —o no quieren— gestionar.
Y lo más inquietante es que este disparate no es un desliz, sino una estrategia calculada. El miedo ya no es una consecuencia de las crisis: es la materia prima de la política contemporánea. Una ciudadanía asustada es más manejable, más obediente, más dispuesta a aceptar lo que venga. Por eso, cada cierto tiempo, los gobiernos nos sacuden con un nuevo apocalipsis por entregas: hoy es un apagón, mañana el desabastecimiento, pasado una glaciación repentina. Y mientras tanto, se aprueban políticas que casualmente benefician a los de siempre: industrias energéticas, farmacéuticas, armamentísticas… el tridente dorado del miedo rentable. ¿Y lo próximo qué será? ¿Un apocalipsis zombi? ¿La llegada de Godzilla por el estrecho de Gibraltar? ¿Una invasión extraterrestre? Todo encaja, siempre que el relato sirva para asustar al contribuyente y enriquecer al proveedor adecuado.
Y lo más ofensivo es que todo esto se nos vende como “sentido común” y “cultura del cuidado”, cuando en realidad el mensaje es profundamente cínico: no esperes nada de nosotros. No confíes en las instituciones. Si todo se hunde, ya sabes: abre tu kit, enciende tu linterna y aguanta el chaparrón como puedas.
La campaña, con sus vídeos, su web y su parafernalia gráfica, roza la parodia involuntaria. Unos burócratas incapaces de gestionar una crisis energética sin disparar los precios, que no supieron distribuir vacunas sin opacidad ni responder con eficacia a una guerra en suelo europeo, ahora pretenden darnos lecciones de supervivencia de manual de scout. Eso sí, desde sus despachos climatizados y con sueldos blindados.
La decadencia europea no llega de golpe. Llega poco a poco, en gestos aparentemente inocuos. En políticas absurdas disfrazadas de responsabilidad. En recomendaciones surrealistas que retratan más a quien las emite que al supuesto problema que intentan abordar.
Y mientras tanto, millones de ciudadanos pagan sus impuestos para mantener en pie este entramado que, lejos de aportar soluciones, se limita a sugerirnos cómo sobrellevar la próxima catástrofe con una manta térmica y una sonrisa forzada. Bienvenidos a la nueva Europa: una linterna, una lata y una gran tomadura de pelo con bandera azul y estrellas doradas.