Pero ¿cómo no se va a hablar de política en los Oscar?
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Vaya por delante que, cuando esto escribo, lógicamente desconozco tanto el desarrollo de la ceremonia de los premios Oscar como el listado de los finalmente premiados.
Pero sí he leído muchas especulaciones, sobre todo en medios norteamericanos, acerca de si en la gala se hablaría o no de las 'estrellas', no precisamente cinematográficas, del momento: es decir, Donald Trump y su valido Elon Musk. El tema no es anecdótico: lo que está en juego es la participación de eso que ha dado en llamarse sociedad civil en la toma de decisiones de su propio destino.
La ciudadanía occidental está como aletargada, demasiado silente, en manos de sus propios, vociferantes y sedicentes representantes. Hay, desde luego, un importante porcentaje de alienación en el ánimo de los votantes y 'cotizantes' europeos y norteamericanos. Setenta y siete millones votaron a Trump y no he hallado aún una explicación suficiente. ¿Qué hacer?
Si en el mundo del cine, que aspira a reflejar, como el del periodismo, lo que ocurre en lo más profundo de las sociedades, no observamos un estallido de rebelión ante la violación de las más elementales normas morales, éticas y estéticas de la política, que debería ser 'la cosa y la casa de todos', creo que habríamos de darnos por perdidos.
La ciudadanía no puede confiarlo todo a reuniones, sin duda bien intencionadas, 'en la cumbre'. Como la de este domingo en Londres, donde los líderes actúan ante sí y por sí, sin mayor representación de sus pueblos, que parecen encogerse de hombros ante cualquier atrocidad de terceros. O no pueden entregarse pasivamente a la deriva que pueda observarse en las actuaciones de la UE, cada vez más desconcertada ante la brutalidad trumpista/putinista, o ante la parcialidad de la OTAN, cada vez más entregada al inquilino de la Casa Blanca. No, no podemos resignarnos ante la veladura -- el difuminado-- de Europa ni de la Alianza Atlántica.
¿Qué podría hacer, ante este panorama, alguien injustamente tratado, pongamos a Zelenski, por ejemplo? ¿Quién nos garantiza que, tras Ucrania, en este reparto del planeta mañana no serán Moldavia, o Estonia o, ya que estamos, Canadá o Groenlandia? Con razón dice el gran escritor indio Paujak Mishra que "Occidente ya no puede sostener su aspiración de controlar el mundo". A este paso, no podrá controlarse ni a sí mismo.
Creo que no debe ser solamente el universo, tan cerrado y privilegiado, de los actores y directores de películas, o de ciertos músicos, quien grite que quiere tomar las riendas de sus vidas en estos tiempos de cambio total y de cambios múltiples, aunque este grito sea siempre bienvenido. Todos los estamentos, todos los sectores, todos, medio de comunicación a medio de comunicación, individuo a individuo, habríamos de potenciar el furor y la independencia de nuestras voces para hacérselas oír a quienes pretenden controlar, en su propio beneficio, nuestro futuro.
Hay un preocupante retroceso de la democracia y, pese a las apariencias, también de la auténtica libertad de expresión. Pero no bastan las voces de pensadores que achacan todos los males a, por ejemplo, los excesos en la Inteligencia Artificial o el mal uso de las redes sociales; en los últimos dos meses se ha dado un paso adelante más en el derrumbe de las formas, del protocolo, del diálogo, de las más básicas reglas del juego. Y el relato se ha convertido en cosa de dos, o tres quizá, que quieren monopolizar todos los argumentos (y todo el poder). Los demás, miles de millones de personas, a mirar y, en su caso, a sufrir las consecuencias.
Sí, sería preocupante que el dorado mundo de Hollywood no se ponga enfrente del universo falsamente aurífero de Trump o del Kremlin. Eso es lo malo de nuestro tiempo: prolifera tanta purpurina dorada que hemos terminado acostumbrándonos y normalizando el boato hortera de la Trump Tower. La deriva zafia del presidente republicano era previsible -bueno, no que llegase hasta donde está llegando-y, sin embargo, no supimos oponer una diplomacia, una fuerza, una cultura y hasta un cine preventivos.
Los Oscar, como incluso nuestros Goya o tantos otros acontecimientos similares, u otros de distinta índole -sí, pienso en el Barcelona Mobile World--, los avances del día a día en cualquier terreno, cada artículo en cada página de periódico, son un arma de enorme importancia, mucho más que los Leopard, para oponerse al nuevo terror que se nos quiere imponer. He dicho terror, sí.
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