Deslumbrante Sabine Devieilhe en el inicio del Ciclo de Lied

Deslumbrante Sabine Devieilhe en el inicio del Ciclo de Lied

@estaciondecult

Madrid. Teatro de la Zarzuela. 11-XI-2024. XXXI Ciclo de Lied del CNDM. Sabine Devieilhe, soprano. Mathieu Pordoy, piano. Obras de Liszt, Hadar, Schubert, R. Strauss, Grieg, L. Boulanger, Chaminade, Tailleferre, Poulenc, Milhaud, Monnot y autores anónimos. 

El Ciclo de Lied que se celebra en Madrid, y que desde hace unos años lo hace bajo los auspicios del CNDM, cumple, con la presente edición, 31 años. Se dice pronto. No sé si hay en Europa un ciclo tan veterano, pero desde su creación por Antonio Moral en 1994, goza de un público entendido y, como puede comprobarse por la pervivencia de la serie, extremadamente fiel. Entristece mucho, por tanto, tener que empezar esta reseña anotando, que el día del concierto, el mismo Antonio Moral, que lo ha dirigido a lo largo de sus treinta ediciones previas, comunicaba en sus redes sociales que se ve obligado a dejar tal función por decisión de la dirección del INAEM. Teniendo en cuenta la trayectoria gestora de Moral, sistemáticamente coronada por éxitos en distintas entidades y certámenes, incluyendo el que ahora se comenta, la decisión de apartarle de este ciclo se antoja tan triste como inexplicable. Y no es esta una afirmación personal de quien firma esta reseña, sino un testimonio compartido por muchos artistas de renombre, que han dejado evidencia de ello en las propias redes sociales de Moral. Hablamos de artistas de la talla de Ian Bostridge, Daniel Heide, Katharina Konradi, Malcolm Martineau o Ammiel Bushakevitz. A quienes hemos seguido y admirado la calidad y aportación del ciclo solo nos queda, aún atónitos, desear que este continúe con la mejor singladura, y agradecer calurosamente a Moral su enorme contribución a un evento de cuya altura es buena prueba el éxito muy grande y constante en el tiempo. 

La apertura de la temporada contaba con una protagonista sobresaliente: la soprano francesa Sabine Devieilhe (Ifs, 1985). Es la suya una voz preciosa de soprano de coloratura, no especialmente grande en el volumen, pero idónea en el timbre para el repertorio que cultiva. Repertorio que, por cierto, escoge con gran inteligencia. El programa ofrecido en esta sesión era, como puede comprobarse en la ficha, extremadamente variado, imaginativo y nada frecuente, con veinticuatro piezas, que fueron 23 finalmente porque a última hora se anunció la eliminación de “Deux ancolies” de Lili Boulanger. Dos de esas, una en cada parte, fueron para piano solo, algo que siempre da respiro a la voz y más protagonismo al pianista, en este caso Mathieu Pordoy, que debutaba en el ciclo. Canciones de los siglos XIX y XX, combinando autores bien conocidos, como Schubert, Liszt o Richard Strauss, con un par de títulos de autores anónimos y la hermosa canción poética de amor hebrea “Tarde de rosas”, de Josef Hadar, junto a una segunda parte decididamente inclinada al repertorio francés, con predominio femenino (Lili Boulanger, Cécile Chaminade, Marguerite Monnot y Germaine Tailleferre, de quien apenas la víspera de este recital interpretó la Orquesta Nacional su “Balada para piano y orquesta”), pero con presencia también de dos de sus grandes nombres del Siglo XX, Francis Poulenc y Darius Milhaud

Clima también diverso, con lo nocturno y la canción de cuna dominando la primera parte, y un giro más lírico, efusivo y evocador de emociones ligadas al amor, en la segunda. Pese al pequeño percance ocurrido a Pordoy con su iPad en la primera canción (“Die Loreley”, de Liszt, luego repetida como tercera propina en “compensación” por el accidente mencionado que motivó un desajuste entre cantante y pianista), fue evidente desde el principio el singular encanto que transmite Devieilhe en cuanto hace. La voz, ya se dijo, es de magnífico timbre, precisa en la entonación y clara en la articulación, admirablemente regulada en la dinámica (escalofriantes muchos pianísimos a lo largo de toda la velada, empezando por el que coronó la citada canción de Liszt). El canto de Devielhe suena natural, fácil, nunca forzado, elegante y refinado en su expresión. Se ganó inmediatamente al público con su breve esforzado Parlamento de presentación, en muy correcto español, justo antes de ofrecer la bella canción hebrea mencionada, llena de sencilla y emocionante ternura. Hubo después lugar para los simpáticos “gags” cómicos, como el gracioso dúo con el pianista, ahora convertido en cantante, sobre el anónimo “El gatito triste”. 

Pero disfrutamos también, cómo no, de la hermosísima música de Schubert (“Tú eres la paz” y “Noche y sueños”, muestras del genio del vienés en un género que dominó como quizá no lo haya hecho nadie), que nos gana en su intensa carga emotiva y serena melancolía, aquí transmitida por Devieilhe y Pordoy con sutilísimos matices y más que expresivos silencios. Solo la admirable regulación dinámica de la francesa sobre las palabras “noche sagrada”, en la segunda de esas canciones, ya llevaba todo un cargamento de belleza, con muy bonita contribución en los matices aportados por Pordoy, que después ofreció un bien dibujado “Nocturno” de Liszt. Funcionó bien el efecto de atenuar las luces poco a poco durante esta pieza, hasta dejar la sala en total penumbra (intérprete incluido; sus últimas notas las ejecutó a oscuras). Excelente también la dulce canción de cuna “Mi hijo”, de Richard Strauss, planteada con un gusto sencillamente exquisito por Devieilhe. 

No puede extrañar que la francesa, gran artista en todo el terreno apropiado para su voz, encuentre su mejor lugar en el repertorio de su país, en el que, evidentemente, se mueve como pez en el agua. Entre las tres canciones escuchadas de Lili Boulanger, fue quizá la tercera, “Un poeta decía”, refinada y efusiva, la que quien esto firma seleccionaría como la más significada dentro de un nivel general sobresaliente, pero también fue matizada de forma extraordinaria “Hiedra”, de Richard Strauss. Nuevo breve parlamento de la soprano para destacar la relevancia de la música de las mujeres francesas (Boulanger, Chaminade y Tailleferre) y una bonita inserción para piano solo, la “Improvisación N.º 15” de Francis Poulenc, en homenaje a Edith Piaf, muy bien traducida por Pordoy. Siguió la simpática y juguetona “Cállate, golondrina charlatana” de Darius Milhaud, cantada divinamente, con gracejo y divertido desenfado envidiables, y hasta con algún agudo un punto histriónico, por una Devieilhe que a esas alturas ya tenía al público sobradamente en el bolsillo. Cerró el recital la muy conocida canción “Himno al amor” de Marguerite Monnot (que se escuchó en la inauguración de los pasados Juegos Olímpicos en la voz de Céline Dion) planteada por Devieilhe con encomiable sencillez. 

El éxito de soprano y pianista fue muy grande, y pronto llegó una buena exhibición de la coloratura de Devieilhe con el primer regalo: la “Vocalise-Étude en forma de habanera” de Ravel, sugerente, ágil y muy bien matizada. Las ovaciones no paraban, y llegó un divertido y sonriente segundo regalo: “El gallinero”, de la opereta francesa “Schnock” (1952), de Jean Rigaux y Marc Cab (Marcel Cabridens), con música de Guy Laforge, en la que Pordoy recuperó su vis cómica para completar vocalmente el divertido fragmento de esta opereta. El último regalo, ya se dijo, fue la repetición, esta vez tan primorosa como la primera, pero sin percance con el iPad, de “Die Loreley” de Liszt, con el que se había abierto este estupendo recital. 

Publish the Menu module to "offcanvas" position. Here you can publish other modules as well.
Learn More.