“La alojería”, una auténtica explosión de creatividad y emoción

Este viernes, 11 de abril, ha sido el estreno de “La alojería”, producción de la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico (JCNTC), en la sala Tirso de Molina del Teatro de la Comedia. Pensada para un público joven, “La alojería” lleva unas semanas de representaciones matinales para institutos. Sin embargo, ahora han comenzado las funciones de las tardes y se han adoptado cambios para adecuar la obra a un público más adulto. La dirección de Cristina Marín-Miró, –también actriz en la representación–, la escenografía a cargo de Berta Navas, el elenco de actores de la JCNTC y demás elementos que completan esta producción ofrecen al público una experiencia completa y envolvente.
El texto está basado en escritos de Lope de Vega, María de Zayas y Agustín Moreto, entre otros, combinados con la propia dramaturgia de la JCNTC, cuyo magnífico trabajo al aunar todos estos fragmentos hace posible que el resultado final sea coherente. Sin embargo, la trama no es lo que más importancia tiene en “La alojería”; sino que es más bien una excusa para reflexionar sobre grandes temas: el teatro, la amistad, el paso del tiempo, lo eterno, qué mueve a las personas, qué las mantiene en pie…
La obra debe su nombre al lugar donde se vendía bebida y comida en los corrales de comedia del Siglo de Oro. A su vez, la alojería es denominada así porque allí se vendía aloja, una bebida refrescante compuesta por agua, miel y especias. No obstante, resulta inevitable relacionar “La alojería” con el verbo “alojar” y esto no parece casualidad. En esta producción se plantea la idea del teatro como un lugar seguro y a la vez libre, como un medio para expresarse y compartir; en definitiva: para amar. Y, ¿qué mejor manera de hacer esto que a través del propio teatro? Desde las butacas se percibe que los creadores han puesto toda su alma en esta producción, es personal e íntima; pero, además, hacen partícipes a los espectadores de la experiencia dramática.
La escenografía, la iluminación –de la mano de Pau Duvide– y el vestuario –diseñado por Laura Cosar–, así como la elección musical –Kevin Dornan– y coreográfica –Esther Berzal–, y por supuesto, el elenco de actores y actrices de la JCNTC materializan perfectamente la idea del texto y su intento por acercarse a un público adolescente. La escenografía y la iluminación presentan una estética moderna –incluso “futurista”– muy colorida, alegre y un tanto excéntrica. La disposición de la escena va variando conforme a las distintas partes, muy diferentes entre sí (una reunión de amigos, una fiesta, una alojería, un baile…); incluso, muchas veces, los actores se bajan del escenario y se ponen a la misma altura que el público, difuminando la barrera entre intérpretes y espectadores.
Por su parte, la iluminación juega un papel muy importante en la obra: en ocasiones, se proyectan palabras, se simulan conversaciones por mensaje de texto, o se proyecta la letra de una canción a modo de karaoke. Con respecto a la música, también es contemporánea y, de nuevo, variada: de estilo tecno, flamenco, pop… La coreografía responde a las exigencias musicales y también resulta muy moderna. De esta manera, la JCNTC tiende la mano hacia los espectadores más jóvenes y trata de mostrarles que el teatro no es algo obsoleto que nada tiene que ver con ellos. Igualmente, también para espectadores adultos esta obra es muy disfrutable, pues todos estos elementos hacen de “La alojería” un espectáculo divertidísimo que sorprende a cada momento.
Por todo esto, se trata de una obra metateatral, puesto que desde la expresión dramática se reflexiona sobre esa misma forma de expresión. Esto se puede observar en varios aspectos. En primer lugar, “La alojería” se concibe como un espejo de lo que Javier Huerta Calvo denominó la “fiesta teatral barroca”, ya que se pretende ofrecer una imitación fidedigna de cómo era realmente ir al teatro en la España del Siglo de Oro: una verdadera fiesta. La actividad que discurría en el corral de comedias abarcaba mucho más que la sola representación de la obra y “La alojería” lo refleja a la perfección.
La función comenzaba con la loa, acto en el cual se pone al público en contexto (qué obra van a ver) y se mostraban agradecimientos a quien hubiera financiado la producción (además de siempre incluir una alabanza a los reyes). A la loa le seguían los tres actos (o jornadas) de la comedia, y, entre ellos, otras pequeñas piezas, como entremeses. Por último, se solía terminar la tarde con algún número de carácter distendido, por ejemplo, un baile. Todos estos elementos intercalados en los tres actos son explicados por los actores y a la vez realizados a lo largo de la obra, creando un juego muy interesante entre realidad y ficción.
En segundo lugar, relacionado con esto último, en muchas ocasiones se rompe la cuarta pared, puesto que los personajes no solo hacen alusión al público, sino que también interactúan directamente con él. En tercer y último lugar, la reflexión sobre el teatro también es protagonista en “La alojería”. Son precisamente estas cuestiones las que hacen de la obra una producción tan ambiciosa en cuanto a su alcance, una ambición que, sin embargo, no ha provocado un sacrificio en calidad o eficacia; todo lo contrario, hacen que se alce como una celebración al arte dramático que conmoverá hasta al más escéptico de los espectadores.
Todo esto es posible gracias al equipo implicado en “La alojería”. La directora, Cristina Marín-Miró, ha emprendido una labor muy atrevida con éxito. Tampoco se hubieran recogido tan buenos frutos sin el ayudante de dirección, Sergio Boyarizo, sin el trabajo escenográfico, a cargo de Berta Navas, y sin los demás componentes que ya se han mencionado. En cuanto a los actores (que llevan ya tres años en la JCNTC), forman el reparto idóneo para llevar a cabo este proyecto puesto que, debido al tiempo que llevan trabajando juntos, tienen mucha química y complicidad en el escenario y se percibe la confianza que se ha forjado entre ellos: Iñigo Arricibita, Xavi Caudevilla, Cristina García, Ania Hernández, Antonio Hernández Fimia, Pascual Laborda, Cristina Marín-Miró, Felipe Muñoz, Miriam Queba, María Rasco y Marc Servera.
Como ya se ha anticipado, el juego entre realidad y ficción es lo más característico de la obra y lo que la hace tan especial. No se sabe bien cuándo un actor está siendo actor y cuándo su propia persona. Esto no es casual, pretende mostrarnos la magia del teatro, ese lugar donde los intérpretes encuentran un refugio, un espacio donde podrán expresarse (pues siempre hay algo de uno mismo en la actuación) y donde serán escuchados. Así, el teatro es ensalzado como lugar eterno, y por eso –explican–, obras del Siglo de Oro siguen teniendo vigencia ahora, y siguen apelándonos directamente, puesto que la esencia de lo expresado en la escena es también la nuestra como personas: la capacidad de sentir y expresar.
En suma, la JCNTC ha dado rienda suelta a su poder creativo en esta producción propia; ha explotado prácticamente cada faceta del arte teatral y lo ha hecho con sumo acierto. Es una celebración del teatro, llevando al escenario, con perfecta sensibilidad y agudeza, la oleada de emociones que este arte tiene la potencialidad de provocar. Desde luego, “La alojería” lo consigue.