Y de repente, la Cuaresma

 Y de repente, la Cuaresma

Este miércoles es miércoles de ceniza. Para los católicos, más de diez millones practicantes --muchos más, una mayoría, de formación o de tradición--, empieza la Cuaresma, que culminará cuarenta días después con el hecho que da sentido a la fe: la resurrección de Cristo.

Algunos se quejan de que los medios de comunicación hablan todos los años del comienzo del Ramadán e ignoran, la Cuaresma. También sucede con los ataques a los símbolos católicos y el cuidado en no molestar a los que profesan la religión de Mahoma.

Hay una cierta hipocresía en estos comportamientos, pero también un dato innegable: la creciente secularización que impone un modelo de sociedad que se define sin ella, que rechaza la trascendencia, que ha dejado atrás unos valores tradicionales y no los ha cambiado por otros, que se basa en el espectáculo y en la apariencia y que reduce la fe a un anacronismo que sólo tiene sentido en un espacio privado.

De una España donde el Estado se fundía y confundía con la Iglesia en casi todo hemos pasado a una sociedad donde la mayor parte de los jóvenes no ha oído hablar de Cristo, ignora casi todo sobre la historia de las religiones y desconoce lo que la religión católica ha supuesto incluso genéticamente en Europa, en España y en el mundo. En su cultura, en su historia, en su defensa de los valores de solidaridad, igualdad, fraternidad, en el apoyo a los más desfavorecidos, en la enseñanza, en la compasión, en el acogimiento. Sin ese conocimiento no se puede entender de dónde venimos y, seguramente, tampoco se puede saber adónde vamos.

La Iglesia Católica, con sus errores, desde luego, ha sido determinante en la abolición de la esclavitud, en el desarrollo de los derechos humanos, en la defensa de la vida, en llevar la educación a los más desfavorecidos -las primeras escuelas para todos, las Universidades más importantes en Europa y en América-, en crear y promover la cultura -la música, la pintura, la escultura, la literatura no se pueden entender sin la labor de la Iglesia católica-, en hacerla accesible a grandes masas, en construir grandes catedrales y hospitales de campaña. Hasta la bandera de la Unión Europea, está inspirada en las doce estrellas de la Inmaculada Concepción.

Hoy, la mayor parte de los jóvenes que se forman en los centros educativos ignora todo esto. No es nuevo. Hace dos mil años, el apóstol San Pablo en su Epístola a los romanos, ya escribía: "Ahora bien, ¿cómo van a invocar a Aquél en quien no creen? ¿Y cómo van a creer en Él si no han oído hablar de Él? ¿Y cómo van a oír hablar de Él sin nadie que lo anuncie?". Hoy, ese desconocimiento es aún más importante.

Como dice José Antonio Pagola, Jesús "lleno del amor de Dios, seguirá ofreciendo "salvación" a quienes sufren el mal y la enfermedad: dará "acogida" a quienes son excluidos por la sociedad y la religión; regalará el "perdón" gratuito de Dios a pecadores y gentes perdidas, incapaces de volver a su amistad. Esta actitud salvadora, que inspira su vida entera, inspirará también su muerte".

La Cuaresma para los católicos es tiempo de agradecimiento, de conversión interior, de vivir identificándose con los que sufren, con las víctimas inocentes. Tiempo de peregrinaje, pero sobre todo, de esperanza -sin esperanza no habría cristianismo-, de confianza total en un Dios que acoge, perdona y ofrece la salvación. Tiempo de encontrar a Jesús, de volver a Jesús. Cristo muere, pero resucita. Y nos invita a seguir el camino del Amor solidario, de la trascendencia, de la verdad, de la justicia con los más vulnerables.

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