El guru, el carnaval y este mundo ‘fake’

 El guru, el carnaval y este mundo ‘fake’

Conozco desde hace tiempo a Aleix Sanmartín, el ‘guru’, dizque mago de las campañas electorales, que la Génova del PP ha arrebatado al Ferraz del PSOE.

Un fichaje este de los ‘populares’ no precisamente barato –el propio Sanmartín presume de que Tesela, su software diseñado aseguran que para ganar elecciones, vale seiscientos mil euros—y que se enmarca en una era en la que dicen que las urnas se conquistan a base de conocer datos recónditos de los electores. Así fue con la primera victoria electoral de Trump, gracias a que Cambridge Analytica supo manipular eficazmente los datos que obtuvo, sin permiso de los afectados, claro, de Facebook. Ahora las campañas se juegan en este terreno más que en el de las ideas, y no hablemos ya de los ideales: dicen que el método de Sanmartín consiste más en desacreditar al adversario que en glosar a quien le ha contratado. Y, en el mundo del insulto, de la descalificación y de lo ‘fake’, parece que esto funciona.

Conste que no pretendo desacreditar el trabajo de estos prestidigitadores de la opinión pública, que es veleta cambiante en función de vientos huracanados que algunos saben bien cómo desencadenar. Solo digo que los Sanmartín, los Iván Redondo, los Michavila, juegan en un terreno tan inveraz como lo es ahora el político, difunden imágenes y versiones que no se si siempre se ajustan a la realidad más real, valga la redundancia. Fabrican y destruyen famas. Y si, pongamos por caso, el desventurado y desacertado Carlos Mazón ha de ser triturado en una lucha política que se juega, aunque no lo parezca, en otro campo, pues ‘delenda est’ Mazón. Y así bastantes más, que quizá merecerían la lapidación pública mucho menos que quienes encargan las campañas en su contra, y conste que tampoco defiendo a los primeros más que a los segundos.

El terreno de batalla que se nos presenta trata de ocultar realidades importantes –la manipulación de la Constitución, por ejemplo—a base de airear cosas sin duda más atractivas para el público, pero menos trascendentales para nuestras vidas, como algunas lamentables conductas sexuales (que, por supuesto, tampoco justifico), por ejemplo. Hay descaradas filtraciones de sumarios judiciales que deberían haberse mantenido secretos, revelaciones interesadas que llegan hasta a sacar de la cárcel a un delincuente porque ofrece revelar cotilleos incómodos, por cierto a veces falsos, para el poder (o para la oposición, según). Se cuentan mentiras sin rebozo, se exagera, se utilizan con fines electorales o publicitarios nuestros datos; sí, esos mismos datos que nosotros, generosa e irresponsablemente, ofrecemos a las redes sociales que han de helarnos el corazón, como cada una de las dos Españas machadianas.

Y así, hasta Trump, el creador de ‘fake news’ más importante del planeta, quizá después de su aún aliado Elon Musk, que es el hombre más mal educado del mundo. El presidente americano no esconde su hostilidad hacia la prensa crítica, lo mismo que ese presidente argentino y amigo (suyo), Milei, que debe pensar que calificar oficialmente de “imbéciles” a los discapacitados es decir la verdad, como llamar “descerebrados” a los informadores que no le gustan.

Vivimos, en suma, la era de la inveracidad, una era en la que se pretende ganar el poder político a base de trucos de ilusionismo, y no de programas electorales serios, creíbles y que se piensan cumplir, que es exactamente lo contrario de lo que ocurre ahora. Ninguno de los valores que antes nos regían –aunque la manipulación política siempre ha estado ahí, solo que en mucha menor medida—parece estar ya en vigor. Fíjese cómo serán las cosas que el ‘puto amo del mundo’, que este viernes recibía a Zelensky, se atrevió a responder así a un periodista osado que le recordó que una semana antes había llamado ‘dictador’ al presidente ucraniano: “¿dictador?¿He dicho yo eso?”. Y se dio la media vuelta, tan tranquilo. La verdad ¿qué importa?

No sé, puede que así se ganen las elecciones y se consigan setenta y siete millones de votos (o aquí siete): que nos lo cuente algún día Sanmartín, el hombre que, en vísperas de la gran mascarada del carnaval, ha abandonado a Pedro Sánchez, quizá porque, como está ocurriendo con alguna gran empresa mediática, ha olido que esto tiene pinta de ir a desmoronarse a no muy largo plazo y hay que buscar refugios más seguros.

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