Puñalada trapera al corazón

No es sólo que Putin aproveche la luz verde de Trump para sembrar a discreción el terror en Ucrania destruyendo cuanto se halla al alcance de sus misiles, sino que los brutales ataques de éstos últimos días a infraestructuras críticas, plantas procesadoras de alimentos, hoteles, centros de enseñanza o bloques de viviendas, vienen a completar y a complementar el ultimátum del americano a Ucrania para que se rinda y entregue sin condiciones sus tierras, las raras y las otras, al fondo común que, para repartírselas, han formado ambos matones.
Tras la puñalada trapera y por la espalda de Trump no sólo a Ucrania, sino a Europa y a lo que en el mundo queda de espacio civilizado, la escena internacional se reduce al compadreo de dos salvajes de estilo mafioso que exhiben su poder nuclear como falo invencible, omnipotente, presto a la violación de toda ley y todo derecho. Han acordado, entre los brindis a distancia de su admiración mutua, liquidar el "asunto" de Ucrania para centrarse, sin esa distorsión, en sus respectivos negocios, y Europa, y la Europa transcontinental a la que pertenecen Canadá o Australia, mira estupefacta a un lado y a otro sin acabar de salir de la estupefacción, porque no sabe cómo ni hacia dónde.
Al sur, en la otra orilla, la luz verde a la destrucción y al genocidio también completa y complementa el nuevo designio, en Gaza, en Cisjordania, en Siria, y más al sur, en Sudán o en el Congo, dejados de la mano de dios y donde, de momento, no hay planes avanzados para la repartición de nuevos negocios. Y Europa recuenta las armas y la munición que tiene comida por el orín del óxido en sus almacenes, y se deprime, pero no tanto porque comprueba que apenas tiene nada, como porque sospecha que todo el gasto en Defensa que se le ocurre no bastaría para salvarse, esto es, para salvar lo que representa, la civilización, ese concepto abrazada al cual logró sobreponerse a su propia, y aún no tan lejana, barbarie. Una puñalada trapera por la espalda le ha acertado en el corazón.
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