La cautivadora belleza del barroco musical italiano, de la mano de la Accademia Bizantina

Un poco de historia
Casi parece que fue ayer, pero hace ya algo más de 70 años, cuando cierto violonchelista de la Sinfónica de Viena, llamado Nikolaus Harnoncourt, consideró llegado el momento de eliminar la pátina que, en manos de las grandes batutas de la época (léase los Karajan, Furtwängler o Klemperer, por citar sólo 3), impregnaba o, por emplear más bien la idea de Harnoncourt, contaminaba de un romanticismo inapropiado las músicas anteriores, desde el renacimiento y el barroco al clasicismo, distorsionando las músicas de Bach, Händel, Vivaldi o Monteverdi. Harnoncourt, dicho de una forma gráfica, consideraba, con razón, que la música de esos autores no debía sonar, por poner otro ejemplo contrastante, como lo hacían las sinfonías de Brahms. Decidió entonces (1953) abandonar la orquesta y fundar el Concentus Musicus de Viena, que sería conjunto pionero entre los calificados como “de instrumentos originales”. Harnoncourt y su Concentus bucearon en tratados e instrumentos, en un empeño, tan utópico como deseable, de acercarse lo más posible a lo que hubiera podido ser la sonoridad y el estilo de aquella época. La corriente, denominada en principio, con cierto desprecio, como “filológica” o “historicista” se conoce en nuestros días como “interpretación históricamente informada”, porque, al fin, eso es lo que es: una manera de acercarse a aquellos repertorios pretéritos que se basa en lo que nos dicen los tratados, fuentes e instrumentos de la época.
La personalidad de Harnoncourt era fortísima, y a su impulso se unieron inmediatamente otros nombres que han marcado de manera decisiva la interpretación de la música antigua y barroca en los últimos sesenta años. Baste recordar a Frans Brüggen, Gustav Leonhardt o Sigiswald Kuijken, además de nuestro Jordi Savall, como algunas de las figuras más prominentes de este movimiento. La tendencia hacia lo históricamente informado traspasó rápidamente fronteras, y se impuso con prontitud en diferentes países: Bélgica, Francia, Reino Unido o Países Bajos, además de Alemania y Austria. Italia, en cambio tardó algo más, quizá por el propio carácter del país, o quizá porque la impronta de aquel legendario (pero muy alejado de esta tendencia) grupo de I Musici era demasiado fuerte.
La Accademia Bizantina
El cambio acabó llegando, como no podía ser menos, a la tierra de Vivaldi, y en los años ochenta se crearon dos grupos en el país transalpino cuya relevancia en el campo de la interpretación históricamente informada del renacimiento y el barroco es incuestionable. La Accademia Bizantina se creó en Ravena en 1984 (celebran ahora su cuadragésimo aniversario), y a finales de esa década comenzó a colaborar con el clavecinista y organista Ottavio Dantone (Ceriñola, 1960), que se convirtió, a mediados de los noventa, en director de la agrupación. La trayectoria del grupo ha sido de constante éxito desde entonces. Sus grabaciones, primero para sellos bien establecidos como Decca, Deutsche Grammophon, Naïve (sus numerosas grabaciones de Vivaldi para este sello son auténticas joyas) o Harmonia Mundi, y ahora para HDB Sonus, han sido recibidos con grandes elogios por público y crítica, como lo han sido también las actuaciones en vivo en nuestro país, al que regresarán el próximo mes de abril, para ofrecer la Ópera de Vivaldi “Il Giustino”, en Madrid, Barcelona y Bilbao.
La música del barroco en general, y la del italiano en particular, es rica en la creación de emociones en el oyente, los “afectos” tan en boga en la época, mediante la utilización o asociación de múltiples recursos técnicos (la asociación de determinadas tonalidades en las obras para sugerir estados de ánimo o atmósferas específicas, por poner solo un ejemplo). Los contrastes, los acentos, el empuje rítmico, la imaginación deben estar presentes, porque solo así se despiertan las emociones que la música busca provocar. Y hay que partir de una base no fácil, porque las partituras de la época son, por decirlo así, como una carretera sin apenas señales de tráfico. Más allá de las notas, el intérprete recibe poca indicación, y debe justamente identificar esos guiños técnicos de la música para entender y transmitir la emoción que contiene.
Y todo ello lo ha venido haciendo la Accademia Bizantina de manera modélica en estos años. En los últimos, dentro de un proyecto que denominaron “El sonido excitante de la música barroca”, ha venido dedicando grabaciones a las colecciones de “Concerti Grossi” de tres autores diferentes. Corelli parecía el maestro indudable del género, y Händel se antojaba la siguiente elección lógica. Pero dice Dantone que no tuvieron duda alguna por inclinarse hacia Geminiani como el tercer autor que incluir en la trilogía. La figura de Francesco Geminiani (1687-1762) no es tan conocida como las de Corelli o Händel, pero el compositor y violinista toscano fue un músico extraordinario en todo caso. Discípulo del precitado Corelli y coetáneo de Händel, dejó una obra instrumental de gran belleza, además de tratados como “El arte de tocar el violín op 9” (1751), de indudable importancia en cuanto a informar las interpretaciones de la época.
Nos dice el folleto que acompaña a la grabación que se comenta algo que es suficientemente explícito: “Accademia Bizantina es el nombre de un propósito, de una vocación, de una idea: un grupo de músicos profesionales decidido a dar a la música barroca la oportunidad de volver a emocionarnos.” El director de la Accademia Bizantina considera, con razón, especialmente singular el lenguaje de Geminiani, y basta escuchar la primera pista del disco, el “adagio” del primer concierto, para coincidir con él y quedar cautivado por la fantasía de sus pasajes desde el clave, la contundencia de algunos ataques de la cuerda o el delicado canto contrastante de la misma. Desde ahí solo cabe dejarse llevar por una música de gran belleza, interpretada con el más sólido conocimiento, que se convierte en vehículo de toda una panoplia de emociones con un denominador común: la cautivadora belleza de uno de los grandes autores del barroco musical italiano. Nos llega todo ello con una frescura envidiable.
GEMINIANI: Concerti grossi op 3. Accademia Bizantina. Director y clavecinista: Ottavio Dantone. HDB Sonus. 1 CD.