'Cumbre' quizá no tan borrascosa

Tengo para mí, aunque en este terreno siempre puedes o pueden equivocarte, que la mal llamada 'cumbre' de este jueves entre Sánchez y Feijoo puede que no resulte tan, tan borrascosa como la patente antipatía del uno hacia el otro podría hacer suponer.
Incluso puede que otras de las reuniones del presidente este jueves en Moncloa resulten más broncas que la que mantendrá con el presidente del Partido Popular. Lo digo porque creo detectar en las dos principales formaciones políticas nacionales la convicción de que esto no puede seguir así: si democristianos, liberales y socialdemócratas europeos acuerdan sus políticas sobre el rearme, considerado imprescindible por quienes dirigen la UE, no tiene sentido que las mismas ideologías se peleen en los Estados miembros de la Unión por el mismo motivo. Y la verdad es que España, hoy por hoy, es un ejemplo de formaciones mal avenidas.
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Un dirigente 'popular' reconoce que una cosa son las diferencias en materias como la cesión de la regulación de la inmigración a Cataluña, o la amnistía, o lo que ocurre con el Fiscal General del Estado "y otras instituciones", o hasta con Begoña Gómez -"sobre este caso no haremos sangre", me dice--, y otra muy diferente son las cuestiones que, como la política exterior o la defensa, requieren un tratamiento conjunto "porque la unión hace la fuerza". Además, cuando se examinan a fondo -si es que tal cosa es posible-los programas de PSOE y del PP "se advierten muchas más coincidencias que diferencias", reconoce mi interlocutor. Otra cosa son, claro, las 'patadas' del Gobierno a "la lógica del Código Penal, a la pureza democrática o hasta sus violaciones de la Constitución".
Es decir, lo que se plantean no pocos en el PP, y sospecho que también en ámbitos del PSOE, que en este punto se muestran más reservados o más desconcertados ante las salidas imprevistas del 'jefe', es la conveniencia de establecer un doble sentido a la oposición: de cooperación 'crítica' en materias de Estado, y la defensa ocupa ahora el primer lugar, y, en cambio, de hostilidad total en cuestiones que afectan a la moralidad o a la utilidad para los ciudadanos de la política interna.
Más difícil va pareciendo que Sánchez logre convencer a Podemos para que permanezca en el redil de la mayoría gubernamental. El partido morado que creó Pablo Iglesias y lidera ahora Ione Belarra no puede, estiman, ceder ni un milímetro en cuestiones que para ellos son esenciales, y la política 'de paz', es decir, armamentística, lo es. Como lo es para Sumar, ahogado estos días en una seria contradicción interna sobre el rumbo a seguir en todos los órdenes, algo que podría estallar ante su inminente congreso 'de reorganización'.
Sánchez, que aparece en todos los frentes, omnipresente, sabe que ha de abandonar las que han sido líneas maestras de su trayectoria política, basada en la confrontación, en la opacidad y en el tacticismo a veces oportunista. La propia convocatoria de esta jornada de este jueves para entrevistarse con todos los líderes parlamentarios (excepto VOX, una exclusión difícilmente explicable) indica que el presidencialismo personalista quizá esté llegando a su fin por la vía de estos contactos bilaterales, aunque estén mal preparados y peor gestionados (no tiene sentido limitar la duración de los encuentros como se ha hecho).
A Sánchez no le gusta la vía parlamentaria, como no le gusta el control judicial o el de los medios de comunicación: a ver si, al menos, los 'cara a cara' consagran una manera diferente de comportarse en política, más dialogante y flexible. Hablando se entiende (a veces) la gente. Y me refiero a todos, aunque, claro, en primer lugar a quien tiene más responsabilidad por la actual situación, es decir, el hombre que representa la mayoría en el Gobierno y que hasta ahora ha mostrado más afición por levantar muros que por derribarlos.
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