Espléndido Nathan Laube en otra sesión del “Bach Vermut”

Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 15-III-2025. Ciclo “Bach Vermut” del CNDM. Nathan Laube, órgano. J.S. BACH: Passacaglia en do menor, BWV 582. Dies sind die heiligen zehn Gebot, BWV 678. F. LISZT (arr. N. Laube): Sonata para piano en si menor S. 178.
La nueva cita del “Bach Vermut”, ese ciclo de singular diseño y gran atractivo sobre el que hablamos recientemente en otra crónica, nos traía esta vez al organista estadounidense Nathan Laube (Chicago, 1988), con un programa que combinaba repertorio del que para muchos (me incluyo entre ellos) es el compositor más grande de la historia, Johann Sebastian Bach, con un arreglo que picaba la curiosidad en tanto que parecía una pirueta casi imposible: un arreglo para órgano de una página magistral en su composición, pero de un diseño y dimensión genuinamente pianística, la “Sonata para piano” de Franz Liszt. El creador del viaje desde el teclado del piano a los tubos del órgano no era otro que el propio Laube.
La “Passacaglia” de Bach certifica que lo del más grande es afirmación que casi se puede hacer con más rotundidad cuando del órgano se trata, y es, con buenas razones, una de sus obras más apreciadas y conocidas. Está construida como una serie de veinte variaciones y una doble fuga final sobre un bajo “ostinato” que el organista inicia en el pedalero, y que se repite con insistencia, ocasionalmente con alguna modificación o floritura, a lo largo de toda la pieza. Aunque la fecha de composición exacta no se conoce (el manuscrito no ha llegado hasta nosotros), todo apunta a que fuera escrita entre 1706 y 1713, posiblemente en Arnstadt, a su regreso de Lübeck, donde había visitado a Buxtehude (1705). Es muy razonable pensar que la influencia de Buxtehude tuvo su peso en esta “Passacaglia”, porque algunas de las obras de este, también con base en un bajo “ostinato” (las “Chaconas” BuxWV 159 y 160 son buenas referencias) guardan evidente proximidad. También es inevitable recordar a Pachelbel, porque en el dibujo de la variación 15 de esta “Passacaglia” bachiana parece asomarse una de las contenidas en la “Chacona” en fa menor de este compositor.
Sea como fuera, estamos ante una partitura colosal, asombrosa en el veinteañero Bach, que evidenciaba un dominio de los recursos de composición y del instrumento simplemente apabullante. Planteó Laube su interpretación con un “tempo” adecuadamente solemne y con una claridad de exposición envidiable. Su manejo de la registración se antojó sensible y perfectamente adecuado al carácter de las distintas variaciones, siempre con una ejecución de impecable limpieza, agilidad y nitidez en la articulación, y coronada con una doble fuga de ejemplar claridad contrapuntística.
De clima bien diferente hablamos cuando se trata del coral “Dies sind die heiligen zehn Gebot” [Estos son los diez sagrados mandamientos] BWV 678, obra incluida en la tercera parte del “Clavier-übung” [Tratado de práctica para teclado], escrita entre 1735 y 1739. Obra, por tanto, de madurez, ese tercer volumen del “Clavier-übung” es conocido también como “Misa alemana para órgano”, e incluye 21 preludios corales, entre los cuales hay dos, el escuchado en el concierto que se comenta y el BWV 679, sobre el himno del mismo título de Martín Lutero. En el BWV 678, el himno se escucha con solemnidad en la mano izquierda. Música de inefable serenidad, introspectiva, de las que invita a la reflexión, estupendamente entendida y traducida por Laube, que también aquí utilizó los registros del órgano con sensibilidad e inteligencia. Es asombrosa la modernidad con la que aun hoy suena esta música.
Cerraba el programa el arreglo mencionado para órgano, realizado por el propio Laube, de la gran “Sonata en si menor” para piano de Liszt. La obra para órgano de Liszt no es extensa, pero sí significativa, y contiene algunas páginas muy notables que podrían haber encontrado fácil acomodo en este recital. Se vienen a la memoria dos, inspiradas en Bach, como el “Preludio y Fuga sobre el nombre de BACH” o las conocidas “Variaciones” sobre ‘Weinen, Klagen, Sorgen, Zagen’, inspirada en la Cantata del mismo título de Bach (BWV 12).
En cambio, el paso de una obra tan decididamente pianística como la “Sonata” de Liszt al órgano parece más que problemático. En este sentido, el arreglo de Laube es mucho más que meritorio, porque, utilizando los ricos recursos tímbricos del órgano del auditorio, y también con buena utilización del pedal expresión, se acercó cuanto pudo a la intención de color y matiz del compositor húngaro en su original pianístico. Sin embargo, no puede uno evitar la sensación de que muchos trepidantes pasajes (las octavas cerca del final, por ejemplo) tienen un recorrido limitado en la sonoridad del órgano, y ello pese a que
Laube, además de ingenio en el arreglo, lució un virtuosismo realmente espectacular. Interpretación magnífica, pues, aunque la tarea de este traslado del piano al órgano pareció, además de ímproba, poco viable. En todo caso, una “matinée” musical de gran interés, como lo tiene en general este espléndido ciclo. Una breve charla que pudimos mantener con Laube al final evidenció hasta qué punto el propio intérprete (como muchos otros) estaba admirado por la acogida del público y por lo interesante y novedoso de la propia idea. No puede ello extrañar. No hay muchos sitios donde los recitales de órgano tengan esa acogida.